Hoy he estado pensando mucho en todo lo que ha pasado en mi familia últimamente, y no puedo evitar recordar una historia que escuchamos hace poco, cuando fuimos con mi familia unos días al pueblo. Nos la contó una vecina, y desde entonces no me la quito de la cabeza.
La protagonista es Almudena, que fue la esposa de Javier durante más de veinte años. No conozco todos los detalles solo lo que cuentan por aquí los vecinos del pueblo, pero la historia me ha hecho reflexionar mucho.
Resulta que cuando se casaron, los padres de Almudena les regalaron un piso en Madrid para empezar su vida juntos. Por aquel entonces Javier trabajaba en un taller de carpintería y Almudena tenía un puesto en la administración de una empresa. Ganaban lo suficiente como para vivir bien, sin grandes lujos, pero tampoco les faltaba de nada. Además, Javier tenía unas manos de oro; no había arreglo o mejora en la casa que no pudiera hacer él mismo.
Solo tuvieron un hijo, Guillermo. Un chico complicado, algo creído y bastante consentido. Almudena siempre se desvivía por darle todos los caprichos, mientras que Javier intentaba que el niño creciera con valores y autonomía, así que discutían constantemente sobre cómo educarlo. Javier insistía en que el chico debía aprender a valerse por sí mismo y asumir responsabilidades.
Recuerdo que, cuando Guillermo era pequeño, su padre le enseñaba a usar las herramientas y a arreglar cosas sencillas en casa. Al principio el crío se mostraba curioso, pero pronto perdió el interés. Por su parte, Almudena opinaba todo lo contrario; convencía a su hijo de que los trabajos manuales no eran para él y que debía aspirar a más, así que no paraba de regalarle cosas caras y evitarle cualquier esfuerzo. Guillermo se volvió cada vez más cómodo y perezoso, acostumbrándose a que todo se lo diesen hecho.
Esto acabó por echar a perder el ambiente en casa. Los padres cada vez discutían más a menudo. Al llegar la adolescencia de Guillermo, las cosas no mejoraron. Terminó el bachillerato y se matriculó en la universidad. Sus padres le financiaban todo, pero a él ni le importaba estudiar; apenas se esforzaba y sus notas eran mediocres.
Anda que ¿ves este hijo tuyo? No le interesa nada, pero nada de nada. Como le sigas consintiendo, el día menos pensado me dices que le busque yo también trabajo. No, no, que siga chupando del bote, que así seguro que aprende le saltó una vez Javier a Almudena.
¿Y por qué solo yo? También es hijo tuyo le respondió ella, ya harta.
Ya no es tan niño, le queda poco para cumplir dieciocho. Que espabile y se busque la vida, que yo llevo años advirtiéndotelo. Lo que pasa es que nunca me escuchaste. Si me hubieras dejado, habría hecho de él un hombre. Pero no, preferiste tener un niño mimado para siempre. ¿Y ahora, de qué te sirve?
¡Como si tú pudieras dar lecciones de nada! Llevas años viviendo en el piso de mis padres, ni siquiera te has planteado comprar uno para nosotros solos. Y encima te pones a pontificar sobre cómo educar a un hijo ¡Menuda cara tienes!
Ya estamos con lo mismo El piso nos lo dieron como regalo de boda, para los dos. Siempre pensé que era nuestra casa, después de todo lo que he invertido, el esfuerzo No sabes la suerte que tienes de tener este sitio y en vez de valorarlo, sales con esto. Jamás pensé que acabarías echándomelo en cara.
Almudena se fue de la habitación abatida. A partir de esa discusión, la relación se hundió. Guillermo siempre se ponía del lado de su madre, y no movía un dedo cuando Javier le pedía ayuda en casa. Siempre tenía alguna excusa o algo urgente que hacer para escaquearse. Javier sintió con el tiempo que ya no le necesitaban, que su presencia era casi una molestia.
Un fin de semana, de repente, hizo las maletas y se fue. Resulta que llevaba años ahorrando, con la idea de comprarse una casita en la sierra, cerca del río. Quería envejecer en paz junto a Almudena, rodeados de naturaleza. Pero a la vista de cómo iban las cosas, decidió instalarse solo en el pueblo. Tardó unos meses en dejar la casa lista y, para su sorpresa, conoció a una viuda llamada Elena. Al cabo de dos años, terminaron viviendo juntos.
¿Y qué fue de Almudena y Guillermo? Nunca volvieron a buscar a Javier. Ni una sola llamada. Así funciona la vida y aquí sigo, dándole vueltas a la historia, pensando en todo lo que puede cambiar una familia sin que apenas nos demos cuenta.







