12 de marzo
A veces la vida te sorprende, y quién diría que todo podía haber sido tan distinto. Mi vecina siempre se asombra por nuestra suerte: los hijos que nos ayudan, los nietos que nunca se olvidan de nosotros y nos visitan con tanta frecuencia.
Hoy viene mi nieto mediano, Víctor. Su abuelo, Emilio y él se pasan las tardes entre números y ejercicios de mates, y también le enseña a hacer dominadas en la barra del parque, justo debajo de nuestro portal aquí en Salamanca.
Ni siquiera hemos cumplido los setenta y cinco, y todavía nos sentimos jóvenes. Tres nietos maravillosos nos alegran los días.
Ya ayer por la tarde, mis dos nietas la pequeña, Inés, y la mayor, Lucía vinieron a ayudarme con unas galletas caseras. ¡Qué mejor acompañamiento para el té! Además, así tenemos algo con que agasajar a Víctor esta tarde.
Ana, deberíamos comprar un globo terráqueo dijo Emilio, sacándome de mis pensamientos. Víctor e Inés no terminan de entenderse bien con los mapas. Nos hace falta un globo grande, mujer.
Y también un balón. Hemos visto con Víctor cómo juegan al baloncesto los chavales en el parque. Se ha quedado con ganas.
Llamaron al timbre. Era Víctor, de vuelta del colegio.
¡Hola, abuela! ¡Hola, abuelo! Por el camino he traído vuestros bollos de nata preferidos.
Dejó la mochila, fue directo a lavarse las manos, como le enseñé siempre.
¿Qué tal ha ido el colegio? ¿Notas nuevas? preguntó Emilio.
Abuelo, dos cincos en mates… ¿Me ayudas hoy a entenderlo? Estoy hecho un lío, abuelo… me partía el alma la cara de decepción que llevaba.
¿No quedamos en que todo estaba claro la última vez? Anda, ven, que lo repasamos juntos y lo dejamos listo.
Emilio, acaba de llegar. Que meriende primero, luego ya os ponéis.
Pues entonces sírveme un poco de cocido con su toque de nata, a ver si cojo ánimo Emilio guiñó a Víctor, y todos reímos.
Tras la comida, Víctor y su abuelo se marcharon a la mesa del fondo con los libros. Yo los miraba con ternura, pensando en lo rápido que ha pasado el tiempo.
Pronto empieza la temporada de la casa de campo, ¡qué maravilla! El aire de la Sierra de Francia, tan limpio y dulce. Inés y Víctor pasarán allí con nosotros unas semanas, y Lucía viene los fines de semana con sus padres. Ya va para diecisiete, toda una mujer.
Lucía está en la escuela de enfermería, hace prácticas en el hospital. Le encanta, sueña con ser médica algún día y ayudar a los demás. Es buena, noble y fuerte; sé que lo conseguirá.
Me acerqué al aparador y recogí la foto de mi hijo.
Ay, Álvaro, hijo, ojalá pudieras ver cómo vivimos ahora. Perdónanos, hijo, si en algo fallamos tu padre y yo… Si de alguna forma te fallamos y no supimos ayudarte. No pudiste con todo, hijo mío… Levanté el rostro, tragándome las lágrimas. No, hoy no lloro. Siento y espero que puedas vernos, y que te alegres. La vida, tan rara, tan revuelta… Alegrías y penas a la vez. Poco pudiste disfrutar, hijo… Pero ya no sirve lamentarse. No se puede volver atrás.
Ana, ¿no me oyes? ¡Clara y Marcos han llegado! E Inés viene con ellos.
¡Abuela! La pequeña Inés me saltó al cuello y me abrazó fuerte, tan delicada y cálida.
Mírame, abuela dijo ella, girándome la cara, ¿has visto qué trenza más bonita? Como la tuya, ¡porque me parezco a ti! Te quiero mucho, abuela… decía Inés con sus bracitos rodeándome el cuello. Casi se me escaparon las lágrimas.
¡A ver, no te olvides del regalo para la abuela! Clara y Marcos sonreían al vernos.
¡Abuela, déjame! Inés rebuscó en el bolso de su madre y sacó un papel doblado. Mira, lo he dibujado hoy en el cole. Eres tú, el abuelo, mamá, papá, Lucía, Víctor y yo. ¡Para vosotros, de parte de la familia entera! ¿Te gusta, abuela?
Muchísimo, hija. ¡Y cómo nos parecemos todos! Emilio, ven a ver qué nos ha regalado Inés. Lo voy a enmarcar, para mirarlo cada día. Nuestra familia al completo.
Bueno, Ana, tenemos que irnos. Víctor, ¿llevas la mochila? Ana, Emilio, mañana veníos a comer a casa. Los niños preparan su concierto. Nos vamos. Gracias por todo, ¡hasta mañana!
Se cerró la puerta. Nos quedamos Emilio y yo tomando un té en silencio.
Qué suerte tener una familia tan grande, Emilio.
Sí, Anita.
¿Recuerdas cómo Álvaro trajo a Clara a casa? Qué ilusión me hizo. Creía que quizá Álvaro cambiaría… Fue un año maravilloso. Y luego todo volvió atrás. Esas malas compañías…
No, Ana, no te pongas triste Emilio me abrazó.
Y después Clara se fue. Y a Álvaro… le ocurrió lo que le ocurrió en aquella pelea, y todo se acabó. Ya no tenemos a nuestro hijo.
Hoy estás muy sentimental, Ana Emilio me limpió la mejilla.
Nada, que Inés me ha emocionado con su dibujo. Y sólo pienso en la suerte que tuvimos de encontrar a Clara cuando esperaba a Inés, ya sin Álvaro. Y que luego ella conoció a Marcos, y gracias a ellos, además de Lucía, tenemos a Víctor e Inés. Todos son nuestros, de verdad.
Y mira, si teníamos que pasar por todo esto para llegar aquí, te lo digo claro, Emilio: somos los abuelos más afortunados del mundo.
Porque una familia como la nuestra, es el mayor regalo de la vida.
Donde hay amor y comprensión, no hay cabida para la tristeza.







