A los 56 años, el amor llega y el corazón toma decisiones inesperadas.

Puede que esta historia parezca común, pero tiene su moraleja. Una pareja algo mayor de cincuenta años, que ya había celebrado sus bodas de plata. Tenían dos hijos, ya adultos e independientes. La vida en el hogar transcurría con calma, sin grandes explosiones de pasión, pero también sin peleas constantes. Lo único atípico era el carácter hosco del marido, Alberto, cuyo rostro adusto lo hacía parecer más viejo de los 56 años que figuraban en su DNI.

El cambio en Alberto fue rápido e inesperado, y todo por una nueva compañera en el trabajo. No era precisamente joven, pero le llevaba unos veinte años. De pronto, su rostro comenzó a reflejar emociones, y todas positivas. Pronto, todo el departamento supo del romance entre Alberto y Lucía.

Con algunos colegas, Alberto empezó a compartir sus alegrías y preocupaciones, llegando a confesar que Lucía le presionaba para que se divorciara. Al final, lo que eran solo conversaciones se hizo realidad. Alberto abandonó a su familia y alquiló un piso donde se mudó con Lucía. Aún conservaba cierto respeto por su antigua vida, así que dejó todas sus posesiones a su exmujer e hijos, empezando desde cero.

Con el tiempo, Lucía quiso ser madre, y Alberto también deseaba ampliar la familia. Pero como ella resultó ser estéril, tuvieron que gastar una fortuna en una madre de alquiler. Sin embargo, mientras la bebé estaba en camino, Lucía decidió que la maternidad no era lo suyo.

La historia terminó con otra ruptura para Alberto, quien acabó viviendo solo en un piso alquilado, con dos niñas pequeñas. Por buscar emociones nuevas y la ilusión que le prometía Lucía, lo perdió todo: su patrimonio y una familia sólida. Y ella, al final, no valió ni la mitad de lo que sacrificó.

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A los 56 años, el amor llega y el corazón toma decisiones inesperadas.