¡Tendríamos que habernos preparado antes para la llegada del bebé! — Mi salida del hospital fue memorable: mi marido vino a recogerme directamente de la oficina porque su jefe no le permitió pedir días libres, aunque le pedí que organizara todo para el nacimiento. Si lo hubiéramos hecho antes, habríamos lavado la ropa, comprado lo necesario y puesto la casa en orden… ¡pero no! Al volver, encontré la casa hecha un desastre, sin carrito ni cómoda, y ni siquiera había comprado la ropita del bebé. Menos mal que mis amigas me trajeron pañales. ¿Debería Renia culpar a su familia por la falta de preparación, o fue responsabilidad suya? ¿Tú qué harías en su lugar?

¡Ay, debería haberme preparado antes para la llegada del bebé!

Mi salida del hospital fue toda una odisea. Mi marido estaba trabajando y vino a buscarme directamente desde la oficina, con la corbata torcida y el café en mano. Le pedí que se cogiera unos días de permiso o al menos la tarde libre, pero el jefe no le dio tregua. Le rogué que fuera preparando todo para el nacimiento del niño, y él, muy digno, me dijo que tranqui, que lo tenía todo bajo control. Si no fuera por eso, habríamos hecho la colada, comprado lo necesario y ordenado el piso con tiempo. Pero, claro… se queja Renata, de treinta años, soltando una risita resignada.

¿Y al final, cumplió su palabra?

¡Ni por asomo! Fui al hospital sin tener nada preparado. Al volver, el piso era una jungla. Me moría de la vergüenza delante de la familia que vino a conocer al pequeño. Había tanto polvo que podía dibujar arte cubista en las estanterías. Ni cochecito, ni cómoda, ni siquiera se molestó en comprarle ropa al crío. Menos mal que mis amigas me dieron pañales y algún body. suspira Renata, encogiéndose de hombros.

Renata se casó hace seis años. Ahora, al fin, ella y su marido son padres. Habían retrasado mucho lo de tener hijos, esperando a estar asentados. Cuando la cosa mejoró, Renata decidió lanzarse a la aventura de la maternidad.

Avisé a mi jefe de que estaba embarazada y, vamos, me echó como quien quita el polvo de la alfombra. Otros habrían ido a juicio, pero yo pensé que sería una señal del universo para descansar. Me dediqué a preparar el nido, bordar, pasear y disfrutar del tiempo libre. El dinero no era un problema porque a mi marido acababan de ascenderle cuenta Renata, como si le hubiera tocado la lotería de la tranquilidad.

El embarazo fue viento en popa. La futura mamá leía, paseaba por el Retiro y escogía los artículos para el bebé con pausa y temple.

Mi marido es de los que creen que no hay que comprar nada hasta después de dar a luz. Un clásico. Y así me lo explicó, tan convencido. Mi hermana prometió darnos la cuna y una cómoda, y de paso guardó otras minucias por si acaso. Me pidió, eso sí, que lo recogiera todo antes, lo lavara, lo dejara listo… Yo solo metí la bolsa del hospital en el maletero, que me tenía prohibido hacer nada más resopla Renata.

Pero el gran susto llegó cuando comenzaron las contracciones. Al futuro papá casi le da un síncope al caer en la cuenta de la lista interminable de compras pendientes. Renata, entre contracción y contracción, solo pensaba en que no había puesto la colada, y la ropa esperaba apolillarse en la lavadora.

Gracias a mis amigas, que me dieron ropita y pañales, tuve con qué vestir al peque. Mi marido se convirtió en atleta, corriendo como loco por todo Madrid a la caza de cosas para el niño. Pero todo lo que encontraba venía con extra de polvo y manchas vintage. Me tocó ponerme a lavar y esperar a que se secara. En ese momento, sinceramente, estuve tentada de liquidar a toda la parentela y pedir el divorcio y lo cuenta casi entre risas y llanto.

Durante varios días, Renata se dedicó a adecentar el piso, que parecía un mercadillo tras las rebajas. Han pasado dos meses desde el nacimiento de su hijo, pero ella sigue negándose a invitar a nadie a casa.

Los parientes dicen que ya ha pasado el tiempo prudencial y que están deseando venir. Y una, ¡hala! Que si hay que montar una comida de estreno… ¿Pero esto qué es? Ya han decidido que yo hago de anfitriona dice Renata, visiblemente estresada.

La madre de Renata no comprende por qué su hija no irradia felicidad. Se nota que no lo prepararon todo con antelación. ¡Hija, con nueve meses en casa, podrías haberlo pensado! Podría haberle pedido al marido que subiera los muebles o que fregara un poco, y hasta tratar de hacerle entrar en razón sobre comprar algunas cosillas básicas. Hay que ser previsora, ¡porque esperar que ellos lo sean…! ¿Quién confía en los hombres para estas cosas?

¿Y tú qué piensas? ¿Tiene derecho Renata a quejarse de la familia, o fue culpa suya? ¿Debería haberse preparado ella sola para la llegada del bebé? ¿Qué harías tú en su lugar?

Rate article
MagistrUm
¡Tendríamos que habernos preparado antes para la llegada del bebé! — Mi salida del hospital fue memorable: mi marido vino a recogerme directamente de la oficina porque su jefe no le permitió pedir días libres, aunque le pedí que organizara todo para el nacimiento. Si lo hubiéramos hecho antes, habríamos lavado la ropa, comprado lo necesario y puesto la casa en orden… ¡pero no! Al volver, encontré la casa hecha un desastre, sin carrito ni cómoda, y ni siquiera había comprado la ropita del bebé. Menos mal que mis amigas me trajeron pañales. ¿Debería Renia culpar a su familia por la falta de preparación, o fue responsabilidad suya? ¿Tú qué harías en su lugar?