No eres una esposa, eres una sirvienta. ¡Ni siquiera tienes hijos!
Mamá, Lucía se va a quedar aquí una temporada. Estamos reformando nuestro piso y no se puede vivir allí con todo ese polvo. Hay un cuarto libre, ¿por qué debería quedarse en esas condiciones? dijo el marido de Lucía con toda naturalidad.
Desde luego, a él parecía no preocuparle demasiado la idea, al contrario que a su madre y su esposa. Su madre no podía ni ver a Lucía.
Tengo que trabajar y aquí no puedo concentrarme susurró Lucía, medio agotada.
Ella teletrabajaba y necesitaba silencio y tranquilidad. Jaime pasaba el día en la oficina, así que no era nada fácil para Lucía convivir bajo el mismo techo con su suegra. Lucía estaba acostumbrada a estar sola en casa, sin que le diera la lata nadie.
Se quedaba mirándola sin encontrar palabras. La suegra no quería a Lucía en su casa pero no parecía haber más remedio. Se sentaron a cenar juntos, intentando guardar la compostura.
Lucía, ¿nos pasas tu ensalada estrella? dijo Jaime, sonriente.
Jaime, hijo, no te comas esa porquería llena de química. Yo te he hecho otra mucho más sana soltó su madre, sin miramientos.
A Lucía se le transformó la cara. Su marido era alérgico a los tomates. ¿Cómo podía haberse olvidado su suegra de eso? Desde pequeño, cuando Jaime reaccionaba mal, a su madre ni le importaba. Decía que para qué ir al médico, que con una pastilla se le pasaba.
Es alérgico. ¿Por qué le has puesto tomate a la ensalada? protestó Lucía.
¡Pero qué dices! Solo es un tomatito, tampoco es para tanto replicó la suegra.
Se va a poner malo.
Lucía, por favor, relájate. No tiene ninguna alergia. Su propia madre le conoce mejor que tú.
Yo soy su esposa. Me preocupo por él.
Tú no eres su esposa, eres su criada. ¡Y encima no tienes hijos! Cuando los tengas hablamos
Lucía se levantó de golpe y se fue directo al dormitorio, a punto de llorar. Su suegra siempre sabía por dónde dar. Jaime fue a consolarla enseguida.
Jaime, lo siento, de verdad. Me voy a casa de mis padres o a la oficina, pero con tu madre no puedo vivir.
Déjame hablar con ella. Se le pasará
Que no, que esto ya lo hemos vivido demasiadas veces. Bajo el mismo techo es imposible entendernos.
Al final, para evitar otro drama familiar, tuvieron que alquilar un piso unas semanas. La suegra protestó, como siempre, pero no le quedó otra. Y Lucía, dentro de todo, se sentía afortunada de tener a un marido tan atento y comprensivo.







