30 de diciembre de 2025
Hoy mi padre, José, de 72 años, me ha contado que se va a casar con una vieja compañera de clase. Cuando lo escuché, casi me caigo de la silla. ¿Cómo puede alguien de su edad volver a dar ese paso?
José quedó viudo hace ya veinte años, desde que mi madre, María, falleció. Yo me alejé de Almagro, donde crecí, hace treinta años, cuando fundé mi propia familia en Madrid. Cada Navidad y, a ratos, en verano, voy a visitarle con mi esposa, Ana, y nuestros hijos, Lucía y Javier. Tengo la suerte de que mi padre sigue tan activo como siempre; nunca se queja de su salud y se ocupa él mismo del huerto y de cortar leña para el invierno, aunque Ana y yo seguimos ayudándole cuando lo necesita.
Hace unos días, durante una llamada, José me soltó que había llegado el momento de “traer a una mujer a casa”. Resultó ser Pilar, una antigua amiga del instituto. Se conocieron en la escuela, se separaron al terminar los estudios y se fueron a vivir a distintas ciudades: él a Almagro, ella a Cuenca. Ahora, con los años, han decidido reencontrarse y unir sus vidas. Me parece una especie de burla del destino.
Al enterarme del matrimonio, le dije de inmediato que no podía contar con la presencia de mi familia en la ceremonia. Sin embargo, eso no le detuvo. Hace dos meses celebraron una pequeña boda en la finca familiar, con pocos amigos y una sencilla cena de cocido.
Me pregunto qué le falta a José para seguir viviendo como hasta ahora, sin que nada le impida seguir adelante. Su casa es enorme, posee varias hectáreas de olivares y una granja; su esposa tendría a sus nietos y sobrinos clamando por una parte de esa herencia. Por eso me hacen preguntas sobre si este matrimonio no será, más que un asunto de intereses.
Ana y yo vivimos en un piso de tres habitaciones en el centro de Madrid, con una hipoteca de 180000, que hemos ido pagando durante quince años. Tenemos dos hijos y siempre pensé que, cuando llegara el momento, dejaríamos nuestro piso a los mayores y el resto del patrimonio familiar al menor. Ahora, después de la boda de mi padre, todo parece más confuso: ¿quién heredará la finca?
Hace seis meses que no hemos vuelto a ver a José, y la idea de hacerlo ya me resulta desagradable, pues parece que ha empezado una nueva vida sin nosotros. Los parientes nos llaman a todas horas, asegurando que deberíamos alegrarnos de que mi padre haya encontrado la felicidad a su edad. Yo también querría estar feliz con él, pero me atormenta la sospecha de que Pilar solo quiere su parte del patrimonio y que en el futuro nos veremos enredados con la familia de ella en una disputa por la casa donde he pasado gran parte de mi vida.
No sé qué hacer. No puedo seguir ignorando a mi padre, pero tampoco tengo la energía para fingir que todo está bien. Necesito encontrar una salida que no destruya la relación con él ni ponga en riesgo lo que nos queda.
**Lección personal:** a medida que envejecemos, la vida sigue presentándonos sorpresas inesperadas; lo importante es mantener la comunicación sincera y no dejar que el temor al cambio nos impida apoyar a los que amamos, aunque el camino sea incierto.







