Lucía, que tienes que entender que la cosa está fatal soltó Ricardo Cortés mientras se frotaba el puente de la nariz, lanzando un suspiro de esos que sólo salen cuando ya no puedes más. A Verónica le tengo la cabeza como un bombo desde hace dos meses.
Que si ha visto no sé qué programa de estudios para Alejandro en Málaga nuestro hijo, claro.
Insiste en que el chaval necesita una buena base, mejorar el inglés. ¿Pero de dónde saco yo el dinero?
Tú ya sabes que ahora mismo estoy de manos cruzadas.
Lucía levantó la vista despacio, mirándolo con calma.
¿Y entonces piensas que vender la casa del pueblo es lo mejor? preguntó en voz baja.
¿Y qué voy a hacer si no? se animó Ricardo, echándose hacia adelante. La casa está muerta de risa. Verónica nunca va, dice que allí se aburre, que si los bichos…
Ni sabe que ya no es mía en los papeles. Cree que la vamos a vender y que con eso, arreglado.
Mira, tú eres lista. Mira, te propongo esto: la vendes tú, legalmente. Te quedas con lo tuyos, los euros que me diste hace diez años ¡al último céntimo!, y el resto, lo que haya ganado con el subidón de precios, me lo das. Como familia.
No sales perdiendo, ¿verdad? Recuperas lo tuyo y ayudas al viejo.
Ricardo se apareció sin avisar. Hacía años que hablaban poco ya hacía tiempo que tenía segunda mujer y otro hijo, y en ese puzzle Lucía encajaba poco.
Ella sospechaba que no venía por nada bueno. Creía que pediría más dinero, pero la propuesta era rara, como poco.
Papá, ¿y no te acuerdas de lo que pasó hace diez años? le cortó Lucía con sequedad cuando acabó de hablar. Cuando me dijiste que necesitabas el dinero para la operación, para ponerte bien.
¿Te acuerdas?
Ricardo puso cara de fastidio.
Para qué sacar esas cosas ahora. ¡Si al final me curé, gracias a Dios!
¿Viejas historias? Lucía sonrió torciendo el cuello. Yo tenía ahorrado lo de cinco años trabajando, para la entrada de un piso.
Los findes me mataba a trabajar, ni vacaciones, ahorrando como una hormiguita. Y entonces apareciste tú. Sin trabajo, sin ahorros, pero con Verónica y tu hijo Alejandro.
Y me lo llevaste todo.
¡Estaba desesperado, hija! ¿Qué iba a hacer, tirarme debajo de un tren?
Te ofrecí ayuda, sí siguió Lucía, sin apenas mirarlo. Pero te lo dije claro: me daba pánico quedarme sin nada si te pasaba algo.
Tu esposa legítima es Verónica. Estoy segura de que no me dejaría ni cruzar la verja de la casa del pueblo.
Nos tiramos una semana discutiendo, ¿recuerdas? No querías firmar recibos, te ofendías.
«¿Cómo puedes desconfiar de tu padre?»
Yo sólo quería garantías, nada más.
Bueno, ¡y las tuviste! cortó Ricardo. Hicimos el contrato, la casa pasó a ser tuya.
¡Si te la vendí por nada, sólo por el dinero de la operación!
El acuerdo era: yo la seguía usando, y si volvía a tener dinero, la recompraba.
Han pasado diez años, papá. Ni una sola vez has hablado de recomprar. Ni un euro. Tú viviendo allí todos los veranos, con tus tomates, tu leña que pagaba yo.
El IBI, las reparaciones de la cubierta hace tres años, todo a mi cargo.
Y tú allí como rey mientras yo pagaba la hipoteca.
Ricardo sacó un pañuelo y se secó la frente.
Es que, hija, yo después de la quimio estuve fatal, luego la edad, ya no me cogían en ningún lado.
Y Verónica ella es muy sensible, su trabajo la agobia
Vivimos de los trapicheos en Internet que hace, vamos justitos.
¿Muy sensible ella, y yo qué? Lucía se puso de pie y empezó a dar vueltas por la cocina. ¿Yo soy de piedra, no?
¿Yo puedo tener dos curros, pagar la hipoteca y encima costearte tu balneario en el pueblo?
¿Y ahora Verónica se quiere pulir la casa para mandar al nene a Málaga?
¡Mi casa, papá! ¡La mía!
Bueno, Luciaílla, formalmente sí, es tuya. Pero sabes que era por mientras.
¡Soy tu padre! ¿Me vas a poner pegas por cuatro paredes, cuando tu hermano necesita arrancar?
¿Mi hermano? Lucía se paró en seco. Le he visto dos veces en la vida.
Nunca me ha llamado para felicitarme el cumpleaños. ¿Y Verónica? ¿Le ha importado cómo llegué a fin de mes estos años?
Verónica sigue pensando que tienes empresas y barcos y que solo estás temporalmente fuera de juego.
Le has mentido diez años, papá.
Ricardo bajó la mirada, culpable.
Quería protegerla Si se entera de que no tengo ni casa, monta una.
¿Protegerla, a costa de quién?
¡No seas puntillosa con las palabras! Ricardo ya gritaba. Es un buen trato. La casa ha quintuplicado el precio. Te llevas tus trescientos mil euros de la operación ¡que es justo!, ¿no? y el resto, setecientos mil, para mí.
Alejandro necesita marchar, Verónica arreglar los dientes, y el coche que está para el desguace.
Tú esos setecientos mil ni los notarás, vives en Madrid, tienes piso y de todo.
Hazlo por la familia.
Lucía lo miraba, ya sin reconocerlo. ¿Dónde estaba el padre que le leía cuentos?
No.
¿Cómo que no? Ricardo se quedó de piedra.
La casa no se vende. Y menos aún te voy a dar extras.
Esa casa es mía, legal y moralmente.
Llevas allí una década rehabilitándote, disfrutando del campo. Considera todo lo que gasté como mi aportación de hija.
Y hasta aquí hemos llegado.
¿Estás diciendo en serio? la cara de Ricardo se puso colorada. ¿Vas a dejar sin nada a tu padre?
¡Si no fuera por mí, esa casa ni existiría! ¡La construyó tu abuelo!
Justo por eso. Abuelo y se revolvería en la tumba si supiera que vas a malvenderla para pagar un cursillo dudoso a un chaval que con diecinueve años no ha trabajado nunca.
¡Lucía, por favor! y se levantó de golpe. ¡Me lo debes! Soy tu padre, te crié. Si no accedes voy voy a contar por ahí lo mala que eres. Se lo diré todo a Verónica y vendrá aquí a hacerte la vida imposible. ¡Os llevaremos a juicio! ¡Y declaramos nulo el contrato! ¡Negocio usurero! ¡Te aprovechaste de mi enfermedad!
Lucía esbozó una sonrisa amarga.
Adelante, papá. Tengo todas las facturas del hospital. Todas las transferencias a tu nombre.
Y el contrato firmado ante notario, cuando estabas perfectamente recuperado.
Verónica va a alucinar cuando sepa que vendiste la casa antes de que Alejandro empezara el cole.
¿No le habías dicho que era tu herencia?
Lucía su voz se volvió lastimera, casi de súplica. Por favor. Verónica ahora está en un momento muy delicado…
Si se entera, me echa de casa. Tiene quince años menos que yo; si no hay estabilidad, ni casa, ni dinero, yo sobro.
¿Quieres que acabe en la calle?
¿Y no pensabas en eso cuando llevabas diez años en paro? ¿Ni cuando permitiste que Verónica se endeudara? ¿Ni cuando le prometías el oro y el moro a costa de mí?
Así que nada, ¿eh? Ricardo se cuadró. Menuda hija he criado
Vete, papá. Y cuéntale a Verónica la verdad. Es lo único decente que te queda.
¡Pues quédate con tu casa, ávariciosa! escupió Ricardo al pasar de largo. Pero que lo sepas: ya no tienes padre. ¡Olvídate de mí!
Se fue, y Lucía se rió por lo bajo. Como si alguna vez lo hubiera tenido.
Ricardo se largó cuando ella tenía siete años.
***
La llamada llegó un sábado temprano. Número desconocido.
¿Sí?
¿Lucía? Instantáneamente reconoció la voz de Verónica, su madrastra. Pero bueno, ¿quién te crees que eres, niñata?
Tu engañaste a Ricardo, ¿te crees que no lo sé? ¡Nos lo ha contado todo!
Le metiste papeles cuando todavía salía del quirófano, ni entendía lo que firmaba.
Buenos días, Verónica respondió Lucía con calma. Si quieres hablar, que sea sin gritos.
¿Buenos días? ¡Si ya tenemos la demanda lista! Mi abogado dice que esa venta se anula en dos patadas. Te aprovechaste de la enfermedad de tu padre para quitarle la casa familiar por cuatro duros.
¡Vas a acabar en la calle!
Escúchame, Verónica.
Comprendo que Ricardo te haya contado su versión. Pero yo tengo todas las pruebas de que el dinero fue para su tratamiento.
Y además, tengo mensajes suyos de estos diez años, agradeciéndome que yo mantuviera ese santuario y le dejara vivir allí.
En todos pone: Gracias, hija, por no dejarme tirado, por cuidar de la casa.
¿Tú crees que un juez diría otra cosa?
Se hizo el silencio. Verónica no lo esperaba.
Eres una egoísta masculló. ¿No tienes bastante con tu piso? ¿También quieres dejar sin nada a tu hermano? ¡Alejandro necesita estudiar!
Alejandro puede ir a currar cortó Lucía. Igual que hice yo con su edad.
Y tú, Verónica, deberías saber la verdad. Esas acciones que decía tener ¿recuerdas?
¿Acciones? la voz de Verónica tembló.
Las que nunca existieron. Iba tirando del dinero que le enviaba yo, y te vendía la moto como si fueran rendimientos de inversión.
Mira su cuenta y verás que no miento. Tu marido te ha mentido. Llevaba años pidiéndome dinero poniendo de excusa su salud.
Yo sólo quería ayudarle a vivir, a curarse; y me enteré de todo hace poco.
Verónica colgó. Aquella tarde, Lucía recibió tres palabras de Ricardo: Lo has fastidiado.
***
Lucía no respondió. Unos días después, unos vecinos del pueblo le contaron que Verónica había montado un espectáculo.
Gritaba y lanzaba los trastos de Ricardo por la ventana de la casa hasta que vino la Guardia Civil.
Se supo que Verónica, tan convencida de que iba a vender la casa, se había metido en un crédito enorme para el futuro de Alejandro.
Ricardo tuvo que irse. Verónica pidió el divorcio, tras descubrir el alcance de sus mentiras.
Y Alejandro claro, ni se inmutó: se largó a casa de su novia, diciendo que él se lo había buscado.
Ricardo, a día de hoy, Lucía no sabe dónde está. Ni piensa preocuparse.







