Pagué por la felicidad de mi hijo
Durante mucho tiempo le di vueltas al asunto y al final tomé una decisión: sería yo quien elegiría a la futura esposa de mi hijo. Me parecía lo más correcto escoger a la chica adecuada y después unirlos en pareja. Mi hijo es el mayor tesoro de mi vida. Estoy locamente orgulloso de él. Lo crié sólo para mí. Desde que era apenas un bebé lo formé como a un auténtico luchador; noches en vela, todas las enfermedades, todo lo superamos juntos. ¿Y ahora tenía que entregar a este hombre perfecto a otra mujer?
Siempre supe que llegaría el día en que mi hijo buscaría su media naranja, pero cederlo a otra mujer me parecía insoportable. Así que elaboré un plan.
Afronté con calma el hecho de que mi hijo comenzara a fijarse en chicas, pero no logré sintonizar con su primera novia, una muchacha bastante caprichosa. Se lo dije claro: esa chica no era para él. Necesitábamos una joven honrada, sencilla y de buenos valores.
Por supuesto, no le conté nada a mi hijo sobre mis intenciones. Empecé a buscarle esposa con toda la seriedad que la tarea requería. Quería una chica con la que yo pudiera entenderme.
Las candidatas eran pocas: una vecina, la hija de un amigo y algunas compañeras de clase de mi hijo. Tras conversar con la vecina y su hija, vi enseguida que no era lo que buscaba. La muchacha era bastante corpulenta y yo aspiraba a que mi hijo tuviera una vida feliz. Yo quería para él a una joven con salud y energía.
Después hablé con la hija de mi amigo, pero resultó que estaba saliendo con alguien, así que esa opción también quedó descartada. Las amigas de clase de mi hijo mejor ni comentarlas, era un disparate absoluto.
Ya no me quedaban más opciones. Tuve que recurrir a seguir a mi hijo para observar por mí mismo qué chicas le llamaban la atención.
Me vi obligado a recurrir a un pequeño engaño y le dije que quería ver cómo era su ambiente de trabajo. No le entusiasmó mucho la idea, pero aceptó de mala gana. Pasé toda la jornada observando su trato con las compañeras. Quería descubrir a cuál de ellas le resultaba atractiva. Hablé con varias empleadas y me enteré de algunas cosas curiosas.
Pero tras aquel día llegué a la conclusión de que en el trabajo no encontraría a la muchacha. De camino a casa, mi hijo propuso que fuéramos a tomar algo a una cafetería. Al principio rechacé, pero luego pensé que ese sitio podría deparar una sorpresa En la cafetería observé cómo mi hijo charlaba animadamente con una camarera muy simpática. En ese momento lo vi claro: esa era la chica que buscaba.
La camarera se llamaba Inés y tenía un carácter humilde y agradable. Decidí hablar con ella y explicarle la situación:
¿Está usted loco? me preguntó perpleja. Eso no es propio, ¿verdad?
Bueno, quieres mejorar tu vida, y mi hijo puede ayudarte a conseguirlo le respondí.
Le ofrecí una suma bastante generosa, suficiente para cubrir de sobra los estudios de su hermano pequeño. Pudo más el vínculo familiar que los principios y me prometió que se esforzaría en enamorar a mi hijo.
A partir de entonces mantuvimos el contacto. Yo le daba todos los consejos necesarios para ganarse al chico.
Quería resultados y no tuve que esperar mucho. Mi hijo se volvió completamente loco por Inés. No paraba de hablarme de lo guapa que era, de cómo cocinaba, la música que le gustaba o las películas que veía. Un día, le pedí que me la presentara y cumplió mi deseo.
Cuando Inés vino a casa, hablamos con tranquilidad. Ella me confesó que ya sentía algo por mi hijo y me pidió devolverme el dinero, pero ese no era mi propósito.
Si entre los jóvenes había surgido amor, ¿por qué iba a exigirle que devolviese nada? Le recomendé que guardara el dinero y empezara a prepararse poco a poco para la boda.
Ahora mis hijos son felices y yo tengo una nuera cariñosa y obediente, que será como una amiga para mí. Nuestro pequeño secreto quedará siempre entre nosotros. Me alegra haber ayudado a mi hijo a encontrar la felicidad, aunque he aprendido que no todo puede ni debe controlarse; a veces, la vida también elige por nosotros.







