Mamá, él quiere que se lo haga Dice que todas las buenas mujeres son capaces ¿Y yo no soy buena? Enséñame Si todas pueden, yo también debería poder
Todavía me asombra que mi sobrina haya encontrado pareja, en cierto modo por culpa de su madre.
Cuando Lucía era pequeña, mi hermana nunca permitió que fuese a la guardería; de adolescente, casi no podía salir, pasaba todo su tiempo en casa y se volvió muy retraída. Cuando estudiaba en Madrid, su madre se aseguraba de que siempre estuviera en casa antes de las seis de la tarde. Ya con veinte años, su madre la llamaba a las siete y media exigiéndole, a gritos, saber por qué aún no había regresado. Era una situación absurda y, sinceramente, exasperante.
Lucía conoció a su futuro marido en segundo curso de universidad; estudiaban juntos en la biblioteca. Él era dos años mayor y solía prestarle sus apuntes y ayudarla con los exámenes. Sin darse cuenta, él se enamoró de Lucía y pronto empezaron a quedar fuera de clase. Aquello marcó el momento en el que mi sobrina empezó a saltarse las estrictas normas de su madre.
Finalmente, Lucía se casó y su madre terminó por dejarla iniciar una vida nueva.
Ahora quiero contar algo que sucedió hace poco. Estaba en casa de mi hermana cuando llamó Lucía, con una voz mezcla de risa y llanto, que apenas nos dejaba entender lo que decía:
Mamá, él quiere que le prepare eso Dice que todas las buenas mujeres lo saben hacer ¿Yo no soy buena? ¡Enséñame, por favor! Si todas pueden, ¿por qué yo no?
La cara de mi hermana cambió de inmediato. Le pidió a Lucía que se calmara y le preguntó qué era eso que, según su marido, todas las buenas mujeres debían saber hacer.
¡Sopa, mamá! respondió Lucía, y estallamos en carcajadas.
¡No os burléis! se quejó. No me enseñasteis a hacer sopa. He buscado recetas en internet y no me sale bien.
Mi hermana y yo le explicamos, paso a paso y entre risas, cómo preparar una buena sopa castellana, con sus ingredientes y su toque tradicional. Esa misma noche, Lucía nos llamó para agradecernos la ayuda. Su marido le había dicho que estaba riquísima y, además, añadió Lucía entre risas, ¡ahora sí que soy de verdad una mujer hecha y derecha!
A veces, la vida nos pone a prueba con los retos más sencillos, y son esos momentos los que nos unen, nos permiten aprender y recordar que pedir ayuda no nos hace menos valiosos. Al contrario, nos enseña que el cariño se transmite también a través de una sopa compartida o una sencilla lección aprendida en familia.







