¡No quiero otra nuera, y haz lo que te dé la gana! exclamó la madre a su hijo.
Martín estaba a punto de terminar la carrera y pensó que era el momento perfecto para casarse con su primer amor del instituto, Lucía. Lucía era guapa, pero además de eso, era una chica simpática e inteligente. Por aquel entonces, andaba liada con la tesis de fin de máster. Los tortolitos acordaron que se casarían en cuanto ella defendiera la tesis.
Martín decidió contarle a su madre el tema de la boda, pero la señora no traía buenas noticias bajo el brazo. O Martín se casaba con Belén, la muchacha de la casa de al lado, o con ninguna. Así de claro y olé. Después, le suelta la pregunta de las preguntas: ¿Qué es más importante para ti, el amor o la carrera?. Su madre soñaba con verlo convertido en un gran hombre de éxito con corbata y coche caro.
Belén venía de una familia con posibles, y además llevaba años con la mirada puesta en Martín, mientras él sólo tenía ojos para esa Lucía, que venía de una familia de las que no salen en las revistas del corazón. Para colmo, la madre de Lucía tenía fama de haber sido más movida que la Puerta del Sol. ¿Qué dirían en el barrio?
¡No necesito otra nuera, haz lo que quieras! insistió la madre, como quien habla al viento.
Martín intentó convencer a su madre, pero ni con mil sermones la mujer aflojaba. Al final le soltó que, si se casaba con Lucía, encima la maldecía. Y ahí, el valiente Martín se achantó. Siguió viéndose con Lucía durante otros seis meses, pero la cosa, poco a poco, fue perdiendo chispa.
Al final, se casó con Belén. Ella sí que estaba colada por él, de verdad, pero ni siquiera montaron boda grande. Martín no quería que Lucía viera las fotos por ningún sitio. Como los padres de Belén tenían una mansión en las afueras de Madrid, Martín se mudó allí, y la familia de ella se volcó en ayudarle a escalar en la empresa y hacerse un nombre. Pero la felicidad, esa, nunca apareció por casa.
Martín no quería saber nada de tener hijos. Belén, al ver que aquello no cambiaba ni un poco, fue quien pidió el divorcio. Cuando esto ocurrió Martín ya había soplado cuarenta velas, y su exmujer, Belén, treinta y ocho. Ella rehízo su vida, tuvo una criatura y finalmente, fue feliz como una perdiz.
Martín nunca dejó de soñar con casarse con Lucía. Intentó dar con ella, pero nada, como si la tierra se la hubiera tragado. Luego se enteró, por un amigo del barrio, que después de dejarlo con él, Lucía se había casado con el primer fulano que encontró, uno que resultó ser un cafre de cuidado. La cosa acabó tan mal, que Lucía murió por culpa de ese desgraciado.
Después de aquello, Martín se volvió a su piso viejo de Lavapiés y se dedicó a ahogar las penas en Rioja barato. Siempre mirando una foto de Lucía, sin poder perdonar jamás a su madre por haber metido tanto las narices en su vida.







