A la abuela no le importa su nieto: cuando la familia no es igual para todos y una madre tiene que elegir entre su bienestar y el abandono de la suegra

Martes, 14 de noviembre

Siempre me ha parecido que las familias felices son todas diferentes, pero las que duele, se parecen mucho. Hoy necesito volcar mis pensamientos, aunque sea solo en este diario, porque siento que, desde hace tiempo, termino siendo espectador de mi propia vida.

Mi mujer, Clara, me lo soltó, casi como un suspiro resignado:
Tu madre dice que Marta es más débil, que hay que ayudarla más porque no tiene marido. A nosotros nos ve como si todo estuviera en orden.

¿De verdad es así de sencillo?
¿Todo en orden? Clara me miró de reojo. Desde que nació Daniel, engordé quince kilos. Me duele la espalda, tengo las rodillas destrozadas. El médico me ha dicho que o empiezo a cuidarme ya, o en un año ni podré coger en brazos a nuestro hijo. Necesito ir al gimnasio, dos veces por semana, hora y media. Pero con tu trabajo ¿a quién le pido que se quede con el niño? ¿A tu madre? Pero claro, a tu madre el nieto no le interesa, porque ya tiene una nieta…

Preferí no contestar.

Clara apoyó la frente en el frío cristal de la ventana. Fuera, el viejo SEAT de mi madre se alejaba del barrio, las luces traseras desaparecieron tras la esquina.
El reloj de la cocina marcaba las siete en punto.

Carmen, mi madre, no había estado en casa más de tres cuartos de hora. En el salón yo intentaba distraer a Daniel, que, con su año recién cumplido, giraba absorto la rueda de un camión de plástico y lanzaba alguna mirada a la puerta, por la que acababa de desvanecerse su abuela.

¿Se ha ido? asomé la cabeza a la cocina mientras me frotaba el cuello.
Se ha esfumado murmuró Clara. Dice que Daniel ya está “cansado y gruñón” y que no quiere romperle la rutina.

Intenté esbozar una sonrisa, pero no me salió derecho:
Bueno, la verdad es que se quejó un poco cuando ella lo cogió en brazos…

Lo hizo porque ya no la reconoce. Llevábamos tres semanas sin verla. ¡Tres!

Clara se volvió, rígida, y empezó a meter las tazas sucias en el fregadero.

Intenté rodear su cintura, pero se escurrió, buscando la esponja.
Mi madre está acostumbrada a Lucía. Ya es mayorcita, tiene cuatro años, con ella es más fácil…

Clara se giró:
No es más fácil, Paco. Es más entretenido para tu madre. Lucía es la hija de Marta, su preferida. Y nosotros Ni fu ni fa, como se dice aquí.

La semana pasada la situación fue calcada. Mi madre llegó “solo un momento”, trajo a Daniel un sonajero cutre, y ya miraba la puerta.

En ese momento le planteé si podía quedarse un par de horas el sábado con el niño, mientras Clara iba a la farmacia y hacía algo de compra.

Ay, hijo, imposible exclamó mi madre : esta tarde llevo a Lucía al teatro de marionetas y luego Marta me ha pedido que se la deje todo el fin de semana. Que la pobre está agotada, necesita tiempo para ella

Marta cría sola a Lucía, pero ese “sola” es relativo. Cuando busca pareja o “se encuentra a sí misma”, Lucía se instala semanas enteras en casa de mi madre, que la recoge de la guardería, la lleva a clases de baile, le compra vestidos carísimos y conoce a todas las muñecas por nombre.

Clara señaló mi móvil sobre la mesa:
¿Has visto la foto que ha subido tu madre? Mira.

Entré en la galería: Lucía comiendo helado, Lucía empujada en el columpio por la abuela, Lucía modelando plastilina sonriente.
Pie de foto: “Mi mayor felicidad, mi alegría”.

Se pasa el fin de semana entero con ellas y a nosotros apenas nos dedica diez minutos Clara luchaba por contener las lágrimas . ¿Por qué así contigo, Paco? Daniel también es su nieto. Es tu hijo.

No tenía respuesta.

Recordé cuando mi madre me llamó una madrugada porque se le había averiado el grifo y fui corriendo a arreglárselo. Recordé el día que pagué el microcrédito que pidió para comprarle a Marta el móvil último modelo. Recordé aquellos fines de semana de mayo, trabajando en el huerto de la sierra, mientras Marta y la niña estaban a la sombra en la terraza.

¿Por qué no volvemos a pedirle el favor? propuse, poco convencido . Esta vez lo explicamos como un tema serio de salud, no un simple capricho

Clara ni contestó. Ella ya sabía por experiencia el resultado.

***

Hablamos con mi madre el martes por la noche, en altavoz para que Clara oyera.

Mamá, escucha Clara necesita gimnasio por prescripción médica, tiene la espalda fatal

Ay, hijo, ¿pero qué gimnasio ni qué historias? Que haga ejercicio en casa. Si no come bollos, la espalda se le curará enseguida.

No es tan sencillo, mamá. El médico lo ha ordenado. ¿Podrías venir martes y jueves de seis a ocho? Yo te recojo y te llevo luego.

Silencio.
Paco, sabes mi agenda. Recojo a Lucía de la guarde, luego tenemos actividades, salimos al parque. Marta trabaja hasta tarde, me necesita. ¡No puedo dejar a la niña solo por los gimnasios de tu mujer!

Mamá, Daniel es también tu nieto. Apenas le ves una vez al mes.

Venga ya, no empieces. Lucía es una niña, me busca, me quiere. Daniel es muy pequeño, no se entera. Cuando crezca, ya hablaremos. Por ahora tengo muchas cosas.

Se notaba que Clara ya esperaba una respuesta así.
Grité, por primera vez desde hacía años:
¿Entonces mi hijo tiene que ganarse tu atención? ¿Ser mayorcito para que su abuela se fije en él?

No sé por dónde empecé a caminar, pero terminé diciendo:
¿Te acuerdas de la reforma de la cocina? Olvídala. Ese dinero lo vamos a invertir en una niñera para Clara. Mamá, que te ayude Marta, que tú misma has elegido tus prioridades.

***

A la mañana siguiente, mi madre me llamó:

Paco, ¿vas a venir a mirar lo de la campana extractora? Y Lucía te echa de menos

Esta vez respondí tranquilo:
No voy, mamá. Llámale a Marta o al novio nuevo. Ahora estoy ocupado con Daniel y la salud de Clara. No tengo tiempo.

¿Me dejas tirada por los caprichos de tu mujer?

No, mamá, simplemente priorizo mi familia, igual que tú priorizas la tuya.

El tono cambió:
¡Me estás faltando al respeto! ¡Lo he dado todo por ti! ¿Ahora me pagas así?

¿Todo, mamá? ¿Ayudando a Marta con mi dinero? ¿Dándole vacaciones mientras yo trabajaba para ti en el campo? Olvida lo del regalo de cumpleaños, vamos a usar ese dinero en casa; necesitamos una niñera porque a Daniel le falta una abuela.

Y colgué. Por dentro, sentí miedo pero, para mi sorpresa, también alivio.

Tal y como imaginé, mi madre llamó enseguida a Marta y, a las pocas horas, los mensajes llenos de reproches no faltaron. Durante semanas, Clara y yo fuimos el blanco de insultos y chantajes emocionales. Al final, ni contestábamos las llamadas.

Dos semanas después apareció Marta, pidiendo dinero para mamá. Le cerré la puerta sin mediar palabra. Ya está bien de cargar siempre con lo que no nos corresponde.

Por primera vez, elegí a mi mujer y a mi hijo antes que a una madre que solo sabe querer con condiciones. Y si de esta situación me llevo una lección, es esta:
A veces la familia hay que construirla, no solo heredarla. Hay que quererse poniendo límites, y priorizando a quienes realmente te devuelven cariño. El respeto no es obediencia ciega, sino cuidar de los tuyos aunque incomode a quienes se acostumbraron a que todo girara en torno a sus deseos.

Me basta mirar a Daniel dormido y saber que esta vez no fallé.

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MagistrUm
A la abuela no le importa su nieto: cuando la familia no es igual para todos y una madre tiene que elegir entre su bienestar y el abandono de la suegra