A la puerta estaba Víctor, su exmarido dos veces, con quien se había separado hace cuatro años.

En la entrada de la vivienda está Víctor, el exmarido de Begoña, del que ella se separó hace cuatro años. En sus manos lleva un ramo de rosas blancas y en el rostro luce la misma sonrisa que conquistó su corazón a los veintidós años.

Begoña, he vuelto declara Víctor con tono solemne, como quien anuncia la victoria en una batalla. Me he dado cuenta de que cometí un error enorme. Tú eres la mujer más importante de mi vida.

Begoña se ríe, retrocede un paso y responde:

Víctor, qué sorpresa pasa, si ya has llegado. Pero quítate los zapatos, no quiero que vuelvas a dejar huellas en mi casa.

Begoña se aparta, le permite pasar al salón y Víctor, esperando abrazos, lágrimas de alegría o al menos alguna reproche, se lleva la sorpresa de que ella regresa a la cocina y sigue su desayuno sin ofrecerle asiento.

¿Qué tal, Víctor? pregunta con voz neutra mientras corta una tortilla. ¿Te ha echado el trabajo de nuevo o has decidido buscar refugio temporal por tu cuenta?

Víctor se queda perplejo. En cuatro años ha olvidado que Begoña puede mantener la calma en momentos críticos. Recuerda a la joven que conoció, entusiasmada y dispuesta a perdonar todo por la familia. Ahora frente a él está una mujer de treinta y seis años, con la mirada firme y los nervios de acero.

Begoña, quiero reconstruir nuestra familia pone la mano sobre la mesa, junto al plato. Estos años los he vivido como en un sueño. Sólo ahora entiendo que mi sitio está aquí, contigo y los niños.

¿Y qué ha cambiado? toma un sorbo de café. ¿Acaso tu innata habilidad de desaparecer en el momento menos oportuno se ha esfumado?

¡Te lo juro! se indigna Víctor. Quiero estar a tu lado, cuidar de los hijos, de ti. Llegué con flores y el corazón abierto.

¿Con el corazón abierto y los bolsillos vacíos, como siempre? se burla Begoña, pero suaviza el tono. Pues, siéntate. ¿Te tomas el café? ¿O ya estás a dieta de autodescubrimiento?

Hace diez años, cuando Begoña estudiaba Economía en la Universidad Complutense, conoce a Víctor en una fiesta de estudiantes. Él tiene tres años más, trabaja como guardia de seguridad en un centro comercial y le parece tremendamente responsable.

Cásate conmigo le propone después de dos meses de conocerse. ¿Para qué perder el tiempo? Ya veo que eres la única.

Víctor, pero apenas nos conocemos duda Begoña.

¿Y eso qué importa? sonríe él, besando sus manos. El amor no es matemática, querida, no hay que calcular nada.

Begoña, cegada por el romance, acepta. Víctor alquila un piso de una habitación al que ella se muda tras la boda. Begoña combina los estudios con trabajos de traducción nocturna para pagar el alquiler, mientras Víctor cobra un sueldo miserable y se queja constantemente de su jefe.

Verás, Begoña, soy creativo, necesito un trabajo que me permita expresarme. Estos oficinistas no entienden mi naturaleza explica Víctor desde el sofá tras otro despido.

Claro, cariño confirma Begoña, calculando el presupuesto familiar. Mientras buscas tu camino, yo trabajaré el doble. No hay problema.

Tras terminar su carrera, Begoña planea ingresar a un banco; su excelente expediente y su dominio de varios idiomas le abren buenas perspectivas. Pero descubre que está embarazada. Su hijo, Carlos, nace cuando ella cumple veintitrés años; un año y medio después llega su segunda hija, Inés.

Los hijos son la felicidad dice Víctor, meciendo a Inés. El dinero lo conseguiremos. Lo esencial es el amor en la familia.

Tienes razón, amor responde Begoña, pensando en cómo pagar la luz y el agua. Los hijos son lo más importante; lo demás vendrá.

Begoña es quien gana la mayor parte del ingreso. Con dos niños, sigue trabajando en línea como traductora, profesora de inglés por Skype y redactora. Víctor, mientras tanto, cambia de trabajo cinco veces en cuatro años, siempre justificando el bajo sueldo con la falta de inspiración.

No puedo trabajar donde el alma no se siente filosofa. Mejor ganar menos y conservar la armonía interior.

Por supuesto asiente Begoña, agotada. La armonía interior es sagrada; las circunstancias externas se acomodarán.

Cuando Carlos cumple cuatro años y entra al cole, Víctor declara:

Me he quemado emocionalmente. Necesito libertad para encontrarme. Pido el divorcio.

¿Encontrarte? se queda Begoña sin palabras. Tenemos dos hijos, una hipoteca Víctor, ¿de qué hablas?

Por eso necesito tiempo para reflexionar responde él fríamente. Asfixio en esta rutina familiar. Quiero la mitad del piso, que es mío.

¡Yo compré ese piso! exclama Begoña. Lo financió con la hipoteca, ¡la estoy pagando!

Somos una familia encoge los hombros Víctor. Todo lo adquirido en matrimonio se reparte a partes iguales. Así lo dicta la ley, querida.

Begoña comprende que podría quedarse sin techo. La vivienda de dos habitaciones es todo lo que poseen. Tienen que pedir préstamos a amigos y solicitar un nuevo crédito para comprar la parte de Víctor. Su madre, una docente jubilada, no puede ayudar económicamente.

Hija, si tuviera dinero llora Begoña por teléfono. Pero mi pensión es escasa y este desgraciado ¿cómo puede hacer eso con sus propios hijos?

Tranquila, mamá la consuela Begoña.

El tribunal fija la pensión. Víctor paga puntualmente durante dos años y luego desaparece, sin llamar a los cumpleaños ni desear feliz año nuevo, simplemente se esfuma.

Un mes después del divorcio llega Miguel, antiguo compañero de clase y amigo de Víctor.

Begoña, siempre he estado enamorado de ti confiesa, sosteniendo un ramo de margaritas en el recibidor. Sé que no es el mejor momento, pero Cásate conmigo. No me asustan tus hijos, los amaré como si fueran míos.

Miguel, eres un buen hombre se emociona Begoña. Pero no puedo aprovecharme de tu bondad. Mereces a una mujer que te quiera de verdad, no a quien solo le agradezco el rescate.

Miguel trabaja como programador, gana bien y es honesto. Begoña percibe en él una dulzura que no le genera más que gratitud.

Miguel, eres una gran persona, pero no estoy lista ¿Podemos seguir siendo amigos? Eso significa mucho para mí.

Esperaré le responde, esperanzado. Todo el tiempo que haga falta.

No gastes tus mejores años en mí dice Begoña. Busca a quien te quiera sin condición.

Dos años después, Begoña vive con sus tres hijos, trabajando sin descanso. Completa cursos de especialización y empieza a dictar clases online de economía para estudiantes a distancia, lo que le permite liquidar deudas y reducir la hipoteca. Miguel ofrece ayuda económica en varias ocasiones, pero ella la rechaza, sin querer deberle nada a nadie.

Begoña, ¿qué orgullo hay en eso? insiste Miguel. Somos amigos.

Por ser amigos, no quiero mezclar dinero con nuestra relación contesta ella. Tu amistad vale más que cualquier ayuda.

Entonces reaparece Víctor, arrepentido.

Begoña, he pasado dos años como ermitaño dice, arrodillado en el salón. He replanteado todo. Entiendo que la familia es lo esencial, los hijos son el sentido de la vida y el amor verdadero sólo ocurre una vez.

¿Y dónde estabas todo este tiempo? pregunta Begoña, sin apartar la mirada.

Trabajaba, alquilaba una habitación, pensaba en vosotros. Necesitaba recuperar fuerzas y reconocer mis errores. Ahora estoy listo para ser el hombre y padre que debí ser.

Los hijos, Carlos de doce años y Inés de diez, corren hacia él. Recuerdan al padre que jugaba a las escondidas y les leía cuentos, pero nunca supieron que Begoña les había ocultado el dolor de su partida.

Papá, ¿no volverás a irte? pregunta Inés, aferrándose a él.

Nunca, princesa. He comprendido que mi lugar está aquí, junto a las personas que más amo.

Begoña cede. Después de dos años de soledad, agotamiento y lucha constante, acepta la propuesta de Víctor y se casan en el Registro Civil.

¿Para qué el sello del pasaporte? se sorprende Miguel. ¿No basta con vivir juntos?

Víctor insiste. Quiere demostrar seriedad. Yo también quiero creer en estabilidad.

Lo entiendo, pero un hombre que ya ha huido una vez duda Miguel.

Por favor, Miguel. La gente cambia. Dame una oportunidad.

La madre de Begoña reacciona con cautela:

Hija, me alegra por ti, pero recuerda que un hombre que buscó la libertad una vez, no la olvida. Ten cuidado.

Mamá, no todos son iguales. Víctor está sinceramente arrepentido.

Tres años de vida conyugal parecen casi perfectos. Víctor se muestra como un marido ejemplar y padre dedicado, arregla la casa, lleva a los niños a la playa en la Costa Brava y sigue pagando la pensión judicial, aunque a veces propone suspenderla.

No lo hagas aconseja su madre. Que el dinero quede en la cuenta de los niños; un colchón financiero nunca está de más.

Mamá, exageras defiende Begoña. Víctor ha demostrado ser fiable.

El tiempo dirá replica la madre.

Y cuando a Begoña parece que todo se ha estabilizado, Víctor vuelve a romper su mundo:

Begoña, presento la demanda de divorcio. La vida conyugal no es para mí. Me ahogo en ella.

¿Qué dices? no puede creerlo Begoña. Juraste haber cambiado.

Pensaba haber cambiado, pero no. La familia es una jaula. Necesito espacio para mi arte.

¿Arte? exclama Begoña. ¿Eres gestor en una constructora?

No lo entiendes. Mi alma necesita volar. A tu lado me convierto en un simple habitante.

El segundo divorcio golpea a Begoña con más fuerza que el primero. Ya no es una joven ingenua; ahora ha creído en la posibilidad de la felicidad y recibe un golpe mortal. Cuando Víctor llega a recoger sus cosas, Begoña le lanza la maleta al escalón.

¡Lárgate y no vuelvas nunca! grita sin reconocer su propia voz.

¡No hagas escándalo! ¡Los vecinos van a oír! grita Víctor, recogiendo sus pertenencias.

¡Que todo el edificio sepa lo que eres! ¡Dos veces has abandonado a tus hijos! le responde ella.

Víctor intenta, vía judicial, reclamar indemnización por los gastos de la familia, pero pierde. Los niños vuelven a quedarse sin padre y Begoña no oculta su desprecio.

Mamá, ¿papá ya no vivirá con nosotros? pregunta Carlos, de nueve años.

No, hijo. Él ha decidido que su libertad vale más que nosotros.

¿Es malo? indaga Inés, de siete años.

No es malo, cariño. Simplemente no cumple sus promesas.

Medio año después, Miguel vuelve con una propuesta.

Begoña, basta de sufrir por ese tipo. Cásate conmigo. Te amo desde hace diez años.

Miguel, no ahora responde Begoña, harta. Ya no confío en ningún hombre. Todos son iguales.

No es justo. Nunca te fallé insiste él.

¿Y si vuelves a fallar? le replica. ¿Buscarás otra vez la libertad?

Miguel revela entonces una verdad dolorosa: cuando Víctor se fue la primera vez, vivía con una amante llamada Valentina; ella lo echó dos años después y él regresó a Begoña. Ahora está con otra, Mariana.

¿Cómo lo sabes? se queda helada Begoña.

Somos amigos. Él me lo confesó, incluso se jactó. Para él, tu casa y tu familia son solo refugio temporal entre amantes. Volverá otra vez.

¡Mientes! exclama Begoña. Intentas desprestigiarlo para quedarte con él.

Piensa por ti misma. ¿Es normal que un hombre abandone a su familia dos veces con el mismo pretexto de libertad? le reta Miguel.

¡Basta! grita Begoña. ¡Lárgate!

Miguel se va, pero sus palabras se quedan como una espina. Su amiga Galia, a quien Begoña cuenta la conversación, la apoya:

Begoña, ¿y si tiene razón? Dijiste que Víctor siempre volvía justo cuando tú empezabas a estabilizarte. No seas tonta, no vuelvas a caer en la misma trampa.

Galia, sabes que Miguel siempre estuvo enamorado de mí. Claro que mentirá sobre Víctor responde Begoña.

Pero los hechos son los hechos. Dos abandonos, dos retornos. ¿No es demasiado para confiar?

No sé nada más sobre los hombres.

El tercer regreso de Víctor no sorprende a Begoña. Cuatro años de soledad le han hecho replantear todo y reconoce que las palabras de Miguel resultaron proféticas.

¿Qué ha cambiado? pregunta Víctor, esperando una reacción distinta. Begoña, sin ti mi vida no tiene sentido. Eres la única mujer que he amado de verdad.

Qué versión termina Begoña su café y deja la taza en el fregadero. Yo pensaba que te habías marchado con Mariana. ¿Te echó ella como a Valentina?

Víctor se queda helado; no esperaba que Begoña conociera los detalles de sus relaciones.

¿De dónde? comienza, pero Begoña lo interrumpe:

No importa de dónde vengas. Lo relevante es que ahora sé la verdad sobre tus búsquedas. Víctor, los niños ya tienen doce y diez años. Se arreglan sin un padre que aparezca cada cuantos años con un ramo.

¡Haré lo que sea! saca el móvil y comienza a escribir. Cualquier condición, lo que pidas.

Un minuto después llega una notificación: transferencia de doscientos cincuenta euros.

Prueba de mi seriedad anuncia Víctor. Quiero volver a la familia, asegurar a los niños, hacerte feliz.

Qué generoso, ¿no? ríe Begoña, mirando la cifra. ¿Crees que te puedo comprar con eso? ¿Que espero a que regreses con el bolsillo lleno?

¡Pero lo haces! grita Víctor. Entonces aún me amas, ¿verdad? ¿Temes confiar en otro hombre?

Ah, ya veo tu lógica replica Begoña, recostándose. Tengo a Miguel, un buen hombre, que se ofreció varias veces. Pero sigo sin querer.

¿Y a mí? se pone duro Víctor. ¿Te importa que haya sido con Miguel? ¡Ese desgraciado siempre estuvo enamorado de ti! ¿Has mantenido una relación con él mientras yo sufría?

Cállate dice Begoña con frialdad. No eres mi marido, querido. Puedes abandonar la responsabilidad de mi vida personal.

Víctor se enfurece:

¿Miguel? ¡Ese miserable! ¿Entonces todo este tiempo fingías con él? Mientras yo buscaba el camino de regreso, tú te divertías con mi amigo.

Silencio le dice Begoña. Tú reflexionas sobre moralidad pese a tus tres matrimonios. Valentina y Mariana son ¿búsquedas espirituales?

¡No lo entiendes! grita. Yo buscaba en ellas a ti, intentaba olvidarte y no lo logré.

Qué romántico ironiza Begoña. Especialmente cuando descubres que las buscas en la cama de otras mujeres, como santo Antonio en el desierto.

Víctor se da cuenta de que ha caído en su propia trampa. Begoña conoce a sus amantes y los motivos de los divorcios; necesita actuar con decisión.

Tienes razón, he sido un irresponsable dice, tomando el móvil otra vez. Tengo todo lo que tengo, incluso el crédito. Lo entrego hasta el último céntimo porque creo que podemos empezar de nuevo.

Otra transferencia: doscientos mil euros.

Eso es todo lo que poseo, incluso el dinero del préstamo afirma. Lo entrego porque confío en que podemos recomenzar.

Begoña verifica el saldo y asiente:

Gracias. Ese dinero lo usaré para la educación de los niños; necesitábamos un refuerzo para los tutores.

¿Entonces aceptas? se ilumina Víctor.

Acepto el dinero sonríeAsí, Begoña cerró el móvil y, con la mirada firme, decidió seguir su propio camino.

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MagistrUm
A la puerta estaba Víctor, su exmarido dos veces, con quien se había separado hace cuatro años.