Tuve que poner una nevera aparte, cuenta Lucía. La situación es surrealista, pero no tenía otra alternativa. No me importa vender el piso y repartir el dinero, pero mi madre se niega rotundamente.
Lucía acaba de cumplir 24 años. Ha terminado sus estudios universitarios y tiene trabajo, aunque todavía no se ha casado. Su vida en el hogar familiar no ha sido fácil. Es propietaria de la mitad del piso. Antes, la vivienda pertenecía a su padre. Ella y su madre la heredaron a partes iguales hace diez años, cuando Lucía tenía 14.
La familia pasó un mal momento entonces; se quedaron sin el principal sostén económico. La madre de Lucía, Pilar, dejó de trabajar cuando Lucía era pequeña, renunciando incluso a la baja por maternidad. El marido ganaba bien y ella decidió dedicarse a las labores del hogar. Pero después de la muerte del padre, Pilar lloraba: ¿Quién me va a aceptar ahora con cuarenta años? ¿De limpiadora?.
Lucía sigue contando su historia: Recibía una pensión de orfandad, pero mi madre no se privaba de ir a peluquerías y comprar cosas nuevas, aunque apenas llegábamos a fin de mes. Al principio nos ayudaba su hermano, pero se cansó de todo eso.
Mi tío le dijo a Pilar que tenía que buscar trabajo. Él ya tenía sus propios hijos y no podía mantener a todos. Al cabo de un año, Pilar llegó a casa con un hombre nuevo. Se llamaba Vicente. Pilar anunció que empezaría a vivir con nosotros. Encontró su solución para la falta de dinero casándose. Es verdad que Vicente ganaba bastante dinero, pero jamás pudo entenderse con su hijastra.
Las palabras de Vicente eran hirientes: Tú solo comes. Más te valdría lavar la ropa o limpiar. ¿Por qué tienes que hacer los deberes? ¿Vas a ir a la universidad? ¿Qué universidad ni qué rollos? Tienes que trabajar. ¿O piensas que voy a mantenerte para siempre?
Lucía no se atrevía a responder. Es cierto que recibía la pensión, pero el dinero lo gestionaba su madre. Pilar nunca defendió a su hija delante del padrastro. Solo tenía miedo de perder al hombre que ahora mantenía la familia.
¿Y si vivimos sin él?, preguntaba Lucía. No discutas y haz lo que te diga. Él es quien trae el dinero a casa, respondía Pilar.
Lucía logró ingresar en la universidad y encontrar empleo. Todo ese tiempo la vieron como una boca más que alimentar y como una carga para el padrastro. Siempre calculaba cuánto gastaban en ella.
Seis meses después de empezar a trabajar, pude comprarme una nevera propia, relata Lucía. La puse en mi habitación porque Vicente había cerrado la de la cocina con llave.
¿Tienes trabajo?, pues mantente tú sola, le dijo Vicente.
Pilar, una vez más, permanecía callada, incluso cuando Vicente le enseñaba a Lucía las facturas del agua, la luz y otros gastos del hogar, exigiendo que le devolviera todo lo que había gastado en ella durante años. Al poco tiempo, Vicente perdió su empleo. Entonces, él y Pilar empezaron a vaciar la nevera de Lucía. Los gastos recaían enteramente sobre ella. Al principio pagaba, pero Vicente estuvo casi un año parado y Lucía llegó al límite, por lo que puso un candado en su nevera. Evidentemente, Pilar se opuso, alegando que Vicente los había mantenido todo ese tiempo.
Lucía, firme, le dijo: Si quieres ayudarme, hazlo. No soy la primera que decide que en esta casa hay que repartir las cosas. Busca trabajo.
Hace poco Vicente se marchó del piso. Pilar se cansó de un hombre que ya no aportaba nada. Pero Lucía no ha quitado el candado de la nevera, convencida de que su madre también debería ponerse a trabajar.
Hay momentos en la vida en los que proteger lo tuyo no es egoísmo, sino defensa propia. Lucía aprendió que, aunque la familia es importante, también lo es marcar límites sanos y exigir responsabilidad. En esta vida, el respeto y el esfuerzo compartido mantienen los hogares, no solo los lazos de sangre.







