Abuela, tengo que pedirte un favor, de verdad necesito dinero.
Mucho dinero.
Mi nieto apareció esa tarde, y se le notaba nervioso, ¿sabes? Normalmente, Miguel viene a verme un par de veces por semana. Si necesito algo, me baja la basura, me hace algún recado, incluso una vez me arregló el sofá, que ahora parece nuevo. Siempre tranquilo, seguro de sí mismo Pero aquel día estaba intranquilo, no era él.
Siempre he tenido ese temor en el cuerpo: últimamente el mundo anda muy revuelto.
Miguel, hijo, ¿te importa si te pregunto para qué es ese dinero? ¿Y cuánto es exactamente mucho? Te juro que en ese momento me tensé por dentro.
Miguel es mi nieto mayor. Es un buen chico, muy noble. Terminó el bachillerato el año pasado, ahora trabaja y estudia a distancia. Sus padres nunca han tenido queja de él, pero tampoco comprendo por qué necesitaría tanto dinero.
Todavía no te puedo decir para qué es, pero te lo voy a devolver, eso seguro, aunque tenga que ser en varios pagos se sinceró, evitando mi mirada.
Tú sabes que yo solo tengo mi pensión, y la verdad es que no sabía si debía ayudarle , dime, ¿cuánto necesitas exactamente?
Mil euros.
¿Y por qué no se lo pides a tus padres? le pregunté, aunque ya conocía la respuesta. Mi yerno, el padre de Miguel, siempre ha sido bastante estricto y piensa que su hijo tiene que aprender a resolver las cosas solo, a su edad, y nada de andarse con tonterías.
No lo van a entender, me confesó Miguel, justo como pensaba.
De repente me entró el miedo: ¿estará metido en algún lío? ¿Y si dándole el dinero lo estoy metiendo en algo peor? ¿Y si no se lo doy y le salen problemas graves? Le miré con esa mirada de abuela preocupada.
Abuela, no pienses mal adivinó él por mi cara , son solo tres meses, te lo juro, ¡te lo devuelvo! ¿No confías en mí?
Pensé: A lo mejor sí se lo doy. Aunque no me lo devuelva, tiene que haber alguien en este mundo que le apoye y en quien pueda confiar. Para algo tengo ese dinero guardado por si acaso. Quizá este sea el por si acaso. Además, Miguel ha venido a mí… Todavía no me voy a morir, y cuando toque, ya me enterrarán. ¡Hay que pensar en los vivos, y más si son de los tuyos!.
Dicen que si prestas dinero, piérdelo de vista. Los jóvenes de hoy tienen otra cabeza, vete tú a saber, pero por otro lado, Miguel nunca me ha fallado.
Vale, te lo dejo. Durante tres meses, como dices. Pero, ¿no crees que sería mejor que tus padres lo supieran?
Abuela, tú sabes lo mucho que te quiero. Siempre cumplo lo que te prometo, pero si no puedes, buscaré un préstamo, que ya estoy trabajando.
A la mañana siguiente fui al banco, saqué los mil euros y se los di a Miguel.
Se le iluminó la cara, me dio un beso y me dijo: Gracias, abuela, eres la persona más importante para mí. Te lo devolveré, te lo prometo. Y salió volando por la puerta.
Me quedé en casa, me preparé un té y me puse a pensar. ¡Cuántas veces en mi vida he necesitado ayuda económica urgente! Y siempre apareció alguien que me echó una mano. Ahora las cosas han cambiado, cada uno mira por lo suyo. ¡Qué tiempos más raros nos han tocado!
A la semana vino Miguel, todo contento, y me devolvió una parte del dinero, parece que había cobrado algo de más ese mes.
Abuela, aquí tienes, esto es parte, que he cobrado el adelanto. ¿Puedo pasarme mañana contigo, pero no solo?
Por supuesto, hijo, ya te haré tu bizcocho favorito de amapola le respondí sonriendo. Tenía ganas de que viniera, así igual me aclaraba las dudas. Quería asegurarme de que todo iba bien.
Esa noche vino Miguel acompañado. A su lado, una chica delgada.
Abuela, te presento a Carmen. Carmen, esta es mi abuela, Teresa.
Carmen me miró y sonrió con dulzura.
Encantada, Teresa, muchísimas gracias por todo.
Pasad, chicos, encantada Y al instante sentí un alivio, la muchacha me cayó en gracia al momento.
Nos sentamos, sacamos el bizcocho y el té.
Abuela, no podía contártelo antes Verás, Carmen estaba muy agobiada, a su madre le encontraron un problema de salud de repente y no había a quién pedirle ayuda. Carmen es un poco supersticiosa y no me dejó contarlo, pero ahora ya está bien, operaron a su madre y todo va a ir bien Miguel la miró enternecido y le cogió la mano.
De verdad, muchísimas gracias, eres un sol Carmen se giró y se sonó la nariz, estaba muy emocionada.
Venga Carmen, no llores, ya está Miguel se levantó . Abuela, nos vamos, que ya es tarde, llevo a Carmen a casa.
Id tranquilos, niños. Que paséis buena noche, ¡que todo vaya bien! les hice la señal de la cruz cuando salieron.
Mi nieto se ha hecho mayor. Es un chico bueno, y yo he hecho bien en confiar en él. Aquí no es cuestión solo de dinero, es que hemos salido más unidos.
A los dos meses, Miguel me devolvió el resto del dinero y me contó:
¿Te lo puedes creer? El médico dijo que, si hubiéramos tardado, habría ido todo fatal. Si no me hubieras ayudado, a saber qué habría pasado. Gracias, abuela. Ahora sé que siempre hay alguien dispuesto a tenderte la mano en los momentos difíciles. Lo que quieras, abuela, lo haré por ti. ¡Eres la mejor del mundo!
Le revolví el pelo, como cuando era pequeño:
Anda, tira para allá. Vente con Carmen cuando quieras, me alegra veros.
Claro que vendré, y me dio un abrazo.
Cerré la puerta, y me acordé de algo que me decía mi abuela:
A los de casa hay que ayudarles siempre. Así hemos hecho siempre aquí en España. Quien da la cara por todos, a ese nunca le dan la espalda los suyos. Eso no hay que olvidarlo nunca.







