Estamos organizando la celebración de Año Nuevo en tu casa de campo. Vine a recoger las llaves, – comentó la hermana de mi esposo.

Vamos a celebrar el año nuevo en tu casa de campo dije, llegando con las llaves, dijo la cuñada de mi marido.
¿Para qué ir a la casa de campo? Los dos pueden pasar la Nochevieja en casa sin problema. Además, somos una familia grande: tres niños, ¡y hay que ocuparlos en las vacaciones! exclamó Lara, sin esconder la irritación. ¿Te imaginas vivir con tres críos?

No lo imagino respondió Lidia con calma. Miguel y yo todavía no hemos pensado en hijos. Primero necesitamos un piso y un trabajo estable, y luego, si el destino lo permite, una familia.

¡Anda ya! replicó Lara. Nosotros, Miguel y Gustavo, no teníamos nada planeado.

Pues entonces vivís de las prestaciones por hijos apuntó Lidia. Gustavo salta de un curro a otro, no hay estabilidad. Yo no quiero vivir así.

Eso es asunto nuestro. No os juntéis el dinero de los demás arremetió Lara. Entonces, ¿me das las llaves de la casa?

No contestó Lidia, firme. Ya hemos quedado en pasar allí la Nochevieja con amigos.

Pues habrá que renegociar. Si no me entregas las llaves de buen grado, llamaré a Miguel y le contaré lo desconsiderada que has sido amenazó Lara.

Por favor, hazlo tantas veces como quieras se burló Lidia.

Lara frunció el ceño, hizo una mueca de disgusto y se deslizó fuera del apartamento.

***

La casa de campo que tanto había deseado la cuñada le había sido dejada a Lidia por su abuela. La anciana, Valentina, era una señora de edad avanzada, por lo que los padres de Lidia insistieron en que Valentina viviera todo el año en la ciudad bajo su supervisión.

La “casa de campo” no era más que una auténtica vivienda rural con todas las comodidades. Hace cinco años, los progenitores de Lidia añadieron una ampliación para crear un baño para Valentina e instalaron aire acondicionado.

La abuela Valentina se negaba rotundamente a mudarse a la ciudad, pero al ver que sus piernas flaqueaban, empezó a contemplar la mudanza. Les dejó claro que no vendieran la casa y que cuidaran el huerto, para que ni un árbol sufriera el crudo invierno.

Lidia pidió a sus padres que le confiaran la custodia del inmueble. Recordaba con claridad los veranos de su infancia, cuando pasaba las vacaciones en la casa de la abuela; esos recuerdos eran de los más luminosos y felices de su niñez.

Convenciendo a Miguel, Lidia se propuso una reforma cosmética: reemplazar papel pintado, pintar los techos, cambiar las lámparas y sustituir algunos muebles por piezas más modernas.

Se invirtió mucho esfuerzo y dinero, pero ahora la casa podía acoger fines de semana con total confort, sea cual sea la estación. Por eso los jóvenes, sin pensarlo dos veces, invitaron a sus amigos a la reunión de Año Nuevo.

Fue entonces cuando Lara apareció exigiendo que Lidia le cederá la vivienda. ¡Qué descaro! Argumentaba que Miguel, al ser más joven, debía ceder a su hermana mayor. Lidia no comprendía por qué la casa de su abuela tenía que ser parte del pleito y no sentía culpa alguna por su rotundo rechazo.

***

Lara se sonrojó de rabia. En lugar de llamar a su hermano menor, decidió presentarse en su oficina. Miguel, al principio, no entendió lo que ocurría cuando, a mitad de la jornada, vio a su hermana irrumpir en su departamento.

¡Miguel! gritó con voz estruendosa, llamando la atención de los compañeros. ¡Tenemos que hablar urgentemente!

Silencio interrumpió él, irritado. Aquí hay gente trabajando. Mejor vamos al salón de fumar.

Miguel encendió un cigarrillo, presintiendo que la visita de su hermana no auguraba nada bueno.

¿Qué quieres? preguntó brevemente.

¡Quiero las llaves de vuestra casa de campo! vociferó Lara.

¿De qué casa? vaciló Miguel, sin captar al principio. Ah, ¿te refieres a la casita del campo?

Exacto confirmó Lara, frunciendo los labios como una ostra. Ya tengo planes para la Nochevieja. Así que tendrás que hablar con tu mujer y sacarle las llaves.

Aunque pudiera, no lo haría. ¿Cómo te atreves a exigir eso? replicó Miguel con indignación. Hoy es 25 de diciembre y la gente normal avisa sus planes con antelación.

No me enseñes a vivir, insignificante rugió Lara.

Solo nos separan cinco años. Si antes eso se notaba, ahora no intentó razonar Miguel. Se me acabó el descanso, ya es hora de que vuelvas a casa.

Lara se marchó más disgustada que al entrar, pero no estaba dispuesta a rendirse.

***

A la mañana del 31 de diciembre, Lidia corría entre las tiendas mientras el último día del año se desvanecía para Miguel. Él aseguraba que, después del almuerzo, tendría tiempo libre y todo saldría según lo previsto, aunque la esposa seguía inquieta.

Afortunadamente, el plan se mantuvo y, a las seis de la tarde, la pareja llegó al pueblo. Tuvieron que batallar un poco para abrir el grifo de la casa. A las nueve, los invitados empezaron a congregarse para montar la mesa, asar pinchos y despedir el año.

Miguel, creo que alguien ha llegado comentó Lidia. Probablemente Irene y Pablo hayan venido antes para ayudar. ¡ Son los más puntuales! añadió con una sonrisa.

Voy a recibirlos y a cargar las maletas contestó Miguel.

Claro dijo Lidia, emocionada, sintiendo que el año nuevo finalmente se celebraría como siempre había soñado: al aire libre, rodeada de los amigos más queridos.

Miguel se lanzó el abrigo de plumas y salió al patio. Al abrir la verja, se quedó paralizado.

¡Hola, hermanito! exclamó Lara, lanzándose a besarle ambas mejillas. ¡Feliz año!

Miguel tardó en recomponerse del sobresalto. Mientras Gustavo descargaba cajas del coche, Lara parloteaba sobre la fiesta, pero él apenas la escuchaba, todavía intentando asimilar la presencia inesperada de su hermana en el umbral.

Finalmente, sacudió la cabeza y dijo:

¿Qué hacéis aquí? ¡Ya lo discutimos la semana pasada!

Pues ya ves arqueó las cejas Lara. Tú lo decidiste y yo no dije que estaba de acuerdo.

Miguel, ¿qué hacéis allí atascados? intervino Lidia, sorprendida al ver a la hermana mayor del marido.

¡Sí! proclamó Lara con orgullo. No todo ocurre como tú deseas.

Cuando Gustavo intentó introducir el primer lote de bolsas dentro de la casa, Miguel lo agarró del brazo con brusquedad.

No entrarás dijo con dureza.

Lara, ayudando a los niños a desabrochar sus cinturones, escuchó la rudeza hacia su hermano y se abalanzó sobre él.

¡Suelta a Gustavo ahora! rugió.

No lo haré. Salid todos y volved en cuanto podáis gritó Miguel.

¿Qué dijiste? preguntó Lara con desdén, tirando del brazo de su hermano.

¡Escucha!

No nos iremos replicó con altivez. Tenemos una furgoneta llena de niños.

Los quiero mucho, pero ellos pasarán la Nochevieja en otro sitio explicó Miguel. No entraréis.

¿Vas a llamar a la policía? preguntó Lara con sarcasmo.

Lo haría, pero es víspera de fiesta intervino Lidia. Mejor marcharos sin problemas, o vendrá mi amiga con su marido boxeador y no os dejará pasar. añadió con una sonrisa traviesa.

¿Me estás amenazando? replicó Lara.

No lo intento, pero sí lo hago. ¡Idos! ordenó Lidia.

Juntos, Miguel y Lidia cerraron la verja, sin dejar entrar a los invitados no deseados. Lara y Gustavo no tuvieron más remedio que regresar a casa, y en el trayecto Lara regañó a Gustavo con furia.

¿No pudiste empujarlo? gritó. ¡Qué torpeza!

Tuvieron que volver a su vivienda, donde vivían desde hacía años, junto a su madre, Eugenia, que no había hablado con su hijo desde que se casó.

Ahora también dejaré de hablar con Miguel dijo la madre de Lara, lanzando su abrigo al rincón.

¿Qué? preguntó Eugenia, entrecerrando los ojos.

¡Nos expulsaron de la casa de campo! ¿Te lo puedes imaginar? exclamó la mujer, indignada. ¡Y su esposa también! Quería llamar a la policía como si fuésemos ladrones.

Por eso no le hablo replicó Eugenia. Recuerdas cuando quise mudarme con ellos y se opusieron porque sólo teníamos un apartamento y poco espacio. ¡Pensaron que íbamos a hacernos una mansión con los niños!

¡Ay, madre, Lidia ha arruinado a nuestro Miguel!

Mientras tanto, los niños desparramaban juguetes por toda la casa, y Lara y Eugenia brindaban con cava mientras veían “La vida es bella”. Gustavo, sin descanso, preparaba algo en la cocina.

Al fin, Lidia y Miguel esperaban a los invitados y se disponían a celebrar el nuevo año. El ambiente rebosaba alegría, risas y sonrisas. Lidia tomó a Miguel de la mano, apartándolo del bullicio, y susurró:

Tengo que decirte algo.

Le entregó una foto del ecografía.

¿En serio? Miranda Miguel, sorprendido. ¿Vamos a tener un bebé?

Sí asintió Lidia con entusiasmo.

Miguel la abrazó y la besó.

¡Es el mejor regalo! dijo, sonriendo.

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Estamos organizando la celebración de Año Nuevo en tu casa de campo. Vine a recoger las llaves, – comentó la hermana de mi esposo.