Una joven cuidaba de la abuela de su vecina, todos pensaban que era por interés en la herencia, pero estaban muy equivocados.

La joven cuidaba de la abuela de su vecina, y todos pensaban que lo hacía para heredar su fortuna, pero estaban equivocados.

Inés nunca conoció a su padre; él abandonó a su madre cuando ella era apenas una niña pequeña. Le quedaban solo su madre y su abuelo, quienes la criaron entre los portales blancos de Salamanca, donde el sol se esconde tras las torres de la ciudad. Una noche, la enfermedad agarró a su madre como niebla densa, y se la llevó cuando Inés tenía apenas diez años. Así, Inés se quedó únicamente con su abuelo, que era para ella como las paredes antiguas de una plaza: lo era todo.

Su abuela ya había desaparecido poco antes que su madrepor lo que solo quedaban ella y el abuelo como raíces de un viejo olivo. Inés creció y con el tiempo se convirtió en una mujer joven, trabajaba y cuidaba del abuelo. Pero desde hacía un tiempo, el abuelo solo podía permanecer tumbado en la cama, tan débil como una rama seca balanceándose al viento. Inés intuía que el momento de la despedida no tardaría en llegar.

Inés, tengo que pedirte un favor.

¿Qué pasa, abuelo?

Verás, tu abuela tenía una amiga del alma, Rosaura. Eran como hermanas, siempre se echaban una mano. Ella venía cada tarde a charlar, a traer dulces y risas. Cuando tu abuela se fue, empecé yo mismo a visitar a Rosaura. Querida mía, no la dejes sola cuando yo me vaya. Prométeme que cuidarás de ella.

Te lo prometo, abuelo.

A la mañana siguiente, el abuelo se fue, ligero como brisa. Inés quedó sola y la ciudad le pareció más vacía que nunca. Comenzó a visitar la casa de Rosaura, donde el aire olía a eucalipto y recuerdos. Le ayudaba con la comida, con las labores sencillas, llenando la casa de nuevas conversaciones. Lo curioso era que Rosaura tenía familia, pero nadie parecía acordarse de ella, como si fuera invisible entre las aceras de la ciudad. Tres años pasaron así, hasta que Rosaura cerró también los ojos y se fue tras su amiga.

El día del entierro, la familia apareció de la nada como sombras inquietas, registrando cajones y armarios, buscando algo que chisporroteara como monedas de euro bajo el sol. Inés solo cogió una foto de Rosaura, donde la sonrisa parecía flotar entre los objetos de la sala, y salió de la casa, dejando atrás las voces codiciosas.

Al día siguiente, llamó a su puerta la hermana de la difunta, vestida de tonos grises y con las manos temblorosas.

Inés, mira, la cosa es dudó un momento, apoyando la frente en las manos Rosaura escribió un testamento para ti. Pero entiéndelo, tú para ella no eras nadie de sangre, y nosotras somos su familia. Es cierto que no la cuidé, pero la vida me ha golpeado mucho. Te recompensaré de alguna manera.

De acuerdo respondió Inés, como si estuviera escuchando la lluvia contra las ventanas. Págame.

Pero ¿Inés se quedó con todo lo que le correspondía? No, entregó hasta el último céntimo a un hogar de niños, y así el sueño siguió, flotando sobre los tejados de Salamanca como un secreto de los que nunca se cuentan en voz alta.

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MagistrUm
Una joven cuidaba de la abuela de su vecina, todos pensaban que era por interés en la herencia, pero estaban muy equivocados.