Abuela, necesito pedirte un favor, me hace falta dinero. Mucho dinero.
Su nieto ha venido a verla por la tarde, y se le nota nervioso.
Normalmente viene a casa de Teresa Jiménez un par de veces a la semana. Si hace falta, va al mercado por ella, saca la basura. Incluso le arregló el sofá hace poco ¡aún le queda mucha vida! Siempre tan tranquilo, tan seguro de sí mismo. Pero hoy le tiembla la voz.
Teresa siempre ha sentido cierta inquietud ¡hoy en día pasan tantas cosas!
Jaime, ¿puedo preguntarte para qué necesitas el dinero? ¿Y cuánto es eso de mucho? Teresa se tensa por dentro.
Jaime es su nieto mayor. Un chico bueno y noble. Terminó el bachillerato hace un año, ahora estudia Administración por la UNED y trabaja. Por lo que cuentan sus padres, nunca ha dado problemas. Pero ¿para qué necesita tanto dinero?
Ahora no puedo contártelo, pero te lo devolveré, te lo prometo. Eso sí, tendré que hacerlo poco a poco responde Jaime, incómodo.
Sabes que vivo de mi pensión, hijo. Dime, ¿cuánto necesitas?
Mil euros.
¿Y por qué no se lo pides a tus padres? Teresa pregunta casi sin pensar, aunque ya imagina la respuesta. El padre de Jaime, su yerno, siempre ha sido estricto y cree que su hijo debe aprender a apañárselas solo. Nada de meterse donde no le llaman.
No me lo van a dar confirma Jaime.
¿Y si se ha metido en algún lío? Si le doy el dinero, ¿será peor? Pero si no lo hago, ¿no estaré dejándole tirado?
Teresa mira a su nieto con preocupación.
Abuela, no te preocupes, no es nada malo Jaime interpreta la mirada a su manera . Te juro que en tres meses te lo devuelvo. ¿No confías en mí?
Tal vez debe darle el dinero. Incluso si luego no se lo devuelve. Alguien tiene que confiar en él y apoyarle. No debe perder la fe en la gente. Además, ella tiene esos ahorros para un imprevisto, ¿y si esta es la ocasión? Jaime confía en ella y ha venido a pedírselo. Ya pensará en su propio entierro más adelante, ahora hay que pensar en los vivos. Y tener fe en los tuyos. Siempre se dice: si prestas dinero, dalo por perdido. Esta juventud es una caja de sorpresas. Pero, por otra parte, Jaime nunca la ha decepcionado.
De acuerdo, te dejaré el dinero. Por los tres meses que dices. Pero, ¿no crees que tus padres deberían saberlo?
Abuela, sabes cuánto te quiero y que siempre cumplo mis promesas. Pero si no puedes, intentaré pedir un préstamo. Trabajo y puedo intentarlo.
A la mañana siguiente, Teresa va al banco, saca la cantidad y se la da a Jaime.
Él sonríe feliz, la besa y le da las gracias:
Gracias, abuela, eres la persona más importante de mi vida. Te lo devolveré, te lo prometo y se va corriendo.
Teresa regresa a casa, se sirve un té y se queda pensando. ¿Cuántas veces en su vida ha necesitado ayuda? Y siempre hubo alguien dispuesto a tenderle la mano. Ahora todo el mundo va a lo suyo, ¡qué tiempos éstos!
Una semana después, Jaime pasa por casa con una alegría inmensa:
Abuela, aquí tienes una parte, me han dado un adelanto en el curro. ¿Puedo venir mañana acompañado?
Por supuesto, venid los dos, os haré tu tarta favorita, la de amapola sonríe Teresa. Piensa que así quizá se entera de todo y se queda tranquila sabiendo que a su nieto no le pasa nada malo.
Jaime regresa por la tarde, con una chica delgadita a su lado.
Abuela, quiero presentarte a Carmen. Carmen, esta es mi abuela Teresa Jiménez.
La chica le sonríe amable.
Encantada, Teresa, y muchísimas gracias.
Pasad, es un placer conocerte Teresa suspira aliviada al ver lo simpática que parece.
Todos se sientan a merendar.
Abuela, antes no podía contártelo. Carmen estaba muy preocupada porque a su madre le surgió un problema de salud. No había nadie más que pudiera ayudarles. Carmen es muy supersticiosa y no quería que contara para qué era el dinero. Pero ahora todo ha salido bien, su madre está operada y va a mejorar, ¿a que sí? Jaime mira a Carmen y le toma la mano.
Muchas gracias, Teresa, de verdad, no sabes cuánto te lo agradezco Carmen aparta la mirada, emocionada.
Ya está bien, Carmencita, no llores, todo pasó dice Jaime levantándose . Abuela, nos vamos, que ya es tarde.
Id con cuidado, hijos. Que os vaya todo bien Teresa hace una cruz en el aire, como siempre hacía su madre.
Su nieto se ha hecho mayor. Un buen chico. Ha valido la pena confiar en él. No era solo cuestión de dinero. Ahora están más unidos.
Un par de meses después Jaime le devuelve todo el dinero y le cuenta a Teresa:
Ni te imaginas, abuela, el médico dijo que llegaron a tiempo. Si no hubieras ayudado, todo podría haber acabado muy mal. Gracias de verdad. Por eso, ahora sé que siempre hay alguien dispuesto a ayudar en el peor momento. Abuela, tú lo eres todo para mí.
Teresa le revuelve el pelo, como cuando era niño.
Venga, anda, y no te olvides de venir con Carmen a merendar.
Seguro que venimos Jaime la abraza con cariño.
Teresa cierra la puerta y recuerda lo que le decía su propia abuela:
“Siempre hay que ayudar a los tuyos. Así lo hemos hecho siempre aquí en España. Quien da la cara por los suyos, nunca queda solo. Eso no se debe olvidar.”







