No vayas a deshacer la maleta: te marchas de casa.
¿Qué pasa? pregunta Almudena con tono de mando cuando entra. Leo está tumbado en el sofá y ni se levanta al verla.
Lo que pasa, muñeca, es que te vas, y por eso ni te molestes en deshacer la maleta: nos separamos y hoy haces las maletas le responde su marido.
Almudena piensa que lo ha oído mal. ¿Muñeca?
¿Tú me ves pinta de conejita? ¡Si mido casi dos metros! le dice Leo a su amiga, Marta, cuando le sugiere vestirse de conejita.
Da igual contesta Marta, siempre ingeniosa, serás un conejo de campo: pisoteas todo y sales corriendo.
¿Qué talla es el disfraz de conejo? pregunta Leo, desconfiado.
¡Vaya! ¡Ni me acordaba! ¡El traje es de niño, claro! salta Marta fastidia.
Tras unos segundos, propone:
Entonces, ¿qué te parece esto? Tú te vistes de Papá Noel, y Mario, que es mucho más bajito, se pone el de conejo.
¿Y me valdrá la chaqueta? ¿Eso qué llevan los Papás Noeles, un abrigo rojo?
Sí, le queda grande hasta a él, siempre tiene que remangarse confirma Marta.
¿Y el texto? Yo no me sé qué hay que decir.
¡Por Dios, qué texto ni texto! ¡Vas improvisando, que tú eres muy listo! ¡Yo te echo un cable si hace falta! le asegura la amiga.
Marta y Leo son amigos desde el colegio. Ella ahora trabaja en una agencia que organiza eventos y el chico que hace de conejo ha pillado una neumonía justo antes de Nochevieja, así que necesitan suplente a toda costa.
¿Pero qué es esto? diría cualquiera, y con razón. ¿Qué conejo ni qué niño muerto? ¡Si en España siempre viene Papá Noel y los Reyes Magos! Pero el nuevo jefe de la agencia, muy moderno él, quiere innovar.
Quizá arrastre traumas infantiles: lo mismo de niño soñaba con ser conejo y ahora cumple su fantasía. El caso es que ahora hay conejo en la troupe. El disfraz: peluche blanco, gorro con orejas largas, y una mochila de la que asoma una zanahoria de trapo.
¡Vamos a innovar! grita el jefe entusiasmado. ¡Aires nuevos para la rutina!
Frente a tanta energía creativa, don Francisco, aquel jefe de La Gran Noche de Carnaval, resultaría un bendito.
Y así empiezan todos sus bolos: Papá Noel Mario, Marta de duenda y el conejo. Hasta que el conejo cae malo, justo el 30 de diciembre.
Me da igual ordena el jefe. ¡El conejo tiene que salir!
Todo resulta como el villancico, pero con conejo enfermo y todo el mundo en apuros. Leo además tiene la Nochevieja más gris de su vida: Almudena, su mujer, se ha ido a casa de su madre en Ávila, porque la mujer está bastante peor.
Cariño, entiéndelo, no puedo dejar a mamá sola en estas condiciones le dice Almudena, recogiendo cosas de la casa, tercera vez en dos meses.
¡Voy contigo! propone Leo, sin ganas de pasar el fin de año solo.
No hace falta. Ya es bastante que yo lo pase mal, no quiero amargarte la fiesta. Sal con los amigos, anda, distráete.
En el fondo podría haberse apuntado a alguna cena, aunque para entonces, los grupos ya se han formado. Y total, el ánimo está por los suelos.
Entonces le llama Marta, la amiga de siempre. Como en la canción, la que nunca falla. Almudena no soporta su amistad: dice que amistad verdadera entre hombre y mujer no existe. Ni siquiera quería que Leo invitase a Marta a su boda, aunque Marta estaba casada.
Leo, para no discutir, accedió; la amistad, eso sí, siguió aunque sin hacerlo público. Leo sólo la llama desde la oficina.
Ahora, con el plan solitario en el horizonte, y el ofrecimiento de Marta que además es trabajo remunerado, a Leo le parece buena idea. El dinero no es el problema (su postura en una consultora de Madrid permite que Almudena no tenga que trabajar), pero le ayuda a despejarse.
El abrigo de Papá Noel le cuadra, las botas también, y le ponen barba y bigote. Listo para salir de ruta.
El resultado es todo un éxito: los niños recitan versos, el conejo pega saltos, todos bailan el corro y los padres están encantados.
Queda la última visita: a las diez de la noche del 31 de diciembre. Luego todos libres.
Marta, que ya se ha enterado del abandono de Leo, le invita a celebrar la Nochevieja en su casa, con su marido y su madre (que conoce a Leo de toda la vida). Ella tampoco tiene hijos.
Van a esa última función con bastante buen humor, y Mario, para celebrarlo, se toma unas copillas, cosa nunca vista en su papel de Papá Noel.
A las 21:45, Leo llama a Almudena:
¿Cómo vas, cari?
Aquí sigo, resistiendo.
¡Feliz Año Nuevo! ¿Me pasas con tu madre? Quiero felicitarla también.
Está dormida, no la quiero despertar. Yo estoy viendo la tele con los cascos, pensando en ti.
Te quiero, a las doce te llamo.
Y yo a ti, bombón. ¡Cuídate!
Llaman a la última puerta, y Leo se queda petrificado: es Almudena en el umbral. ¡Si supuestamente está en Ávila y hace quince minutos hablaba con él!
Dijo que no necesitaba que él la llevase, que iría en bus.
Va vestida impecable, con el vestido de fiesta. ¿Cuándo ha metido el vestido? Si hizo la maleta delante de él… Magia, puro Houdini, piensa Leo.
¿Será otra? Pero es ella, con su lunar sobre la ceja. ¿Alucinación colectiva por el cansancio?
¡Conejito! grita la alucinación hacia el interior.
¿Conejito? Pero si así es como le llama a él, y justo lo hizo por teléfono hace nada.
Leo sigue paralizado, sintiendo que todo pasa a cámara lenta, como si lo viera desde fuera.
¡Voy, muñeca! responde desde dentro un hombre calvo y barrigudo.
¿Dónde está el niño? ¿El niño Carlos? pregunta Marta disfrazada de duenda.
¡Yo soy Carlos! se ríe el tipo, dándose palmadas en la barriga. Me quise dar un homenaje, ¡qué leche!
A Leo se le cae el alma a los pies: toda la historia de la separación, la madre enferma… Todo era una farsa.
Piensa en liar una buena ahí mismo, pero le da demasiada vergüenza delante de Marta.
Por eso, cambiando un poco su voz, le exige a Carlos que recite el poema. Carlos balbucea algo. Pero Almudena no lo reconoce: tanto ella como el tal Carlos van borrachos, ambiente de fiesta.
¿Por qué ella, tan perfeccionista y fina, se lía con semejante patán?
Almudena se abraza a Carlos, se ríen a carcajadas.
Ahí, a Leo, se le aclaran los regalos de la madre pobre de Ávila que aparecían de vez en cuando.
¡Ahora, a bailar! grita Carlos, que ya está harto de su poesía. Empieza la conga.
¡Pon nuestra canción, muñeca! masculla el conejo. Y Almudena accede. Empieza la juerga.
Bailan Carlos, Almudena y Mario-conejo, que también va achispado. Leo filma todo con el móvil: el coartada de Almudena empieza a desvanecerse.
Al rato, el anfitrión se cansa y los saca a todos a patadas:
Basta, que me quiero acostar. ¡Habéis cumplido, fuera de mi casa! Acompaña a los chicos, muñeca.
Camino de regreso, Marta comenta:
Qué raro, con lo mona que es Almudena. ¿Qué ha visto en ese baboso? ¡Si ni de broma es su marido!
¡Soy yo su marido!, grita Leo por dentro, pero calla.
Ya no tiene cuerpo para ir a la celebración en casa de Marta: no podría fingir normalidad, ni explicar lo que acaba de vivir.
Así que miente, dice que se está poniendo malo y se va solo a casa. No llama a Almudena a las doce, ni después. Que siga la fiesta con su conejito.
Recibe el año solo, dándole vueltas a todo.
Quiere a su mujer, pero tras esto mucho menos. Perdonárselo, ni en sueños. Así que, divorcio. El piso es suyo.
Almudena, al ver que no recibe ninguna llamada (algo inaudito en Leo), se preocupa. Para colmo, se vuelve antes de lo previsto, el día 2, en taxi, pues Leo ni la fue a buscar ni contesta sus mensajes.
¿Qué pasa? entra Almudena con voz autoritaria. Leo sigue tirado en el sofá y ni se inmuta.
Lo que pasa, muñeca, es que te vas hoy mismo: nos divorciamos, y así que no deshagas la maleta responde él, seco.
Almudena piensa que alucina. ¿Muñeca? Pero… solo Carlos la llama así.
¿Y a dónde me voy, exactamente? finge inocencia, atacando ella ahora.
No sé: con tu conejito, o a casa de tu madre en Ávila. Por cierto, ¿ya está mejor? responde Leo.
No es lo que parece intenta Almudena en voz baja. Sabe que la ha pillado, pero ¿cómo? ¿Quién la habrá visto?
Entonces cuéntame tu versión dice Leo, casi divertido ya. ¿El calvo ése era un doctor? ¿O un alquimista, el nuevo Paracelso, que venía a salvar a tu madre? ¿O tal vez un cuidador, pagado por mí como siempre, para cambiarle los pañales? ¿O eras tú contratando un funerario, por si acaso? Venga, no te cortes. ¡Si no te cortaste anoche bailando con los conejitos delante de todos! ¿A que no, muñeca?
Y entonces Leo le pone el vídeo en el móvil.
Almudena guarda silencio. ¿Qué puede alegar? Sí, se lió con otro. ¿Por qué? Por novedad, por aburrimiento. Además Carlos tiene dinero y hace regalos chulos.
¿Buscar trabajo y despistarse? Ni pensarlo; para eso, no estudió.
Pero quién iba a pensar en semejante casualidad
En el fondo, a su manera, quería a Leo. Quizá dependía de él, por eso callaba todo.
Se siente fatal. Si por lo menos fuera una historia de amor, se lo podría explicar. O si hubiera sido una sola vez, Leo quizá la perdonaría; es un buenazo, o solía serlo.
Pero fue traición tras traición, y mentira tras mentira. Eso es imperdonable.
Al final, lágrimas, súplicas y promesas en vano. Leo es firme: Lo acordado es lo acordado. Y tiene razón.
Así se divorciaron. Leo se quedó tranquilo, aunque se arrepiente solo de no haber montado el escándalo la noche de Nochevieja. Por contenerse demasiado, por educación, se perdió una buena venganza.
Bueno, tampoco salió tan mal la cosa, ¿verdad?







