Nos mudamos a vuestro piso
La vivienda de Lucía es preciosa y céntrica. Reformada hace poco, ¡lista para disfrutar!
Ese piso está bien para una chica sola Rubén le sonrió a Inés con indulgencia, como quien habla a una niña pequeña. Pero nosotros queremos tener dos, incluso tres hijos, a poder ser uno tras otro.
Allí en el centro hay mucho ruido, no se puede ni respirar, ni un hueco para aparcar. Además, solo tiene dos habitaciones. Aquí tenéis tres. Y el barrio es tranquilo, con colegio infantil en el patio.
El barrio es buenísimo, sí asintió Sergio sin saber todavía por dónde iba su futuro yerno. Por eso nos quedamos aquí.
¡Eso! Rubén chasqueó los dedos. Ya le digo a Lucía, ¿para qué vamos a apretarnos si tenéis la solución perfecta?
Vosotros, tres en el piso, tenéis demasiado espacio. ¿Para qué tanta habitación? En realidad una ni la usáis, la tenéis llena de trastos. Para nosotros, está en su punto.
Inés luchaba por meter la aspiradora en el armario estrecho de la entrada.
La máquina se resistía, el tubo se enredaba entre las perchas y no había forma de encajarlo en su sitio.
Sergio, ¡échame una mano! gritó hacia el salón. O el armario se ha encogido o ya no sé colocar las cosas.
Sergio salió del baño; acababa justo de arreglar el grifo.
Tranquilo y algo lento siempre, era lo opuesto a su esposa.
Ya está, Inés, dámela aquí.
Cogió el artefacto sin esfuerzo y de un solo movimiento lo colocó en la esquina del armario.
Inés exhaló, apoyándose contra el marco de la puerta.
Explícame por qué nunca tenemos suficiente espacio. Tres habitaciones y, en cuanto toca limpiar, parece que hay que sacar todo a la calle.
Eso es por tu afán de acumular rió Sergio. ¿Para qué queremos tres vajillas? De una solo comemos dos veces al año.
Déjalas, son recuerdos. Era el piso de la abuela.
Tras casarse, los padres de Sergio repartieron la herencia justamente: al hijo, ese amplio piso de tres habitaciones en un barrio tranquilo, el de la abuela; a su hermana Lucía, un dos habitaciones en pleno centro, en la Milla de Oro.
En valor venía a salir igual. Llevaban cinco años todos en paz, nadie envidiaba a nadie.
Inés pensaba de verdad que así seguiría para siempre, pero
***
Acabaron de limpiar, pusieron todo en su sitio y se sentaron a descansar. Apenas pusieron la tele, llamaron al timbre.
Sergio fue a abrir.
Es Lucía con su novio le dijo a su esposa después de mirar por la mirilla.
Primero entró Lucía como un torbellino. Detrás, más lento y pisando fuerte, entró Rubén.
Inés solo lo había visto un par de veces: Lucía lo había conocido hacía medio año en el gimnasio.
Desde el principio, Rubén no le gustó; prepotente, algo altivo. Miraba a Inés y a Sergio por encima del hombro.
¡Hola! Lucía besó a su hermano y abrazó a Inés. Íbamos por la zona y nos hemos pasado. ¡Traemos noticias!
Pues adelante, ya que estáis aquí. Las noticias siempre son bienvenidas Sergio les hizo un gesto hacia la cocina. ¿Queréis té?
Agua, mejor Rubén se sentó tras el anfitrión. Es un tema serio, Sergio.
En realidad, no venían de paso. Tenemos que hablar contigo. Sin ceremonias, ni té ni nada. Siéntate.
El tono de Rubén puso a Inés instantáneamente incómoda. ¿Qué querrán ahora?
Venga, dispara se encogió de hombros Sergio.
Lucía hacía como si ni estuviera en la sala: absorta en el móvil, cedía la palabra a Rubén.
Rubén aclaró la voz.
Pues eso. Lucía y yo hemos entregado los papeles para casarnos. La boda será en tres meses. Entenderás que me tomo lo nuestro muy en serio.
Una familia, convivencia, felicidad a largo plazo. Hemos estado pensando sobre cómo estamos instalados Nos cambiamos a vuestro piso. ¡Vosotros a casa de Lucía!
Inés se quedó helada. Miró primero a su marido, luego a Lucía, que seguía en el móvil como si todo fuera ajeno.
Rubén, no entiendo Sergio frunció el ceño. ¿A qué te refieres?
No es una indirecta, es una propuesta concreta. Os cambiáis por nosotros.
Venimos aquí, vosotros os mudáis al de Lucía.
Lucía está totalmente de acuerdo, creemos que así es justo.
Inés volvió a quedarse sin palabras.
¿Justo? repitió. ¿Rubén, hablas en serio? ¿Vienes a nuestra casa a decirnos que tenemos que mudarnos porque tú quieres tener hijos?
No hace falta alterarse, Inés Rubén hizo una mueca. Soy práctico. Tenéis una niña, no pensáis tener más.
¿Para qué queréis tanto espacio? Es desperdicio. Nosotros sí que tenemos planes.
¡Vaya con los planes! Inés se levantó de la silla. ¿Sergio, estás oyendo esto?
Sergio levantó la mano pidiendo calma.
Rubén, olvidas que este piso mis padres me lo dieron, igual que Lucía recibió el suyo.
Llevamos cinco años reformándolo, cada detalle lo elegimos nosotros. Nuestra hija crece aquí, tiene su cuarto, sus costumbres, amigos en el barrio.
¿Y sugieres que nos vayamos al centro solo por tu comodidad?
No te pongas así, Sergio Rubén se recostó. Somos familia, Lucía es tu sangre. ¿No te preocupa el bienestar de tu hermana?
Os cambio un piso por otro en el centro, ganáis ubicación incluso, hice los cálculos.
¡Qué curioso! ironizó Sergio. Todavía no eres marido de mi hermana, ¡y ya te ves dueño de mi vivienda!
Por fin Lucía dejó el móvil.
Ay, no exageréis dijo con tono de niña consentida. Rubén solo quiere lo mejor.
De verdad sería pequeño nuestro piso con niños. Y aquí hay pasillo para jugar al fútbol.
Mamá siempre decía que la familia es lo primero. ¿No te acuerdas, Sergio?
Mamá hablaba de ayudarse, no de que uno eche a otro de su casa. Atajó Inés. ¿Sabes lo que está diciendo tu Rubén?
¿Qué tiene de malo? Lucía pestañeaba confusa. Tiene razón. Nosotros lo necesitamos más. Tenéis una habitación de sobra.
¡No sobra nada! Inés gritó casi llorando. ¡Es mi despacho! Trabajo ahí, ¡no lo olvides!
¿Trabajas o subes dibujitos a internet? bufó Rubén. Lucía dice que es un hobby. Puedes usar la cocina, tampoco eres marquesa.
Sergio se puso de pie.
Bueno dijo bajo. Se acabó. Fuera los dos. Os levantáis y os vais.
¿Qué haces, Sergio? Rubén ni se movió. Venimos a hablar como familia.
¿Eso es? Sergio se acercó al mesa. Vienes a pedir el piso, desprecias a mi esposa y decides tú dónde vivirá mi hija.
¿No tienes vergüenza?
¡Qué vergüenza ni qué niño muerto! saltó Inés. Todo cálculo. Ni anillo le has puesto y ya está repartiendo bienes.
Lucía, ¿te das cuenta de a quién has traído? ¡Te echa también de tu casa si le conviene!
¡No hables así de él! Lucía se levantó. Rubén solo piensa en nosotros, en nuestro futuro.
Vosotros sois unos tacaños. Agarrados a las paredes de siempre.
¡Vaya hermano!
Aquí el interesado es tu futuro marido Sergio señaló la puerta. Y se acabó la charla: iros.
Y olvida el cambio. Si vuelvo a oírlo, ni hablaros pienso más.
Rubén se incorporó, ajustando el cuello de la camisa. Sin vergüenza, solo enfado.
Tú verás, Sergio. Yo pensaba pactar. Pero si eres cabezón, tú verás
Lucía, vamos.
Al cerrarse la puerta tras ellos, Inés se dejó caer en el sofá, temblando.
¿Lo has visto? ¿Has visto esa cara dura? ¿Quién se cree?
Sergio guardó silencio. Observaba desde la ventana mientras Rubén abría su coche en el portal, diciéndole algo seco a Lucía.
¿Sabes qué es lo peor? dijo por fin. Lucía de verdad cree que él tiene razón.
Siempre fue un poco en las nubes, pero ¿así?
¡Le ha comido la cabeza! saltó Inés. Sergio, llama a tu madre, a tus padres. Tienen que saber en qué anda su yerno.
Espera Sergio sacó el móvil. Primero hablo yo con Lucía. A solas, sin ese gallito delante.
Marcó. Tardaron los tonos, al final, Lucía cogió. Lloraba.
¿Sí? soltó.
Lucía, escúchame. ¿Vas con él en el coche?
¿Importa?
Si está cerca, ponlo en altavoz. Quiero que escuche también.
No estoy en el coche sollozó. Me ha dejado en el portal y se ha ido. Dice que necesita enfriarse porque mi familia es una panda de egoístas.
¿Por qué sois así? Solo quería que todo saliese bien
¡Despierta! casi gritó Sergio. ¿Qué bien? ¡Ha venido a extorsionar con el piso!
¿Entiendes que esa casa es tuya, tu herencia? Y ya decide por ti, por mí sin preguntar.
¿Te contó antes su gran idea?
Silencio un momento.
No susurró. Dijo que era una sorpresa. Que tenía el plan perfecto para todos.
Gran sorpresa. Decide tu vida y la mía, sin consultarnos.
¿A quién piensas casarte? Es un aprovechado.
Hoy el piso, mañana querrá tu coche, pasado dirá que tus padres les den el chalé, porque el aire puro le viene bien.
No digas eso la voz de Lucía tembló. Él me quiere.
Si te quisiera, no montaba escándalos así. Nos ha enfrentado a posta.
Inés sigue sin reponerse. ¿Ves que pretendía separarnos?
Hablaré con él dijo Lucía, insegura.
Habla. Y piénsatelo muy bien antes de ir al registro.
Sergio colgó, tirando el móvil al sofá.
¿Qué ha dicho? preguntó Inés.
Que no sabía nada. Que Rubén tramaba su sorpresa.
Inés rio con amargura.
Me lo creo. Ese tipo viene y reparte casas y personas. Da grima.
No te preocupes Sergio abrazó a su esposa. Aquí no le damos el piso, está claro.
Da pena por Lucía. Ese hombre la va a hacer sufrir
***
Al final, las peores sospechas no se cumplieron: la boda nunca llegó.
Rubén dejó a Lucía esa misma noche. Lucía apareció por la noche en casa de su hermano, llorando y contando lo sucedido.
Rubén llegó y directamente empezó a recoger sus cosas. Lucía, asustada, quiso saber qué ocurría.
Rubén anunció que no pensaba emparentar con gente tan tacaña.
Dice que no necesita familiar así sollozaba Lucía. Que con vosotros no se puede contar.
Que ni vais a cuidar de los niños los fines de semana, ni a prestar dinero si hace falta.
¿Pero Lucía, qué más quieres? protestó Inés. Mejor así. No te conviene alguien como él.
No se fía ni de su sombra, solo piensa en sí mismo. Pasa página.
Lucía lo pasó mal un par de meses, pero luego lo fue superando.
La claridad llegó más tarde. ¿Cómo no vio el fondo egoísta de su prometido antes?
De haberse casado, habría sido una vida de sufrimiento. La suerte hizo de escudo.







