Boda con un Discapacitado: Un Relato Intrigante

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Almudena llegó tarde del hospital, donde trabajaba como enfermera de urgencias. Se dio una larga ducha, se metió el bata y entró a la cocina.

Hay bistec y fideos en la sartén le dijo su madre, mirándola y tratando de averiguar qué le pasaba. ¿Estás cansada, hija? ¿Qué tal el ánimo?

No voy a comer, y de paso sigo horrible; si me deshago de lo que tengo, nadie me mirará replicó Almudena con voz sombría, sirviéndose un té.

¿De dónde sacas eso? se alarmó la madre. Tienes los ojos bien, la nariz y los labios normales, no te menosprecies, Almudena.

Porque todas mis amigas ya están casadas y yo sigo sola. Solo me interesan chicos que no valen nada, y los que me gustan ni siquiera me miran. ¿Qué me pasa, mamá? dijo la niña, frunciendo el ceño.

Simplemente no has encontrado a tu destino, el momento no ha llegado intentó calmarla la madre, pero Almudena se puso más irritada.

Exacto, mis ojitos son pequeños, mis labios finos y mira mi nariz. Si tuviera dinero me haría una cirugía, pero somos pobres. Así que pensé en casarme con algún “incapaz”. En el hospital hay chicos que, tras un accidente, sus parejas los dejaron. Ya tengo treinta y tres años, no tengo tiempo para esperar.

Almudena, no digas eso. Tu padre también tiene problemas con las piernas. Pensaba que al menos un yerno que ayudara en la huerta sería un buen apoyo, ¿no? exclamó la madre, intentando justificarse. No es que todos vivan bien, pero no busques a un «incapaz». Mira a Julián, el vecino, lleva tiempo mirando a la niña. Es fuerte, tendría hijos sanos…

Mamá, deja de hablar de Julián. Nunca llega a tiempo al trabajo, le gusta la copla y nada que decir con él se quejó Almudena.

¿Y para qué hablar con él? Le diré que vaya a la huerta a cavar, luego comeremos. O le mando al supermercado; es un buen chico, trabajador, quizá os vaya bien propuso la madre, con una sonrisa forzada. Almudena dejó el té a medio beber, se levantó

Me voy a la cama, mamá, ya basta. Pensaba que al menos me verías como una persona, pero como todos, crees que soy una fea…

Almudena, hija, ¿qué dices? la madre intentó alcanzarla, pero la niña sólo agitó la mano. ¡Basta!

Y cerró la puerta de su habitación justo delante de la nariz de su madre.

Pasó la noche en vela, recordando al chico que habían traído hacía poco, al que le habían amputado la pierna hasta el tobillo por una losa que se le cayó en un edificio en demolición. Nadie lo visitaba; era un joven de menos de treinta años. Al principio, tras la operación, le miraba con compasión, le tomaba la mano y le clavaba la mirada en los ojos. Después, recuperado, se quedó mirando al techo, pensativo. A Almudena le daba más pena que a los demás, quizá porque nadie se le acercaba.

¿Crees que volveré a caminar? preguntó él, sin voltear.

Claro que sí, todo sanará, eres joven contestó ella con firmeza.

Todos lo dicen. Prueba a vivir sin una pierna, ¿qué vida es esa? se enfadó de pronto, dándose la vuelta como si ella fuera culpable.

¿Y tú por qué entraste ahí? replicó Almudena, enfadada. ¡Fuiste tú quien se lo buscó!

Parecía que era algo… gruñó el chico, y cada vez que Almudena entraba en la sala, él se volvía hacia la pared.

Almudena lo miró de nuevo; sus ojos eran claros y fríos como cristales. Tenía una cara agradable, y lamentaba lo que le había ocurrido.

¿Te das pena? le agarró la mirada una vez. Veo que sí, pero no quiero que te sientas mal solo por ti. A la gente que pasa por personas como yo, no les gusta.

A la gente como yo tampoco les gusta, aunque tenga brazos y piernas. No encajo, nadie me quiere. Mejor ser sin piernas, al menos me lamentarían respondió Almudena, y las lágrimas empezaron a brotar.

En ese momento, Miguel, el muchacho amputado, sonrió por primera vez.

Vaya, qué tonta eres. ¿Crees que no me gusto? Te miro y me da envidia al que elijas. ¿Lo crees?

Almudena lo miró fijamente y, sorprendentemente, le creyó. Entonces le soltó lo que llevaba rondando la lengua:

Si te elijo, ¿te casarías conmigo? Si te quedas callado, sé que mientes, lo entiendo todo.

Almudena se levantó, con la cara herida, y se dirigió a la puerta. Miguel, apoyado en sus codos, se arrastró hasta la cama como queriendo seguirla. Luego recordó que no podía y le gritó:

¡Cásate conmigo, Almudena! Te juro que pronto nadie notará mi pierna. Me recuperaré rápido, no te vayas…

Almudena se quedó en el pasillo, a punto de llorar, pero sintió que era él. No importaba su nariz o sus ojos, ni su pierna; simplemente se habían encontrado.

El momento había llegado, como decía su madre.

Miguel se metió de lleno en la rehabilitación, con un entusiasmo enorme. Ahora tenía un objetivo: casarse con la chica que amaba y volver a estar en pie por su futuro juntos. Quería que Almudena dejara de sentir que no servía a nadie; ella lo necesitaba, él lo necesitaba a ella, y querían vivir siempre juntos.

¿Te has enamorado al fin, hija? preguntó la madre al día siguiente. Mira cómo has florecido, aunque antes decías que no eras guapa.

Almudena no negó nada; volaba como si tuviera alas. Su mayor deseo era que Miguel recuperara el caminar y se acostumbrara a su prótesis.

Empezaron a pasear más y más, primero por el patio del hospital y luego por las calles nevadas y decoradas de luces navideñas.

Ya han derribado el edificio donde me atrapó la losa le mostró Miguel un día.

¿Y por qué metiste la mano ahí? No me lo has contado recordó Almudena.

Verás, encontré un perrito callejero, flaco, negro con manchas blancas, que temblaba de frío. Quise llevarlo a casa para que no muriera solo explicó Miguel.

Mira, allí está otro perro delgado, parece temeroso.

¡Ese es! exclamó Miguel, y el perro corrió hacia ellos, acercándose a la entrada de la casa.

Menuda suerte tiene Almudena, ha encontrado un marido guapo, más joven que ella, con piso y sin suegra bromeaban sus amigas en la boda.

La madre de Almudena se emocionó al oír que la llamaban mamá de Miguel.

Miguel había sido huérfano, sin familia conocida. Era un buen chico, de gran corazón, y lo más importante, se amaban. No les importaban los huertos ni los trabajos de la huerta; Miguel se encargaba de todo y siempre lo lograba.

Viven Almudena, Miguel y su perro Kuzmán, y pronto serán cuatro, porque están esperando una niña.

Nunca hay que perder la esperanza; de lo contrario se pasa por alto la propia felicidad. La vida es tan hermosa por su impredecibilidad.

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