La petición del nieto. Relato —Abuela, tengo que pedirte un favor, necesito dinero… mucho dinero. El nieto vino a verla por la tarde, claramente nervioso. Normalmente, pasaba a ver a Lilia Victoria un par de veces por semana. Si hacía falta, hacía la compra, sacaba la basura. Incluso le arregló el sofá una vez, que aún aguanta. Y siempre tan tranquilo, seguro de sí mismo. Pero hoy se le notaba muy inquieto. Lilia Victoria siempre había temido —¡hay tantas cosas pasando a nuestro alrededor! —Denis, ¿se puede saber para qué necesitas el dinero? ¿Y cuánto es ese “mucho”? —Lilia Victoria se tensó por dentro. Denis era su nieto mayor. Un chico bueno y noble. Terminó el bachillerato hace un año. Trabaja y estudia en la UNED. Sus padres nunca han sospechado nada malo de él. Pero, ¿para qué tanta cantidad? —No puedo contarte ahora, pero te lo devolveré, seguro. Eso sí, a plazos —dudó Denis. —Ya sabes que vivo con la pensión —Lilia Victoria no sabía qué hacer—. ¿Pero cuánto necesitas exactamente? —Cien mil. —¿Y por qué no se lo pides a tus padres? —preguntó ella por inercia, aunque sabía qué respondería Denis. Su padre, yerno de Lilia Victoria, siempre había sido severo. Y creía que un hijo debía solucionar sus propios problemas, según su edad. Y no meterse donde no le corresponde. —Ellos no me lo darán —confirmó Denis su sospecha. ¿Y si se ha metido en algún lío? ¿Si le doy el dinero puede ser peor? ¿Y si no se lo doy, y tiene problemas de verdad? Lilia Victoria lo miró interrogante. —Abuela, no pienses mal —interpretó Denis su mirada—, te juro que en tres meses te lo devuelvo. ¿No confías en mí? Quizá tenía que dárselo. Aunque no se lo devolviera. Alguien tiene que apoyarle. No puede perder la fe en la gente. Este dinero lo tengo por si acaso. Quizá este sea el caso. Denis ha venido a mí. No es momento de pensar en mis funerales. Cuando toque, ya me enterrarán. Hay que pensar en los vivos, y confiar en los tuyos. Dicen que, si prestas dinero, es mejor despedirse de él. Los jóvenes de hoy son indescifrables. Nunca sabes lo que se les pasa por la cabeza. Pero, por otro lado, mi nieto nunca me ha fallado. —Vale, te lo dejo. Por tres meses, como dices. Pero, ¿no será mejor que lo sepan tus padres? —Abuela, sabes que te quiero mucho. Y siempre cumplo mis promesas. Pero si no puedes, intentaré pedir un crédito, que para eso trabajo. Por la mañana, Lilia Victoria fue al banco, retiró la cantidad y se lo dio a su nieto. Denis sonrió, besó a su abuela y le dio las gracias: —¡Gracias, abuela! Eres la persona más cercana para mí. Te lo devolveré, prometido —y salió casi corriendo. Lilia Victoria volvió a casa, se sirvió un té y se quedó pensativa. Tantas veces en su vida había necesitado dinero con urgencia. Y siempre hubo alguien que la ayudó. Ahora los tiempos han cambiado, cada uno va a lo suyo. ¡Qué época difícil! Una semana después, Denis vino contentísimo: —Abuela, aquí tienes parte del dinero, me han dado un adelanto. ¿Puedo venir mañana a verte, pero no solo? —Claro, vente, te haré tu tarta de amapolas favorita —sonrió Lilia Victoria. Y pensó que así quizá aclararía las cosas. Quería estar segura de que Denis estaba bien. Denis apareció por la tarde, acompañado. Con él venía una chica delgada: —Abuela, te presento a Liza, y Liza, esta es mi abuela, Lilia Victoria. Liza sonrió dulce: —Encantada, Lilia Victoria, y muchísimas gracias. —Pasad, un placer —Lilia Victoria, respiró con alivio; la chica le cayó bien desde el principio. Se sentaron a merendar con té y tarta. —Abuela, antes no podía contarte. Liza estaba muy agobiada, su madre tuvo un problema de salud inesperado. No tenían a nadie para ayudarles. Y Liza es supersticiosa, no quería que contara para qué era el dinero. Pero ahora todo va bien, operaron a su madre. El pronóstico es bueno —Denis miró a Liza con cariño— ¿A que sí? —y le cogió la mano. —Gracias, de verdad, eres muy buena, te estoy muy agradecida —dijo Liza, apartando la mirada, al borde de las lágrimas. —Ya está, Liza, no llores, lo peor ya ha pasado —Denis se levantó—. Abuela, nos vamos, que es tarde, acompaño a Liza a casa. —Id con Dios, chicos, que todo salga bien —Lilia Victoria les hizo la señal de la cruz al marcharse. El nieto ha crecido. Buen chico. Hice bien en confiar en él. No era cuestión solo de dinero… Ahora somos más cercanos. Dos meses después, Denis devolvió todo el dinero y le confesó a Lilia Victoria: —Imagínate, el médico dijo que llegamos a tiempo. Si no te hubieras adelantado, podría haber acabado mal. Gracias, abuela. No sabía cómo ayudar a Liza. Ahora creo de verdad que siempre aparece alguien que te ayuda en los malos momentos. Haría cualquier cosa por ti, eres la mejor del mundo. Lilia Victoria le acarició el pelo, como cuando era niño: —Venga, vete. Venid con Liza, me haréis feliz. —Por supuesto, abuela —Denis la abrazó. Lilia Victoria cerró la puerta y recordó lo que solía decirle su propia abuela: “A los tuyos siempre hay que ayudarles. Así lo hemos hecho siempre en España: quien da la cara por todos, a ese nadie le da la espalda. Nunca lo olvides”.

Abuela, tengo que pedirte un favor, de verdad necesito dinero.

Mucho dinero.

Mi nieto apareció esa tarde, y se le notaba nervioso, ¿sabes? Normalmente, Miguel viene a verme un par de veces por semana. Si necesito algo, me baja la basura, me hace algún recado, incluso una vez me arregló el sofá, que ahora parece nuevo. Siempre tranquilo, seguro de sí mismo Pero aquel día estaba intranquilo, no era él.

Siempre he tenido ese temor en el cuerpo: últimamente el mundo anda muy revuelto.

Miguel, hijo, ¿te importa si te pregunto para qué es ese dinero? ¿Y cuánto es exactamente mucho? Te juro que en ese momento me tensé por dentro.

Miguel es mi nieto mayor. Es un buen chico, muy noble. Terminó el bachillerato el año pasado, ahora trabaja y estudia a distancia. Sus padres nunca han tenido queja de él, pero tampoco comprendo por qué necesitaría tanto dinero.

Todavía no te puedo decir para qué es, pero te lo voy a devolver, eso seguro, aunque tenga que ser en varios pagos se sinceró, evitando mi mirada.

Tú sabes que yo solo tengo mi pensión, y la verdad es que no sabía si debía ayudarle , dime, ¿cuánto necesitas exactamente?

Mil euros.

¿Y por qué no se lo pides a tus padres? le pregunté, aunque ya conocía la respuesta. Mi yerno, el padre de Miguel, siempre ha sido bastante estricto y piensa que su hijo tiene que aprender a resolver las cosas solo, a su edad, y nada de andarse con tonterías.

No lo van a entender, me confesó Miguel, justo como pensaba.

De repente me entró el miedo: ¿estará metido en algún lío? ¿Y si dándole el dinero lo estoy metiendo en algo peor? ¿Y si no se lo doy y le salen problemas graves? Le miré con esa mirada de abuela preocupada.

Abuela, no pienses mal adivinó él por mi cara , son solo tres meses, te lo juro, ¡te lo devuelvo! ¿No confías en mí?

Pensé: A lo mejor sí se lo doy. Aunque no me lo devuelva, tiene que haber alguien en este mundo que le apoye y en quien pueda confiar. Para algo tengo ese dinero guardado por si acaso. Quizá este sea el por si acaso. Además, Miguel ha venido a mí… Todavía no me voy a morir, y cuando toque, ya me enterrarán. ¡Hay que pensar en los vivos, y más si son de los tuyos!.

Dicen que si prestas dinero, piérdelo de vista. Los jóvenes de hoy tienen otra cabeza, vete tú a saber, pero por otro lado, Miguel nunca me ha fallado.

Vale, te lo dejo. Durante tres meses, como dices. Pero, ¿no crees que sería mejor que tus padres lo supieran?

Abuela, tú sabes lo mucho que te quiero. Siempre cumplo lo que te prometo, pero si no puedes, buscaré un préstamo, que ya estoy trabajando.

A la mañana siguiente fui al banco, saqué los mil euros y se los di a Miguel.

Se le iluminó la cara, me dio un beso y me dijo: Gracias, abuela, eres la persona más importante para mí. Te lo devolveré, te lo prometo. Y salió volando por la puerta.

Me quedé en casa, me preparé un té y me puse a pensar. ¡Cuántas veces en mi vida he necesitado ayuda económica urgente! Y siempre apareció alguien que me echó una mano. Ahora las cosas han cambiado, cada uno mira por lo suyo. ¡Qué tiempos más raros nos han tocado!

A la semana vino Miguel, todo contento, y me devolvió una parte del dinero, parece que había cobrado algo de más ese mes.

Abuela, aquí tienes, esto es parte, que he cobrado el adelanto. ¿Puedo pasarme mañana contigo, pero no solo?

Por supuesto, hijo, ya te haré tu bizcocho favorito de amapola le respondí sonriendo. Tenía ganas de que viniera, así igual me aclaraba las dudas. Quería asegurarme de que todo iba bien.

Esa noche vino Miguel acompañado. A su lado, una chica delgada.

Abuela, te presento a Carmen. Carmen, esta es mi abuela, Teresa.

Carmen me miró y sonrió con dulzura.

Encantada, Teresa, muchísimas gracias por todo.

Pasad, chicos, encantada Y al instante sentí un alivio, la muchacha me cayó en gracia al momento.

Nos sentamos, sacamos el bizcocho y el té.

Abuela, no podía contártelo antes Verás, Carmen estaba muy agobiada, a su madre le encontraron un problema de salud de repente y no había a quién pedirle ayuda. Carmen es un poco supersticiosa y no me dejó contarlo, pero ahora ya está bien, operaron a su madre y todo va a ir bien Miguel la miró enternecido y le cogió la mano.

De verdad, muchísimas gracias, eres un sol Carmen se giró y se sonó la nariz, estaba muy emocionada.

Venga Carmen, no llores, ya está Miguel se levantó . Abuela, nos vamos, que ya es tarde, llevo a Carmen a casa.

Id tranquilos, niños. Que paséis buena noche, ¡que todo vaya bien! les hice la señal de la cruz cuando salieron.

Mi nieto se ha hecho mayor. Es un chico bueno, y yo he hecho bien en confiar en él. Aquí no es cuestión solo de dinero, es que hemos salido más unidos.

A los dos meses, Miguel me devolvió el resto del dinero y me contó:

¿Te lo puedes creer? El médico dijo que, si hubiéramos tardado, habría ido todo fatal. Si no me hubieras ayudado, a saber qué habría pasado. Gracias, abuela. Ahora sé que siempre hay alguien dispuesto a tenderte la mano en los momentos difíciles. Lo que quieras, abuela, lo haré por ti. ¡Eres la mejor del mundo!

Le revolví el pelo, como cuando era pequeño:

Anda, tira para allá. Vente con Carmen cuando quieras, me alegra veros.

Claro que vendré, y me dio un abrazo.

Cerré la puerta, y me acordé de algo que me decía mi abuela:

A los de casa hay que ayudarles siempre. Así hemos hecho siempre aquí en España. Quien da la cara por todos, a ese nunca le dan la espalda los suyos. Eso no hay que olvidarlo nunca.

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MagistrUm
La petición del nieto. Relato —Abuela, tengo que pedirte un favor, necesito dinero… mucho dinero. El nieto vino a verla por la tarde, claramente nervioso. Normalmente, pasaba a ver a Lilia Victoria un par de veces por semana. Si hacía falta, hacía la compra, sacaba la basura. Incluso le arregló el sofá una vez, que aún aguanta. Y siempre tan tranquilo, seguro de sí mismo. Pero hoy se le notaba muy inquieto. Lilia Victoria siempre había temido —¡hay tantas cosas pasando a nuestro alrededor! —Denis, ¿se puede saber para qué necesitas el dinero? ¿Y cuánto es ese “mucho”? —Lilia Victoria se tensó por dentro. Denis era su nieto mayor. Un chico bueno y noble. Terminó el bachillerato hace un año. Trabaja y estudia en la UNED. Sus padres nunca han sospechado nada malo de él. Pero, ¿para qué tanta cantidad? —No puedo contarte ahora, pero te lo devolveré, seguro. Eso sí, a plazos —dudó Denis. —Ya sabes que vivo con la pensión —Lilia Victoria no sabía qué hacer—. ¿Pero cuánto necesitas exactamente? —Cien mil. —¿Y por qué no se lo pides a tus padres? —preguntó ella por inercia, aunque sabía qué respondería Denis. Su padre, yerno de Lilia Victoria, siempre había sido severo. Y creía que un hijo debía solucionar sus propios problemas, según su edad. Y no meterse donde no le corresponde. —Ellos no me lo darán —confirmó Denis su sospecha. ¿Y si se ha metido en algún lío? ¿Si le doy el dinero puede ser peor? ¿Y si no se lo doy, y tiene problemas de verdad? Lilia Victoria lo miró interrogante. —Abuela, no pienses mal —interpretó Denis su mirada—, te juro que en tres meses te lo devuelvo. ¿No confías en mí? Quizá tenía que dárselo. Aunque no se lo devolviera. Alguien tiene que apoyarle. No puede perder la fe en la gente. Este dinero lo tengo por si acaso. Quizá este sea el caso. Denis ha venido a mí. No es momento de pensar en mis funerales. Cuando toque, ya me enterrarán. Hay que pensar en los vivos, y confiar en los tuyos. Dicen que, si prestas dinero, es mejor despedirse de él. Los jóvenes de hoy son indescifrables. Nunca sabes lo que se les pasa por la cabeza. Pero, por otro lado, mi nieto nunca me ha fallado. —Vale, te lo dejo. Por tres meses, como dices. Pero, ¿no será mejor que lo sepan tus padres? —Abuela, sabes que te quiero mucho. Y siempre cumplo mis promesas. Pero si no puedes, intentaré pedir un crédito, que para eso trabajo. Por la mañana, Lilia Victoria fue al banco, retiró la cantidad y se lo dio a su nieto. Denis sonrió, besó a su abuela y le dio las gracias: —¡Gracias, abuela! Eres la persona más cercana para mí. Te lo devolveré, prometido —y salió casi corriendo. Lilia Victoria volvió a casa, se sirvió un té y se quedó pensativa. Tantas veces en su vida había necesitado dinero con urgencia. Y siempre hubo alguien que la ayudó. Ahora los tiempos han cambiado, cada uno va a lo suyo. ¡Qué época difícil! Una semana después, Denis vino contentísimo: —Abuela, aquí tienes parte del dinero, me han dado un adelanto. ¿Puedo venir mañana a verte, pero no solo? —Claro, vente, te haré tu tarta de amapolas favorita —sonrió Lilia Victoria. Y pensó que así quizá aclararía las cosas. Quería estar segura de que Denis estaba bien. Denis apareció por la tarde, acompañado. Con él venía una chica delgada: —Abuela, te presento a Liza, y Liza, esta es mi abuela, Lilia Victoria. Liza sonrió dulce: —Encantada, Lilia Victoria, y muchísimas gracias. —Pasad, un placer —Lilia Victoria, respiró con alivio; la chica le cayó bien desde el principio. Se sentaron a merendar con té y tarta. —Abuela, antes no podía contarte. Liza estaba muy agobiada, su madre tuvo un problema de salud inesperado. No tenían a nadie para ayudarles. Y Liza es supersticiosa, no quería que contara para qué era el dinero. Pero ahora todo va bien, operaron a su madre. El pronóstico es bueno —Denis miró a Liza con cariño— ¿A que sí? —y le cogió la mano. —Gracias, de verdad, eres muy buena, te estoy muy agradecida —dijo Liza, apartando la mirada, al borde de las lágrimas. —Ya está, Liza, no llores, lo peor ya ha pasado —Denis se levantó—. Abuela, nos vamos, que es tarde, acompaño a Liza a casa. —Id con Dios, chicos, que todo salga bien —Lilia Victoria les hizo la señal de la cruz al marcharse. El nieto ha crecido. Buen chico. Hice bien en confiar en él. No era cuestión solo de dinero… Ahora somos más cercanos. Dos meses después, Denis devolvió todo el dinero y le confesó a Lilia Victoria: —Imagínate, el médico dijo que llegamos a tiempo. Si no te hubieras adelantado, podría haber acabado mal. Gracias, abuela. No sabía cómo ayudar a Liza. Ahora creo de verdad que siempre aparece alguien que te ayuda en los malos momentos. Haría cualquier cosa por ti, eres la mejor del mundo. Lilia Victoria le acarició el pelo, como cuando era niño: —Venga, vete. Venid con Liza, me haréis feliz. —Por supuesto, abuela —Denis la abrazó. Lilia Victoria cerró la puerta y recordó lo que solía decirle su propia abuela: “A los tuyos siempre hay que ayudarles. Así lo hemos hecho siempre en España: quien da la cara por todos, a ese nadie le da la espalda. Nunca lo olvides”.