La abuela echó a su nieto y a su esposa y, a los 80 años, decidió vivir sola: Así reaccionó la familia española ante su elección de independencia

Nuestra abuela tiene ochenta años. Hace una semana decidió, sin titubear, echar por la puerta a mi hermano mayor y a su mujer. Desde ese momento, apenas le dirige la palabra a nadie. Si le anunciamos por teléfono que pensamos visitarla, cuelga en cuanto puede. Ni le abre la puerta a las visitas, por mucho que toquen el timbre.

¿Por qué se mudó mi hermano a un piso de alquiler? Ni por todo el oro de Madrid lo confiesa. La verdad, tampoco me sorprendió lo de la expulsión: siempre fue un irresponsable y más amigo de vivir a cuerpo de rey que de ayudar a la yaya.

En cuanto abuela se vio viviendo sola y con sitio de sobra en el piso, la familia que somos muy de reuniones celebró un concilio familiar. Faltó ella, claro. Encima de la mesa había una gran y única cuestión: ¿Cómo iba a apañárselas sola a su edad?

La hermana de mi padre apostó por su hija, una treintañera que lleva más tiempo en el paro que el Palacio Real en pie, para que cuidara de la abuela. Por todos es sabido que su sobrina es tan despreocupada como una tarde de siesta en agosto.

La otra hermana propuso meter a la abuela en un estudio minúsculo. Ahora que los jóvenes han ocupado el piso grande ¿cómo va a poder pagar abuela ese alquiler tan desorbitado?, argumentó, pensando más en los euros que otra cosa.

Mi tío, oportunísimo, se ofreció a llevarse a la abuela y así dejar el piso para su hijo. No es fácil vivir solo con ochenta tacos, decía, mejor que los jóvenes se independicen y nosotros cuidamos de mamá. Vamos, que todos estos desinteresados ofrecimientos parecían pura caridad, pero olían a oportunidad inmobiliaria.

¡Me preocupa mi madre! Así estará en buenas manos decía mi tío, con cara de no haber roto un plato.

El caso es que la abuela ya había vivido antes con uno de los hijos de ese tío y ahora quería colarle allí al otro. Mi padre sugirió una alternativa revolucionaria: que la abuela elija cómo quiere vivir. ¡Menudo escándalo! Casi le caen encima.

La tía más pesada se salió con la suya y propusieron que su hija se instalara en casa de la abuela. Así pues, la muchacha hizo la maleta y llamaron a la abuela para comunicarle la brillante decisión del consejo familiar. Nuestra abuela, que huele a la legua el percal, colgó el teléfono tan tranquila.

La sobrina, de camino, ya soñaba con reformas en el piso (podría tirar ese tabique y poner aquí una lámpara de diseño). Pero la abuela ni le abrió la puerta. Eso sí, le dejó en el umbral un tarro de tomate casero como ofrenda.

¿Pero cómo puede vivir sola a su edad? se lamentaba la muchacha al volver a casa. Dice que en ochenta años no ha vivido para ella, y ahora, de repente, le apetece empezar. ¿Y si le pasa algo? ¿Y si se pone enferma? ¡La soledad es peligrosísima!

¡La abuela ni piensa! decía indignada la familia. Ha vivido con padres, abuelos, marido, hijos, nietos, y ahora dice que quiere vivir tranquila y sola, ¡nada menos que en un piso de tres habitaciones! Es el colmo, debería dejar paso a la siguiente generación.

El único que mantenía la cabeza fría era mi padre, que no veía claro lo de mudanzas y traslados. Así que, con el beneplácito de mi madre, instaló una camarita en el piso de la abuela. En tiempo real, cualquier pariente podía verla pasear por el pasillo, con bata y pantuflas. Lo mejor era que la abuela, sabiendo de la cámara, se dedicaba a hacer muecas cada vez que pasaba.

Ella insistía en pagar sola el recibo de la luz, agua y todo lo demás, que para una persona no es tanto gasto. Si alguien le ofrecía ayuda, lo rechazaba con la condición de que no la molestaran. Y, qué curioso, ahora todos están satisfechos. La tecnología al rescate: gracias a una pantallita, la abuela disfruta de paz y nadie le acosa con mudanzas.

Final feliz, sí. Solo que la abuela, de momento, no deja entrar a nadie, ni a tomar un café. Ayer fui a verla y me encontré frente al ascensor un bote de mermelada como regalo. Parece que aún teme que le roben su recién estrenada independencia. Pero yo espero que pronto se le pase y nos invite, al menos, a un café y unas magdalenas.

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La abuela echó a su nieto y a su esposa y, a los 80 años, decidió vivir sola: Así reaccionó la familia española ante su elección de independencia