Cuando la esposa recoge sus cosas y desaparece: secretos ocultos, manipulación y fuga en una familia española marcada por el engaño y la lucha por un hijo

Diario de Dina
16 de marzo

Hoy he sentido que algo en esta casa ya no volverá a ser igual. Marta se marchó hace una semana, recogió cuatro cosas y desapareció sin avisar a nadie. Daniel sigue haciendo como si nada: llega tarde, cena deprisa y ni me mira cuando entro en la cocina. Recuerdo perfectamente cuando, hace justo un mes, salíamos juntos del hospital con Alicia en brazos. Daniel parecía el hombre más feliz del mundo, repartiendo claveles a las enfermeras, presumiendo de padre. Marta, en cambio, tenía la mirada vacía, como quien vuelve a un sitio donde no quiere estar.

Fue en ese entonces cuando Daniel me soltó, casi como un secreto de esos que pesan: Le cambié las pastillas a Marta. Ya estaba bien de esperar, siempre posponiendo: que si la carrera, que si no es el momento Yo quería tener un hijo, alguien que siguiera la familia. Así que, bueno, lo arreglé a mi manera.

Me quedé helada. Ni siquiera supe qué responder. Y cuando vi lo que pasó después, entendí por fin el cansancio en los ojos de Marta: ese silencio incómodo, la distancia, la sensación de haber sido traicionada.

Hoy, mientras recogía la cocina, he vuelto a encontrar el cepillo de Daniel entre biberones sucios y juguetes esparcidos. No entiendo por qué siempre tiene que dejar las cosas por medio, como si el resto del mundo estuviera aquí para recogerle detrás. La niña al fin se quedó dormida, pero sé que en menos de dos horas volverá a despertarse llorando Es como una rueda que nunca termina.

Daniel ha vuelto de la oficina y, como siempre, pregunta si hay algo de comer mientras se quita la corbata y rebusca en la nevera. Le digo que tengo macarrones y salchichas cocidas. Le pido que baje la voz; la niña acaba de dormirse. Él ni se inmuta: “Estoy agotado, Dina. Todo el día de pie, estos clientes me van a matar. ¿Y la pajarilla?”. Así llama a la niña, y no soporto ese apodo.

Se llama Alicia. Y ha estado llorando horas, le duele la tripita.

Bah, tú puedes con todo, eres mujer. Mamá también nos crió sola cuando papá trabajaba lejos, ¿no?

Me muerdo la lengua para no gritar. Llevo aquí sólo unas semanas, era temporal mientras solucionaba mis deudas de la academia de arte, pero en este mes me he convertido en niñera, cocinera y asistenta gratis.

Él ni menciona que su esposa ha desaparecido. Cuando le pregunto si Marta ha llamado, se queda un segundo en silencio y frunce el ceño:

Nada, no responde. Ni un solo mensaje. ¿Pero te das cuenta del cuadro? Dejar así a la niña, por un cabreo todo por lo de las pastillas, claro. Para que se quedase embarazada antes.

Eso es repugnante, Daniel le digo en voz baja.

Se alza de hombros, como quien no entiende el motivo de mi enfado. Yo he velado por la familia, he traído dinero a casa, ¿vale? ¡Ella fue quien abandonó a su hija! ¿Y la mala soy yo?

No puedo. Me levanto y salgo de la cocina, mientras él sigue refunfuñando como si aquí no hubiera pasado nada grave.

En ese momento, Alicia empieza a gemir de nuevo. La calmo, le ofrezco el chupete mientras pienso en Marta y en cómo alguien puede sentirse tan asfixiada como para huir de su propia casa.

Cojo el móvil y veo que Marta estuvo en línea hace tres minutos. Empiezo a escribirle:

Marta, soy Dina. No te pido que vuelvas. Solo dime que estás bien. Estoy cansada, no quiero discutir, de verdad. ¿Podemos hablar?

Tardo en enviar el mensaje, lo reescribo ante la duda. Al final, a los diez minutos, contesta:

Estoy en un hostal. Dentro de tres días viajo a Sevilla por trabajo durante tres semanas; lo tenía previsto de antes Cuando vuelva pediré el divorcio. Dina, no he abandonado a Alicia. No me pidas que esté ahí, aún no puedo; cada vez que la miro, veo a Daniel.

Siento un nudo en el estómago. Le escribo de vuelta: Te entiendo. Daniel me lo ha confesado todo.

¿Presume? ¿Se cree héroe?

Más o menos. Cree que volverás.

Pues que siga soñando. Si necesitas ayuda, dímelo. Buscaré una niñera, te transferiré dinero, pero no pienso regresar. Nunca.

Dejo el móvil y pasa un rato hasta que respiro hondo. Tengo que buscar trabajo y arreglar mis deudas, pero ¿cómo marcharme dejando a Alicia con Daniel, que no sabe ni de qué lado ponerle el pañal?

Los días siguientes son eternos. Daniel llega aún más tarde, sólo piensa en dormir y cada vez que le pido ayuda con la niña se hace el ofendido. Una noche, Alicia lloró tanto que casi pierdo la cabeza. Fui a la habitación y encendí la luz de golpe.

Levántate, le ordené con voz fría.

Él intentó taparse con la almohada. Dina, déjame, madrugo a las seis.

Me da igual. Es tu hija. Dale el biberón, yo no puedo más, me tiemblan las manos.

Se revolvió en la cama, furioso. ¿Pero tú estás loca? ¿Para eso te doy techo, para que me pierdas el respeto? Si no te gusta, vete.

Salí por la puerta sin mirarle. A ese nivel ha llegado el descaro de mi hermano. Decidí esa noche que esto no podía seguir así.

Al día siguiente, escribí a Marta: Tenemos que vernos. Hoy, antes de que él vuelva.

Acordamos ir a un parquecillo cerca de casa. Marta estaba demacrada, casi no me reconocía. Se acercó al carrito, miró a su hija y rompió a temblar.

Ha crecido cambia tanto en dos semanas

Marta, Alicia ni siquiera sabrá que has estado fuera intenté decirle con cariño.

Se cubrió la cara y murmuró: Dina, yo Quiero a esta niña, lo sé. Pero no puedo vivir con Daniel. No puedo dormir al lado de alguien que me ha traicionado así. Me ahogo solo de pensarlo.

¿Y si no tuvieras que vivir con él? le pregunté.

Me miró sin comprender. Le propuse un plan: Tú vete a Sevilla tranquila, que aquí aguanto yo con Alicia. Mientras tanto, preparamos los papeles y buscamos piso para ti. Cuando vuelvas, la recoges y yo me mudo contigo. Te ayudo hasta que termines tu proyecto; he encontrado un par de encargos como ilustradora, pronto tendré algo de dinero. No dependas más de Daniel. No estamos solas.

¿Vas a ponerte contra tu hermano?

Es mi hermano, pero no puedo ser cómplice de lo que ha hecho. Cree que tiene derecho a todo solo por pagar la luz. Se equivoca.

Marta suspiró y asintió, más aliviada de lo que pensaba.

Las tres semanas pasaron en un suspiro. Daniel estaba irritable, notaba que ya no corría detrás de él con la cena caliente. Una noche preguntó:

¿Cuándo vuelve Marta? Estoy harto de comer lo mismo cada día. A ver si le compro algo bonito y se le pasa la tontería, que las mujeres se arreglan con un detalle.

Le miré fijamente. ¿De verdad piensa que todo se soluciona con unas joyas? Le ignoré.

***

Hoy, Marta ha vuelto mientras Daniel estaba en la oficina. Bajé con todas las cosas de Alicia y las mías, tres viajes en total. Dejé las llaves encima del mármol de la cocina, justo donde siempre está el cepillo de Daniel, y una nota:

Daniel, nos hemos ido. No busques a Marta, ella se pondrá en contacto contigo a través de su abogado. Alicia está bien. Yo también. Querías una familia, pero olvidaste que la familia se basa en la confianza, no en las trampas. Hay macarrones en la nevera. Ahora te toca apañarte solo.

Marta ha alquilado un pisito en Lavapiés, pequeño pero cálido. Los primeros días han sido duros: Alicia llora al notar lo diferente que huele todo, Marta se derrumba a ratos y el móvil no deja de sonar con llamadas furiosas de Daniel. Amenaza con el juez, con dejarme sin un euro pero me mantengo firme. Lo superamos. Cuando al fin nos llegaron las notificaciones del juzgado, Daniel ni siquiera solicitó la custodia total. Sólo le preocupaban sus euros. No volvió a ver a Alicia más allá de lo necesario.

A veces pienso, mientras la niña duerme, que en esta casa al fin hay espacio para respirar. Que aquí sí empieza una familia.

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Cuando la esposa recoge sus cosas y desaparece: secretos ocultos, manipulación y fuga en una familia española marcada por el engaño y la lucha por un hijo