¡¿Adónde vais?! ¡Hemos venido a visitaros!
¡No soporto a tu hermana! exclamó Lucía, haciendo una mueca. ¡Me saca de quicio!
No eres la única respondió Alejandro, apoyando a su mujer.
Se mete en todo y se cree la más lista del mundo. Tendrías que ver la cara de triunfo que pone cuando me humilla masculló Lucía entre dientes. Todo el día criticando mi educación o diciendo que voy pasada de moda
Siempre ha sido así se encogió de hombros el marido. Es culpa de mi madre, que la consintió demasiado.
Menos mal que vivimos a cien kilómetros de tu familia dijo Lucía, mirando al cielo.
La suegra, Carmen, y la cuñada, Sofía, vivían en Madrid, mientras que Alejandro y Lucía residían en un pueblecito cercano.
Ambas mujeres eran viudas y compartían piso, así que cada vez que Alejandro y Lucía iban a ver a Carmen, también tenían que aguantar a Sofía.
La hermana de Alejandro no soportaba a su cuñada, así que las peleas eran inevitables.
Al principio, Lucía aguantaba sin decir nada, pero luego decidió contestar, viendo que, con su sumisión, Carmen también empezaba a criticarla.
Cada visita acababa en escándalo, así que la pareja decidió dejar de ir.
Carmen no tardó en darse cuenta y empezó a llamar a su hijo para pedir explicaciones.
¿Por qué no venís? Dos semanas sin veros. ¿No crees que tu madre y tu hermana os echan de menos? reprendió.
Andamos muy ocupados, no tenemos tiempo respondió Alejandro, cortante.
¿Qué tenéis tan importante que hacer? preguntó Carmen, sospechando. ¿Acaso tu mujer te lo prohíbe? La última vez se fue con cara de haber tragado limones.
Ya te dije, tenemos cosas que resolver zanjó Alejandro, colgando rápido.
Pero una hora después, Carmen volvió a llamar para anunciar que irían al pueblo.
¿Por qué? se sorprendió Alejandro.
Vamos a ver a una amiga y de paso os echamos un ojo, ya que no os movéis explicó Carmen, segura.
Alejandro palideció. No dejó de visitarlas para que ahora aparecieran en su casa.
Igual no estamos dijo, intentando disuadirlas.
¿Adónde vais? respondió Carmen, irritada. Me parece que simplemente no queréis vernos. Si es así, decidlo claramente.
Tenemos un cumpleaños improvisó Alejandro.
Pues id, aunque vuestra madre y hermana no vengan todos los días dijo con amargura antes de colgar.
Alejandro se sintió culpable, pero al recordar cómo trataban a Lucía, dejó de preocuparse.
No le dijo nada a su mujer para no alterarla.
Tres horas después, se dio cuenta de su error. Al sonar el timbre, Lucía abrió la puerta.
Al ver las sonrisas burlonas de su suegra y cuñada, se quedó paralizada. No esperaba esa visita.
Alejandro, al reconocerlas, corrió al recibidor.
Lucía, ¿no estás lista? ¿Aún en pijama? dijo, fingiendo no ver a las invitadas.
¿Lista para qué? preguntó Lucía, confundida.
El cumpleaños. ¿Lo olvidaste? sonrió Alejandro con tensión. ¡Ah, mamá, Sofía! ¿Qué hacéis aquí?
Te avisé respondió Carmen, tranquila. ¿Nos dejáis pasar o seguimos en el rellano?
No podemos, nos vamos. Lucía, vístete ordenó Alejandro, tomándola de la mano.
Lucía lo miró extrañada, pero al ver su guiño, entendió que intentaba librarse de ellas.
¿Adónde vais? ¡Si acabamos de llegar! dijo Sofía, cruzando los brazos. ¿No es tarde para un cumple?
No, hay que estar allí a las ocho cortó Alejandro. Llegamos en media hora.
¿Vas así? se burló Carmen, señalando su ropa.
¡Joder, me olvidé de cambiarme! dijo Alejandro, y salió corriendo.
Sofía y Carmen se miraron con escepticismo. No se creían lo del cumple.
¿No podéis cancelar? preguntó Carmen cuando volvió vestido.
No, es imposible fue tajante. Llevamos meses organizándolo. Además, la cena está pagada. Volved la semana que viene.
¿Y si nos quedamos hasta que volváis? propuso Sofía, mirando alrededor.
No, ¿para qué? negó Alejandro. ¿No tenéis otro sitio?
Mejor aquí que en casa de una vieja dijo Carmen con risita. Además, ya fuimos y no le hizo gracia vernos.
¿Os llevo a la estación? sugirió, intentando que se fueran.
No hay autobuses a esta hora respondió Sofía, maliciosa.
Os pago un hotel ofreció Alejandro.
Carmen frunció el ceño, decepcionada. Esperaba que las dejara quedarse.
¿Un hotel? replicó Sofía, ofendida. ¿Tanto miedo tenéis de que os robemos?
No, simplemente no nos gusta dejar a nadie solo en casa intervino Lucía.
Os llevo insistió Alejandro.
¡Ni hablar! dijo Carmen, saliendo.
Sofía la siguió, soltando quejas contra su hermano y cuñada.
Al ver por la ventana que se habían ido, Alejandro y Lucía respiraron aliviados.
La excusa del cumple ya no servía.
Carmen y Sofía tomaron un taxi y volvieron a Madrid, decididas a cortar el contacto con sus “desagradecidos”.
Alejandro solo pensó en ellas cuando fue a la ciudad por un médico y buscaba sitio para comer.
Sofía le abrió la puerta y, al verlo, le dijo secamente que no iban a dejar a “un extraño” en casa.
Alejandro entendió, con amargura, que estaban profundamente ofendidas.
Después de eso, la relación se rompió para siempre.







