La futura suegra arruinó las vacaciones

Ir sola con la hija da miedo, ¿te das cuenta? Dos mujeres que no hablamos el mismo idioma hizo abanico la futura suegra. Con vosotras dos no parece tan terrible. Además, estaremos cerca por si surge algo.

Lola aún no imaginaba lo cerca que «cerca» iba a estar.

Qué fastidio suspiró Lola.

Los planes de vacaciones los habían ido trazando Lola y su prometido Álvaro, junto a su hermana Violeta y a su cuñado Ciro, ya medio año antes.

El hermano del futuro marido y su esposa formaban la compañía ideal; con ellos no daba miedo ni ir a un bar, ni escaparse de fin de semana, ni aventurarse a cualquier parte, porque sus intereses y su idea de vacaciones perfectas coincidían al milímetro.

Dos veces el año pasado se habían ido juntos y ambas veces habían quedado encantados.

Ahora

Acusar a la futura nuera de haber caído enferma en el momento menos oportuno nunca se le habría ocurrido a Lola. Pero tenía derecho a estar molesta, ¿no?

Pues, ¿qué vamos a hacer? Tendréis que andar solo por las ruinas de los siglos pasados suspiró Ciro.

El hermano de Álvaro también estaba despechado por los planes arruinados, pero, por supuesto, no podía abandonar a su esposa enferma por un capricho. Nadie le habría exigido eso en serio.

Lo que sí lamentaban era el dinero de los billetes de avión: ahora no podían recuperar el importe total y, además, les molestaba perder los planes.

Álvaro, Lola, tengo una idea genial esa misma noche apareció en su casa la madre de Álvaro, la temida pero querida Elvira de la Vega.

Las visitas de Elvira no eran nada insólito; ella y Álvaro tenían una relación bastante cercana y, en general, Elvira era una mujer respetable, aunque con la típica reputación de suegra tradicional que de vez en cuando se empeñaba en dar lecciones de vida a Lola.

Al fin y al cabo, según los rumores, Lola había heredado la versión «más ligera» de esas suegras. Así que sí, Elvira aparecía casi cuatro veces a la semana, pero sólo cada dos semanas le picaba la idea de instruir a su futura nuera en los quehaceres del hogar. Algunas de esas sugerencias, admitía Lola, le habían servido, así que no la consideraba una verdadera villana.

Por eso aceptó la propuesta de pasar las vacaciones juntos con buena disposición. El plan: Elvira llevaría a su hija menor, Pilar, compraría los billetes al segundo hijo y su esposa, y se marcharía con el hijo mayor y su futura esposa a Tailandia para calentar sus huesos viejos y, de paso, coleccionar nuevas anécdotas.

Ir sola con la hija da miedo, ¿te das cuenta? Dos mujeres que no hablamos el mismo idioma volvió a decir la suegra, gesticulando. Con vosotras dos no parece tan terrible. Además, estaremos cerca por si surge algo.

Lola aún no había imaginado cuán «cerca» iban a estar. Si lo hubiera sabido, nunca habría aceptado la compañía de la suegra y la nuera. Pero, por otro lado, había visto caras verdaderas de los futuros familiares antes del matrimonio, y eso le ahorró futuros enredos burocráticos.

Se puede decir que la joven se escapó de una pequeña catástrofe. Al aceptar las vacaciones conjuntas, escuchó dudas de sus amigas sobre su cordura.

¿Quién se va de vacaciones con la suegra, aunque sea la futura? decían. No le vas a dar tregua a la nuera, la vas a tener rondando, y además tendrás que entretener a la hija.

Lola replicó que Pilar ya tenía diecinueve años, era una joven adulta que no necesitaba animadores familiares y, de hecho, casi no hablaba con ella más que intercambiar saludos y pedir la sal o el azúcar durante la comida.

Con esas premisas, era poco probable que la futura cuñada se volcara en conversaciones durante el viaje. En cuanto a Elvira, sí, habría que planear todo pensando en la presencia de una mujer de mediana edad, pero no parecía que eso provocara grandes problemas. Si surgían pequeños contratiempos, bastarían dos semanas de paciencia; y si las cosas se complicaban, siempre se podía encontrar una excusa educada para no volver a viajar con la suegra.

Al fin y al cabo, ¿no es de mala educación rechazar algo sin siquiera probarlo? Así les había enseñado la madre de Lola. Y sus amigas ni siquiera conocían a Elvira, solo juzgaban por sus propias suegras, que describían como un desastre. Según ellas, Lola tenía suerte de tener una suegra como Elvira y, en general, de los familiares de Álvaro.

El primer aviso sonó ya en el avión. Pilar se sentó junto a la ventana, sin que nadie se opusiera. Lola, habituada a los viajes de trabajo, no le daba importancia al ventanal. Álvaro, por su parte, prefería la zona de los asientos que daban acceso al sistema de entretenimiento a bordo. Lola elegía el pasillo para poder levantarse rápidamente sin molestar a los pasajeros que dormían.

Del pasillo se instaló Elvira, que parecía nerviosa; cuando el avión entró en turbulencias, apenas contenía las lágrimas. No podía negarle a Lola el cambio de asiento para que la mujer junto a su hijo estuviera más cómoda. Curiosamente, cuando la turbulencia pasó, nadie se apresuró a devolverle el asiento a Elvira.

Además, Elvira se plantó con un interés fingido en la película que Álvaro había puesto y, al final, se quedó dormida apoyando la cabeza en el hombro de su hijo.

No te enfades se tranquilizó Lola para sí misma. Probablemente, si hubieras vivido ese susto, no estarías tan interesada en cambiar de asiento de nuevo. Y menos todavía despertar a alguien que está profundamente dormido

Su voz interior le susurraba que, si alguien se despertara justo cuando el personal comenzara a repartir la comida, el despertar sería un caos total. En cualquier caso, Elvira podría haber intercambiado su asiento con Pilar, que ya hacía años que no miraba por la ventanilla y, con la cortina bajada, veía la película como Álvaro.

Al observar esa «idílica» escena familiar, Lola sentía una irritación que se fue acumulando hasta el aeropuerto de llegada. Álvaro ni siquiera la miró; se lanzó primero a ayudar a su madre con el equipaje y después a buscar una máquina de agua. Lola tenía la sensación de ser una invitada invisible, una especie de persona fantasma de la que nadie tenía en cuenta.

¡Carmen, deja de sentirte excluida! Nadie te está dejando fuera, no inventes problemas.

Solo que la madre de Álvaro estaba en un país desconocido, y Lola había visto su forma de manejar los vuelos

«¿Qué diablos hizo tu madre para decidir volar con nosotras?» pensó Lola, sin poder evitar el comentario.

Su voz interior, esa que su madre siempre le había inculcado «hay que ceder a los mayores, proteger a los débiles y pensar en los demás» se activó en el momento menos oportuno, recordándole que era una mujer saludable y capaz de valerse por sí misma sin estar siempre a la sombra de los demás.

Al mismo tiempo, la madre de Álvaro había vivido el estrés del viaje y merecía un poco de compasión, algo que Álvaro, como buen hijo, le ofrecía al ayudarle con las maletas y preguntar si necesitaba algo.

Sin embargo, lo ocurrido en el avión y en el aeropuerto era solo el principio de los problemas. Porque, la siguiente noche, la madre del futuro marido se instaló en su habitación con todo el protocolo y, según parece, con una pequeña fanfarria que anunciaba su llegada

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