Diario personal, 14 de marzo
Hoy, pensando en todo el camino que me ha llevado a este momento, me doy cuenta de cuánto he pagado por la felicidad de mi hijo. Desde hace tiempo venía dándole vueltas en la cabeza: debía escoger yo misma la nuera, la que sería mujer de mi hijo. Quería una chica adecuada, una compañera perfecta. Porque mi hijo, Álvaro, es el niño más deseado de este mundo. No puedo evitarlo, lo adoro con locura, siempre ha sido mi niño. Le crié como un luchador desde que era un bebé, velé sus noches de fiebre, curé sus heridas, fue durante tantos años solo mío y ahora, ¿he de entregar a alguien tan perfecto a otra mujer?
Siempre supe que llegaría el día en que él querría formar su propia familia, pero confieso que para mí ha sido un trago casi insoportable tener que dejarle marchar. Por eso, urdí un pequeño plan.
Me lo tomé con aparente normalidad cuando noté que Álvaro empezaba a fijarse en chicas. Sin embargo, la relación que tenía entonces era con una muchacha demasiado consentida, y eso no cuadraba conmigo. Le expliqué con claridad que no era una chica adecuada: en casa necesitamos a alguien decente, sencilla y educada.
Sin contarle nada a mi hijo, empecé la búsqueda con la responsabilidad pesando sobre mis hombros. Era esencial encontrar a una joven con la que yo pudiera entenderme, compartir valores y hasta charlas.
Las opciones eran pocas: la hija de la vecina, la hija de una buena amiga y algunas antiguas compañeras de clase de Álvaro. Tras hablar con la vecina y su hija, confirmé que no eran lo que buscaba: la muchacha tenía problemas de salud y sentía que mi hijo merecía a alguien radiante y vital. Luego probé con la hija de mi amiga de la infancia, pero resulta que salía con un chico, así que se descartó también. Lo de las amigas de la universidad fue todavía peor: ni una me convencía.
Me quedé sin candidatas claras. Así que, casi como quien espía, decidí seguir a Álvaro a su trabajo, con la excusa de ver cómo se desenvolvía. No le entusiasmó la idea, pero terminó aceptando. Me pasé un día entero observando sus interacciones. Hablé con compañeras suyas, me empapé de cotilleos y detalles… pero allí no encontré a la chica indicada.
De vuelta a casa, Álvaro sugirió que tomáramos un café en una cafetería del centro. Al principio me negué, aunque luego pensé que quizás el destino me guiaba allí. Observé cómo charlaba amablemente con una camarera joven, guapa y dulce. ¡En ese instante lo supe! Esa chica, Marta, era la respuesta a mis plegarias.
Después de que ella terminara su turno, me armé de valor y le expuse mi propuesta de la forma más delicada posible. La pobre se quedó a cuadros:
¿Está usted segura de lo que dice? ¿No le parece poco tradicional?
Mira, hija, sé que quieres una vida mejor, y mi hijo puede ofrecértela.
Fue entonces cuando, intentando convencerla, le ofrecí una cifra importante, unos 8.000 euros, suficiente para cubrir los estudios universitarios de su hermano pequeño. Finalmente, esa generosidad y la oportunidad para su familia hicieron mella en ella y aceptó mi proposición: haría lo posible por enamorarse de mi hijo.
Empezamos a hablar frecuentemente. Yo la orientaba, le contaba cómo conquistar su corazón, sus gustos, sus anhelos. Quería ver resultados y no tuve que esperar mucho tiempo. Álvaro, absorto, solo hablaba de Marta: de lo bella que es, de sus dotes en la cocina, de la música española que escuchan juntos, de sus películas favoritas. Pronto me pidió que la conociera oficialmente. Accedí encantada a esa cena.
Durante su visita, mantuvimos una conversación sincera. Marta, con luminosa humildad, admitió que se había enamorado de Álvaro y suplicó devolverme el dinero, pero yo tenía todo claro.
Si el amor había surgido genuinamente, ¿para qué iba a reclamar lo invertido? Le pedí que se quedara con el dinero y que poco a poco se preparara para el día de la boda.
Hoy mis hijos son felices. Tengo una nuera obediente que es, además, mi gran amiga. Y el secreto que compartimos quedará siempre entre nosotras. Me alegra, de corazón, haber tomado la decisión que garantiza la dicha de mi hijo.







