El Corazón de un Padre: Un Relato Emocionante

¿Qué pasa, cariño? Te levantas con esa cara de lunes sin sonreír, vamos a desayunar.

Arcadio entró en la cocina arrastrando el sueño; por fin había domingo.

En la placa chisporroteaba una tortilla de patatas con jamón, mientras María servía el té. Empujó la bandeja con más de la mitad de la tortilla y colocó el pan. ¡Come, que ya está en el tenedor!

¿He hecho algo mal, Natividad? preguntó Arcadio con voz suave.

No, lo hemos hecho los dos. Criamos a los niños a nuestra manera se sentó junto a él Natividad, también sin mucho apetito.

Los hijos ya son adultos, nos descuidamos mientras los criábamos. En aquellos tiempos nos apoyábamos mutuamente, pero ahora, ¿quién nos apoyará a nosotros, aunque sea con una palabra? Siempre tienen problemas: a veces les aburre la vida, a veces les falta el dinero. Tanto a Sofía como a Diego les toca quejarse.

¿De dónde sacas eso?

Arcadio había terminado la tortilla y untaba mantequilla sobre una rebanada de pan, coronándola con mermelada.

Te lo dicen los mensajes, hija. Ayer Diego, con su familia, quería ir a los bolos y me pidió dinero hasta la próxima nómina. Me enojé y no le di. Se enfadó. Antes, Sofía me llamó; su intento de carrera como cantante no avanza y está de buen humor. Le gusta cantar, pero también tiene que trabajar. Quiere vivir de la música y no lo logra; no todos nacen con ese don. Es hora de buscar un empleo estable. Antes eran amigos, ahora parece que ya no se hablan.

Natividad apartó la tortilla ya fría y tomó su té.

Tranquila, todo se resolverá. Cuando éramos jóvenes también lo pasábamos bien intentó calmarla Arcadio, pero ella solo se encogía más.

¡Ya basta, Arcadi! Recuerda cómo vivíamos con lo que teníamos. Cuando nació Diego, la alegría era enorme. Una amiga nos regaló la cuna, mi hermana los pañales y el trajecillo del mayor. Todo usado, pero como nuevo: los niños crecen rápido. Y cuando compramos el Seat 600, estábamos orgullosos, la concha del coche al lado de casa nos hacía sentir ricos. Pensábamos que si no habían viajado al extranjero, su vida había fracasado, pero ¿les enseñamos eso?

Los tiempos cambian, Natividad, las tentaciones son muchas, pero ellos son jóvenes; con el tiempo entenderán.

Si se hacen mayores, seguirán persiguiendo riquezas y la vida pasará volando, Arcadio. Me miro al espejo y pienso: ¿soy ya una abuela? Y tú, también…

El timbre del teléfono interrumpió la charla; era Diego.

Otra cosa, otra cosa dijo Natividad al contestar, y al oír la voz de su hijo sus ojos se agrandaron.

Arcadio, vístete rápido, Diego está en el hospital, el vecino llamó porque está en su habitación.

¿Qué ha pasado? Arcadio se levantó de un salto, apresurándose a vestirse.

No lo sé bien, se ha cortado la mano con una amoladora; la hoja se ha roto y le ha lacerado la muñeca. Le van a coser la mano, esperemos que salga bien. ¡Vamos ya!

Se vistieron a la carrera; ya no son ancianos, pero tampoco son jóvenes, y sus ojos mostraban preocupación. Salieron corriendo, dejando todo atrás, hacia el hospital.

Mientras corrían, Sofía llamó: Mamá, paso a comer con vos a mediodía, ¿vale?

Ven, hija, quizá ya volvamos exclamó Natividad sin aliento, y sin esperar respuesta se lanzó tras Arcadio hacia la parada del autobús.

En el hospital los tranquilizaron; lograron salvar la mano, pero aún no les dejaban entrar al quirófano.

No me iré hasta que nos dejen entrar, esperaré aquí se sentó Natividad en el vestíbulo, con Arcadio a su lado.

De pronto, Sofía irrumpió y se lanzó a su madre:

¡Mamá, qué pasa? Todo ha salido bien, Diego consiguió un curro reparando coches. Tenía una pieza atascada, la desatoró, se cortó, pero ya está todo cosido y sus dedos se mueven. ¡Qué susto!

¿Cómo lo sabes? sólo pudo decir Natividad, sin aliento.

Nos escribimos siempre, también con su esposa Lena. Nos apoyamos, ¿sabes?

Pensábamos que ya no hablaban, por eso no nos dijeron nada explicó Arcadio.

Papá, son tan fuertes, siempre lo superan todo. No queremos preocuparles más. Además, os veis jóvenes, así que dejadnos vivir a nuestro ritmo.

Tú también lo dices, pero yo ya pensé que no os importábamos repuso Natividad con una sonrisa.

No, madre, vuestra generación es como de acero. Intentamos ser como vosotros, aunque a veces no lo logramos, pero lo intentamos, ¿vale?

Los padres sonrieron; sus miradas ya no estaban tan cargadas de angustia.

Mamá, papá, quería contaros que me han contratado. Ahora canto en eventos, en guarderías y ayer en una residencia de ancianos. Aplaudieron mucho; una anciana lloró porque su hija, famosa cantante, siempre está de gira y ella quedó sola.

Sofía abrazó a sus padres con fuerza: Los queremos mucho, no dejéis de estar con nosotros.

Una enfermera les permitió entrar un momento con el hijo. Natividad casi llora, pero Diego, calmado, le dice:

Mamá, ya pasó lo peor, no te preocupes. Papá, tú también recuerdas cuando en la concha del coche apareció un nido de avispas y te picó, casi mueres. Eso también pasó, y siguió la vida. Cuando salga del hospital, pasad por casa a celebrar el Año Nuevo. Sofía quiere presentaros a su novio, todavía no os lo he dicho.

Al caer la tarde, Natividad y Arcadio volvieron caminando a su casa, sin prisa, disfrutando del paseo. No son ancianos, pero ya no son jóvenes.

Así late el corazón de los padres: siempre preocupado por sus hijos, creyendo que los demás tienen niños perfeccionados, deseando que los propios sean mejores, más obedientes. Cada familia recorre su propio camino, y al final, lo que cuenta es el amor y la comprensión que nos brindamos. Esa es la verdadera lección: el cariño de la familia supera cualquier dificultad.

Rate article
MagistrUm
El Corazón de un Padre: Un Relato Emocionante