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Corazón de madre. Relato

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¿Por qué tienes esa cara tan seria desde la mañana? Ni una sonrisa, venga, que toca desayunar.

Su marido entró en la cocina desperezándose, por fin un domingo de descanso.

Los huevos con jamón chisporroteaban en la sartén, y su mujer servía el té. Le plantó más de la mitad de los huevos revueltos en el plato, junto con una rebanada de pan: ¡Anda, come, que se enfría!

No entiendo, ¿algo he hecho mal, Carmen? preguntó Tomás con cautela.

Y tanto, los dos hemos metido la pata; no supimos criar a nuestros hijos suspiró Carmen Alonso al sentarse a su lado, picoteando su propia comida sin ganas.

La chica y el chico se hicieron mayores, y nosotros renunciamos a tantas cosas para sacarlos adelante… Fueron años duros. Les dimos todo el apoyo, pero, ¿y a nosotros quién nos apoya, aunque sólo sea un “ánimo!” alguna vez? Siempre revolotean sus problemas, que si la vida les aburre, que si no llegan a fin de mes. Tanto Lucía como Javier, ambos, todo el día quejándose.

¿Por qué piensas eso?

Tomás Gutiérrez terminó ya los huevos y untaba mantequilla en un trozo de pan recién cortado, cubriéndolo luego de mermelada.

A ti te parece fácil, pero a mí me lo cuentan todo, que soy su madre. Javier quería ir ayer a los bolos con su familia, y me pidió veinte euros hasta cobrar. Me enfadé y no le di nada. Se ofendió. Antes de eso llamó Lucía; desanimada, porque no prospera en lo de cantar. Le encanta, pero no avanza. Me parece estupendo que cante por gusto, pero ¡también hay que trabajar! Ella quiere vivir del cante y no le sale… No es tan fácil, ya debería aceptarlo y buscar algo más estable. Encima, antes eran inseparables de niños y ahora parece que ni se hablan

Carmen apartó los huevos fríos y se aferró a la taza de té.

No te agobies tanto, ya verás como todo se arregla. Nosotros también fuimos jóvenes, acuérdate intentó animarla Tomás, sólo logrando que se encendiera más.

¿Pero qué dices, Tomás? ¡Eso lo tendrás que recordar tú! Vivíamos con lo justo y nada nos faltaba. Cuando nació Javier, fue felicidad pura. Una amiga me prestó el carrito y la cuna, mi hermana ropa de su mayor. Todo usado, pero parecía nuevo, que los críos crecen muy deprisa. Y éramos felices. Y cuando pudimos comprarnos el SEAT 124 ¡madre mía, qué orgullo! Incluso le hicimos techo propio frente a casa, nos sentíamos millonarios. Pero nuestros hijos Si no viajan a París o Londres, ya piensan que no es vida. ¿Quién les enseñó a eso, dime tú?

Los tiempos han cambiado, Carmen. Muchas tentaciones para los jóvenes. Ya lo verán ellos mismos con el tiempo respondió Tomás.

Ay, no vaya a ser demasiado tarde, se les escurre la vida tras riquezas y la vejez acecha sin avisar. Miro al espejo y no me reconozco; ya soy abuela. Y tú ya abuelo.

Un sonido agudo interrumpió aquel diálogo. Javier.

¡Ves! Ya está. Carmen cogió el teléfono; sus ojos se abrieron enormes y saltó de la silla.

¡Tomás, vístete ya! Javier ha tenido un accidente, nos llama un vecino desde el hospital.

¿Pero qué ha pasado? Tomás casi no pudo ni abrocharse la camisa de la prisa.

No lo entendí bien, estaba cortando algo con la radial, explotó el disco y le abrió la mano. Intentan salvarle la muñeca. ¡Ojalá salga bien! ¡Vámonos ya!

Ambos salieron a la carrera, todavía jóvenes aunque ya no tanto, con el miedo saltando en los ojos.

Corrieron, olvidándolo todo, hacia el hospital y su hijo…

Mientras corrían, Lucía llamó: Mamá, ¿puedo ir hoy a comer?

Claro, hija, seguramente volvamos para entonces gritó Carmen, jadeante al teléfono, sin esperar respuesta. Corrió tras Tomás hacia la parada del autobús…

En el hospital recibieron la buena noticia: pudieron salvarle la mano, pero no les dejaban pasar aún.

Si no me dejan entrar, me quedo aquí, esperaré se sentó firmemente Carmen, Tomás a su lado.

De pronto, Lucía irrumpió en el hall y se les echó encima:

¡Mamá, pero qué caras tenéis! Todo va bien, Javier ayer se quedó a un trabajillo extra arreglando un coche. Se le atascaron los tornillos y la radial le hizo un tajo, pero ya está cosido, mueve los dedos, sólo fue el susto. ¡Mamá, parecéis dos fantasmas!

¿Y tú cómo lo sabes? apenas pudo murmurar Carmen.

Siempre hablamos entre nosotros, y con Lidia, su mujer, también. Nos apoyamos, ¿no lo sabíais?

Pensábamos que no os hablábais aclaró Tomás.

Ay, papá Es que vosotres sois tan fuertes, tan capaces, que no queremos asustaros con historias. Lucía sonrió. Además, parecéis jóvenes aún; queríamos que por fin disfrutéis un poco de la vida.

Ay, hija, y yo pensando que ya no os importábamos nada Carmen esbozó una sonrisa.

No digas eso, mamá. Vosotros, los de vuestra generación, parecéis de acero inoxidable. Intentamos parecernos, aunque no siempre nos sale, pero nos esforzamos mucho, ¿lo sabéis?

A los padres se les iluminó el rostro, más tranquilos por fin.

Mamá, papá, os tenía que contar: he encontrado trabajo. Y además, ahora me llaman para cantar en fiestas. El otro día en la guardería, y ayer en la residencia de mayores. ¡Me aplaudieron muchísimo! Hasta una abuela lloró; tiene una hija famosa que nunca la ve. La dejaron allí sola, qué pena.

Lucía abrazó a sus padres de golpe: Os queremos, mi hermano y yo, no dudéis jamás

Al fin, la enfermera les permitió entrar a ver a Javier unos minutos. Carmen tuvo que contener las lágrimas, pero él la calmó:

Tranquila, mamá, ya pasó el susto. No os preocupéis. Papá, ¿acuerdas cuando las avispas montaron un nido encima del coche y casi no lo cuentas? Ir al hospital no es tan raro. Cuando salga, venid a comer en Nochevieja con nosotros, se nos pasan las semanas y hablamos poco. Lucía quiere presentaros a su novio, aún no os lo había contado…

Carmen y Tomás volvieron a casa andando, despacio, cruzando Madrid bajo los plátanos dorados del otoño.

No del todo viejos, tampoco ya jóvenes, padres caminando juntos.

Ay, el corazón de madre, que siempre late por sus hijos. Siempre parece que los demás crían mejor, y una sueña que los suyos sean los mejores, que sigan tus pasos, que te escuchen.

Pero sólo pueden hacer su propio camino, pase lo que pase… Y son buenos hijos, porque son los nuestros.

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MagistrUm
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