De vacaciones con la familia caradura para dejarlo todo claro
¡Llevo dos semanas aguantando, Jaime! ¡Dos semanas metidos en este cuchitril al que tienen la desfachatez de llamar hotel!
¿Por qué narices aceptamos venir?
Porque mamá lo suplicó. Maribelita necesita un descanso, que la pobre ha tenido una vida muy dura, imitó mi hermano a nuestra madre.
La vida de la tía Maribel de verdad no había sido fácil, pero a mí, a Carmen, no me salía tenerle compasión. Nada, ni pizca.
Maribel, la hermana materna de mi madre, siempre fue la pariente pobre a la que todos le debíamos favores.
La maleta no cerraba. Con rabia la apreté con la rodilla, intentando encajar la cremallera, pero se resistía y un trozo de la toalla de playa se asomaba por el borde.
Detrás del improvisado tabique de madera en aquel miserable hostal lo llamaban pared se oía un chillido: era Iñaki, el hijo de seis años de mi tía Maribel.
¡No quiero papilla! ¡No! ¡Quiero croquetas! gritaba el niño como si lo estuvieran sacrificando.
Después, se oyó un golpe, ruido de vajilla rota, y la voz ronca y aragana de la propia Maribel:
Ay, cielo, venga, cómete una cucharadita por tu madre.
Vero, baja al súper y trae unas croquetas para el niño, ¿ves cómo llora?
Yo tengo las piernas molidas, no aguanto más.
Me quedé clavado sujetando la cremallera de la maleta. Vero. ¡Y cómo no, mamá va a ir enseguida!
Jaime, mi hermano, sentado en la única silla coja de nuestra minúscula habitación, miraba el móvil con el ceño fruncido.
Ni siquiera intentaba hacer la mochila. Su bolsa seguía tirada en el rincón, sin tocar.
¿Lo oyes? le dije en voz baja, señalando la pared. Otra vez haciendo de criada con mamá.
Vero, trae esto, Vero, ¿me acercas lo otro?. Y mamá salta, como siempre.
No te calientes, murmuró Jaime sin apartar la vista. Mañana nos vamos.
¡Que llevo dos semanas en este corral! insistí. Dos.
¿Por qué aceptamos?
Porque mamá suplicó. Maribelita necesita unas vacaciones, que suerte la suya. Jaime, con sorna, imitó a mamá.
Me senté en el borde de la cama, los muelles protestaron con un quejido. La vida de mi tía sí que era peliaguda, pero ni me salía sentir pena.
Maribel siempre fue la desgraciada a la que se le debía todo: su primer hijo murió siendo un bebéaquello era una tragedia de la que se hablaba en susurros.
Luego el marido, demasiado amigo del anís, la palmó por su afición hace un par de años.
Tía criaba dos hijos de dos padres distintos, y todos juntos vivían en el piso de la abuela.
Allí también estaba su nuevo novio, el octavo ya.
Lo de trabajar, ni en sueños, porque ella decía que su misión era embellecer el mundo y sufrir por los suyos; y que los demás tenían el deber de mantenerle su festival de vida.
Encabezaba la lista de pagadores mi madre, Vero, con dinero para aburrir, según la hermana.
Me acerqué a la ventana.
Las vistas, de lujo: directo a los contenedores de basura y la tapia de un gallinero.
Estas vacaciones habían sido capricho de mamá: Vamos todos, en familia, así ayudamos a Maribel a animarse.
Ayudar era pagar casi todas las plazas del viaje, hacer la compra grande y cocinar para la tribu entera, mientras Maribel y su nueva amiga una tal Rosario, que conoció nada más apoyar el trasero en la tumbona de la piscina se echaban la siesta panza arriba.
Prepara las cosas le dije a Jaime. Esta noche cenamos fuera. Cierre de vacaciones.
***
El restaurante, claro, no lo elegimos nosotros.
Maribel anunció que le apetecía algo elegante.
El sitio estaba en el paseo marítimo. Juntaron dos mesas para que cupiéramos toda la tropa, que así llamaba yo a la parentela.
Maribel, con un vestido de lentejuelas que a punto estuvo de explotar, presidía junto a Rosario, una señora gritona, de pelo color pollo oxigenado.
¡Camarero! vociferó Maribel sin ver la carta. Lo mejor que tengan, ¿eh? Pincho moruno, ensaladas y un jarrita de ese vino tinto rico.
Mamá, sentada en la esquina de la mesa, sonreía con timidez. Cansada, la pobre.
Dos semanas sin descansar un minuto: que si el niño berreando, que si a la tía le dolía todo, que si a Lucía le daba el soponcio.
Mamá, pide el pescado, que te apetecía le susurré.
Hija, qué dices, está carísimo negó con la mano. Ya me conformo con la ensalada. Que Maribel coma bien, que ha pasado un año muy duro.
Sentí cómo hervía por dentro. ¡Menudo año!
Iñaki, el pequeño tirano de seis años, golpeaba el plato con la cuchara.
¡Dame! mandaba, sin apartar la vista de la tablet.
Maribel, sin cortar el cháchara con Rosario, le plantó el tenedor de puré en la boca.
Mi cielo le susurró, come que necesitas energías.
Tiene seis años no aguanté más. ¿No sabe comer solo?
Silencio absoluto.
Maribel giró el cuello como una tortuga.
¿Tú cuándo has parido, querida sobrinita? siseó. Cría a uno y luego hablas.
Mi hijo es sensible, una criatura delicada. Cuanto más cariño, mejor.
Lo que necesita son límites, no una pantalla delante repliqué. Si le contrariáis grita como un descosido. Le estáis educando para que solo exija.
¡Uy, no puedo, Rosario, mira a la psicóloga moderna! tronó Rosario. ¡Gallinas enseñando a la gallina! Niña, no tienes idea de la vida y das lecciones a mayores.
Carmen, cállate hija, me soltó mamá tirándome del jersey, no montes un pollo. Por favor.
La noche se volvió interminable. Maribel y Rosario rajaban de hombres, criticaban a las otras familias, y lloraban lo mucho que sufrían como mujeres.
Lucía pasaba de todos pegada al móvil, lanzando miradas de desprecio. Iñaki berreaba si quería postre y le traían la copa de helado más grande del lugar.
Cuando llegó la cuenta, Maribel hizo un teatro:
¡Ay, que me he dejado la cartera en la habitación! Vero, paga tú, que yo te lo devuelvo al llegar, preciosa.
Nunca devuelve nada, pensé, viendo a mamá sacar la tarjeta resignada.
El truco de siempre.
***
Al volver al hostal bien de madrugada, me fui directo a ducharme, quería quitarme de encima todo el pegajoso mal rollo de la cena.
El agua salía a chorros, tan pronto fría, tan pronto hirviendo.
Salí y pasé por la cocina casi a oscuras, me detuve al oír cuchicheos.
…¿Tú has visto la cara de seta de esa niña? chillaba Rosario. ¡Mira qué caras!
No sabe comer solo.
A ti qué te importa, mocosa… Si no fuera por ti, Vero, estaría ordeñando vacas y no sentada en restaurantes.
Una altiva de pacotilla. Sin novio, sin oficio, solo orgullo.
Me quedé helado.
El corazón me sonaba en las sienes. Yo solo esperaba que ahora mamá saltase, que plantara cara, que dijera Cierra la boca, Rosario, no insultes a mi hija.
Pero al otro lado solo se oyó el suspiro de Maribel:
Ni que lo digas, Rosario. Es un hueso duro, la chiquilla. Todo por la familia de su padre, que esos también se las traen.
No como los míos. Lucía, con su genio y todo, pero es de buen corazón.
Esta… nos mira como si fuéramos basura. Me atraganto solo de pensarla.
Pues eso es culpa tuya, Vero, añadió Rosario. Tenías que haberle dado más mano dura.
Mírala ahora: en casa de reina y pasando de su madre. Una hija así yo la echaba de casa a la primera.
Me apoyé en el marco de la puerta, la frente apretada, y esperé. Mamá callaba. Sentada, compartía té (o algo más fuerte, por el tufo) y escuchaba, dejando que me pusieran verde entre dos.
Me incorporé de golpe y abrí la puerta con estrépito.
Silencio en la cocina.
Las tres sentadas ante la mesa llena de sobras y bolsas.
Maribel, con su vestido brillante ya bajo del brazo, Rosario sudorosa y colorada, y mamá… encogida.
¿Así que soy una altiva sin alma? claudiqué, la voz sin un solo temblor.
¿Y tú, tía Maribel, presumes de buen corazón?
Maribel se atragantó y Rosario, que se levantó como una furia, se me vino encima.
¿Es que estás espiando, niñata? gruñó. ¿Te gusta enterarte de lo que no te incumbe?
No tengo que espiar. Gritáis tanto que se os oye desde la calle entré y miré a los ojos a Maribel. ¿Que te atragantas, tía? ¿Y cuando mamá pagó en el restaurante sí bajaban bien los trozos?
¿O tampoco tragabas?
¡Desagradecida! chilló tía, roja como una gamba. Siempre te tratamos con amor y tú nada más que humillar.
Podrías ser mi hija y ¿me echas ahora en cara un trozo de pan?
¡Ahógate con tu dinero!
No es por el dinero me solté, es por tu desfachatez. Siempre a la chepa de mi madre.
Un marido, otro, los críos, enfermedades inventadas…
Mamá trabajando a destajo para pagarte el veraneo, y tú por detrás poniéndole a caldo.
Tu hija, una niñata malhablada, pisoteándote, y mi moral criticada.
Y tu hijo, que con seis años te manipula porque no sabes decirle no.
Tía Maribel se quedó muda.
¡Carmen! sollozó Vero, arrancando en lágrimas y zarandeándome. ¡Para ya! Vete a tu cuarto.
No, mamá. Esta vez no le miré con todo el dolor que sentía. Tú aquí, escuchando cómo una extraña me insulta, y tú sin abrir la boca.
¿Y luego soy yo la que falta a la familia?
Rosario apartó la silla y se vino encima, los puños apretados.
Ya basta, niñata, ahora vas a aprender a respetar a los mayores…
Levantó el brazo. Pero antes de que me diera, Jaime le cogió la mano en el aire.
Ni se te ocurra, susurró él, gélido. ¿Estáis locas? Tía Maribel, haz la maleta. Nos vamos.
¿Nosotros quién? bufó Maribel. ¡Yo no me muevo! Me quedan dos días pagados.
¡Vero! ¡Tus hijos están locos, me atacan!
Y entonces mamá reaccionó. Se acercó y me agarró, furiosa y lagrimeante.
¡¿Para qué te metiste?! ¡Podrías haber callado!
Nos arruinaste las vacaciones. ¡Somos familia! ¿No te da vergüenza montar escándalo así?
Me solté despacio, pero con firmeza. Algo se rompió en mí para siempre.
No, mamá. Yo no siento vergüenza. Vergüenza deberías sentir tú, que soportas que nos traten así.
Di la vuelta y salí de la cocina. Jaime vino detrás.
En la habitación, empacamos sin hablar.
A través de la pared se oía a Maribel lloriqueando y a Rosario insultándonos.
Lucía protestaba porque no la dejábamos dormir.
No podemos irnos ya, dijo Jaime cerrando la bolsa. Hasta la mañana no hay bus. Tocará esperar en la estación.
Me da igual recogí mis cosas. Prefiero dormir en el andén que un minuto más aquí.
¿Y mamá?
Me quedé quieto, una camiseta en las manos.
Mamá ha elegido. Se queda. Prefiere consolar a su hermana.
***
Carmen ya no trata con su madre. Jaime tampoco, la verdadno le hemos perdonado.
Mamá ha llamado varias veces, diciendo que nos perdona si pedimos disculpas a Maribelita, pero ni él ni yo necesitamos ese perdón.
Ya basta, hemos tenido suficiente.
Si a mamá le gusta vivir pegada a su hermana, allá ella. A nosotros nos va estupendamente sin familia cara-dura.







