De verdad, muchísimas gracias por el ofrecimiento. Es muy generoso de tu parte. Pero vamos a decir que no.
A la suegra se le descompuso la cara.
¿Y eso? ¿Demasiado orgullosos?
No, no es orgullo. Simplemente, ya tenemos nuestra vida montada. Cambiar a los niños de colegio a mitad de curso es un estrés, y ya estamos acostumbrados a nuestro barrio. Además, la casa la tenemos recién reformada, todo es nuevo. Y en la tuya Aurora hizo una pausa, buscando las palabras, pero optó por ir a los hechos en la tuya hay muchas cosas con valor sentimental, recuerdos, objetos frágiles. Los niños son pequeños, seguro rompen algo o lo manchan. ¿Para qué vamos a pasarlo mal?
Cuando Aurora volvió del trabajo, su marido ya estaba en el pasillo, claramente esperándola.
Se descalzó, pasó en silencio al dormitorio para cambiarse, y luego se fue directa a la cocina. Su marido la seguía detrás sin decir ni mu.
Aurora no pudo aguantar más:
¿Otra vez con el tema? Ya te dije que no.
Álvaro soltó un largo suspiro.
Mi madre ha vuelto a llamar. Dice que le sube la tensión. Que se le hace cuesta arriba todo allí, y que abuelos están muy mal, que se portan como críos. Que no da abasto.
¿Y? Aurora se sirvió un vaso de agua fría, intentando calmar su mosqueo creciente. Ella eligió irse a la casa de campo.
Alquila el piso, cobra su dinero, respira aire puro. Le gustaba estar allí.
Le gustaba cuando tenía fuerzas. Ahora se queja, que está aburrida y que todo se le hace un mundo. En fin Álvaro tomó aire. Nos ha vuelto a proponer que nos mudemos a su piso, el de tres habitaciones.
Aurora lo miró con los ojos como platos y soltó un tajante:
No.
¿Pero por qué no escuchas siquiera? protestó Álvaro, abriendo los brazos Mira: el barrio es una maravilla. A tu trabajo llegas en quince minutos, yo tardo veinte.
El colegio bilingüe está cruzando la calle, el parque infantil en el patio. ¡Ni un atasco más!
Podríamos alquilar este piso y la hipoteca se pagaría sola. Además, nos sobraría algo.
Álvaro, ¿te estás oyendo? Aurora se acercó a él Llevamos aquí dos años y medio. Elegí personalmente cada enchufe. Los niños tienen los amigos en el portal de al lado. ¡Estamos por fin en nuestra casa! ¡Nuestra casa!
¿Y qué más da el sitio si solo venimos a dormir? Nos tiramos dos horas en el coche todos los días. Y el piso de mi madre es una casa antigua, techos altísimos, paredes que no se oye a los vecinos.
Sí, y la reforma de cuando yo iba al colegio Aurora cortó en seco ¿Te acuerdas de cómo huele? Y sobre todo: no es nuestra casa. Es la casa de Carmen García.
Mi madre dice que no va a inmiscuirse, que se quedará en la casa de campo, pero así sabe que el piso está vigilado.
Aurora se rio con amargura.
Álvaro, ¿tienes memoria de pez? ¿Recuerdas cuando compramos este piso?
Bien que se acordaba. Siete años de alquileres en pisos diminutos, ahorrando hasta el último euro.
Cuando al fin tenían para la entrada, Álvaro se lo propuso a su madre: vender su gran piso del centro y con el dinero comprarle a ella uno adecuado y a ellos otro decente.
Carmen García decía: Claro, hijos, lo importante es que vosotros tengáis espacio.
Ya tenían mirados pisos, y hasta soñaban juntos con el cambio. Y justo el día de ir al notario, ella llamó.
¿Te acuerdas lo que dijo? insistía Aurora He pensado Es que mi barrio es tan bueno, los vecinos tan educados ¿Cómo voy a irme a una urbanización moderna en la periferia, entre gente que ni conozco? No quiero.
Y nos fuimos al banco, sofocados, a pedir una hipoteca a un interés demencial, y terminamos comprando este piso a cinco kilómetros de la M-30. Solos, sin sus metros prestigiosos.
Se asustaría de los cambios, era mayor dijo bajo Álvaro Ahora está sola, lo ve distinto. Quiere tener a los nietos cerca.
¿Cerca? Si los ve una vez al mes, cuando vamos nosotros cargados de comida. Y a la media hora ya está que le duele la cabeza de tanto jaleo.
En ese momento irrumpió Pablo, de seis años, seguido de su hermana pequeña, Teresa, de cuatro.
¡Mamá, papá, tenemos hambre! gritó Pablo ¡Y Teresa ha roto mi avión! Llevo tres horas construyéndolo y ella lo ha destrozado
¡Mentira! chilló Teresa ¡Él lo dejó caer!
Aurora suspiró.
Bueno, vamos a lavarnos las manos, que ya está la cena. ¿Has puesto la pasta, papá?
Sí, y salchichas también murmuró Álvaro.
Mientras los niños hacían su escándalo y Aurora preparaba la comida, el tema quedó en el aire. Volvió a salir horas después, en la cama.
***
El sábado tuvieron que ir a la casa de campo Carmen García les llamó por la mañana, con voz de enferma, diciendo que al abuelo le faltaban medicinas y a ella le oprimía el pecho.
El trayecto duró una hora y media. Carmen los recibió en la entrada. Para sus sesenta y tres, estaba estupenda: peluquería impecable, uñas hechas, un pañuelo de seda elegante al cuello.
Menos mal que habéis llegado ofreció la mejilla para el beso Aurora, hija, ¿has engordado o es que llevas la blusa suelta?
Buenos días, Carmen. Blusa suelta, tranquila Aurora ya estaba acostumbrada a los comentarios.
Entraron. Los padres de Carmen, ancianos ya, dormían frente al televisor, ni saludaron. Aurora los saludó igual.
¿Queréis un té? Tengo galletas, un poco duras Carmen iba hacia la cocina No he ido al súper porque me duelen las piernas.
Hemos traído una tarta dijo Álvaro, dejando la caja en la mesa Mamá, hablemos, que sacaste el tema del piso
Carmen enseguida se animó.
Ay, Álvaro, hijo, no puedo más. Aquí sí, hay aire, tranquilidad, los mayores me necesitan
Pero en invierno ¡Un aburrimiento mortal! Y luego el piso, ahí vacío, entrando y saliendo gente, lo echan a perder. ¡Me duele hasta el alma!
Pero tus inquilinos son muy formales, mamá dijo Álvaro.
¡Formales! bufó ella La última vez pasé a mirar y la cortina caída, un olor raro, que no es el mío
Por eso lo pienso: ¿por qué sufrís vosotros en las afueras? Veníos a mi piso. Hay sitio para todos.
Aurora miró a su marido, discreta.
Carmen, ¿y tú dónde piensas vivir? preguntó sin rodeos.
Carmen arqueó las cejas sorprendida.
¿Dónde va a ser? Aquí, claro, con los abuelos. Pero algún día iré a Madrid, para revisiones en el centro de salud, o a ver mi doctor. Tengo gente de confianza en la Seguridad Social.
¿Y eso de algún día qué significa? insistió Aurora.
Pues, no sé, un par de veces por semana. O a pasarme la semana si hace mal tiempo. Mi habitación sigue siendo mía, no pongáis a nadie allí. Los niños en el cuarto grande, el mío no lo toquéis. Nunca se sabe.
A Aurora se le cruzó el cable.
O sea, quieres que nos mudemos a un piso de tres habitaciones pero dejando una cerrada solo para ti, y que nosotros con los niños apañados en dos cuartos.
¿Cerrada para qué? se extrañó Carmen Usadla, pero mis cosas no las toquéis. Y tampoco el mueble del salón, que está el cristal. Ni los libros. ¿Te acuerdas, Álvaro? ¡La biblioteca intacta!
Álvaro no sabía dónde mirar.
Mamá, si nos vamos necesitamos organizar la casa, poner camas para los niños
¿Para qué camas? Si el sofá es buenísimo, ese que compró tu padre. No hace falta gastar.
Aurora se levantó.
Álvaro, sale un momento.
Salió a la entrada, sin esperar respuesta. Álvaro al minuto, tras ella, con cara de circunstancias.
¿Lo has oído? susurró Aurora No toquéis el sofá, mis cosas, me quedaré unas semanas ¿Entiendes lo que significa?
Aurora, es que le cuesta cambiar
¡No, Álvaro! Solo quiere que le cuidemos el piso gratis. Ni siquiera podremos mover un armario.
Vendrá cuando le plazca, entrará con su copia de la llave y me dirá cómo colgar las cortinas, cocinar el cocido y hacer las camas.
Pero es que al trabajo llegaríamos antes murmuró él.
Me da igual el trabajo. Prefiero tragarme dos horas de atasco y llegar a mi casa, donde mando yo.
Álvaro bajó la cabeza. Sabía perfectamente que ella tenía razón. Demasiado fácil resultaba la solución.
Y además Aurora cruzó los brazos acuérdate de cuando nos prometió ayudarnos con lo del piso y al final, por el prestigio, nos dejó tirados.
Ahora solo le apetece tenernos cerca para entretenerse, y tener a quién regañar.
Entonces, Carmen asomó por la puerta.
¿De qué cuchicheáis?
Aurora la miró de frente.
No te molestamos más. No nos vamos a mudar.
¡Qué tontería! bufó la suegra Álvaro, ¿vas a dejar que tu mujer decida y tú a asentir?
Álvaro le sostuvo la mirada.
Mamá, Aurora tiene razón. No nos vamos. Tenemos nuestra casa.
Carmen puso cara de vinagre. Sabía que había perdido la batalla pero no lo admitiría en la vida.
Vosotros veréis, yo solo quería ayudar. Luego que no haya quejas si os pasáis la vida en atascos.
No te preocupes prometió Álvaro Nos vamos, mamá. ¿Necesitas algo más del médico?
Nada, no necesitáis traerme nada giró teatral y desapareció en la casa, dando un portazo.
Vuelta a Madrid en silencio. Los atascos a la entrada desaparecían, pero el navegador aún marcaba atasco rojo cerca de su barrio.
¿Te has enfadado? murmuró Aurora en el semáforo.
Álvaro negó.
No. He imaginado a Pablo saltando en el sofá del abuelo y le da un infarto a mi madre. Tienes razón. Era una mala idea.
Yo no me niego a ayudar, Álvaro le tranquilizó Aurora, apoyando la mano en su rodilla Si hace falta, le llevamos la compra, las medicinas, o pagamos a una cuidadora, si hay que hacerlo. Pero vivir, cada uno en su casa.
La distancia es la clave para llevarse bien.
Y más con mi madre rió él.
***
Carmen, claro, se quedó rencorosa con la nuera y el hijo. Resulta que ya había echado a los inquilinos del piso, convencida de que ellos se mudarían.
Casi un mes estuvo dando guerra a Álvaro con llamadas.
Pero él resistió como un jabato a las provocaciones de su madre no cedió ni un milímetro. Mira tú, que al final resulta mucho menos complicado decir no cuando toca.







