Yo no recibo visitas, no invito a nadie y no reparto mi cosecha ni mis herramientas; en mi pueblo me tienen por una extravagante.
Así, he decidido entrar en la prejubilación. Me cansé del bullicio de la ciudad y anhelo vivir en silencio, sólo con la naturaleza, cultivando verduras, frutas y bayas, y tomando infusiones de hierbas con miel de abeja. Por eso, antes de jubilarme, compré una casa en el campo, en una aldea de la provincia de Segovia, pagando con euros.
En primavera planto flores, instalo esculturas de gnomos de jardín, ardillas de bronce y pequeños farolillos. Mientras trabajo, los vecinos me lanzan miradas curiosas. Un día, una vecina ya no aguanta más y, mientras pongo plantones, se acerca al jardín.
Se queja de haber olvidado sembrar petunias y sugiere que yo le comparta las mías. ¿Por qué tendría que repartir mis plantones con una mujer que ni conozco? No es fácil conseguir petunias; son caprichosas de cuidar, y sólo tengo diez. Finjo no entender su insinuación.
Una semana y media después, veo a otra vecina cruzar la cerca y conversar con una mujer que de vez en cuando me mira. Tengo la impresión de que hablan de mí.
En un día de verano, mientras reviso el huerto, una voz me sobresalta. Una mujer está parada junto a la cerca gritándome. Me dice que pasó por mi casa y vio que tengo fruta madura en el árbol. Ella aún no ha cosechado nada. Mis ojos se largan de sorpresa. ¿Cómo se permite entrar sin ser invitada y pedir fruta? ¿Qué derecho tiene para que yo deje la fruta, que casi no como, para su hija?
Más tarde, estoy en una tienda de golosinas. Detrás, una mujer que vive en la calle contigua me pregunta para quién son los dulces, si los invito a mi casa para tomarnos una taza de té. ¿Cómo puede interesarle a quién compro dulces? ¿Y por qué tendría que invitar a una desconocida que no es amiga, ni pariente, ni colega?
Hace una semana, una vecina me vio cavar con una pequeña pala y me preguntó qué, dónde y cuándo había comprado. Me siento obligada a responder de mala gana.
En la ciudad nunca ocurre algo así; nadie te asalta con preguntas indiscretas y tontas, te pide que la visites, ni comparte tu cosecha o tus herramientas. Sin embargo, un vecino de confianza me confesó que muchos aldeanos me consideran anormal. Así es.
Me vale sus opiniones. compré esta casa para gozar de mi intimidad, no para hacer amistad con las mujeres del pueblo ni para meterme en cotilleos. Si eso es lo que piensan, que me dejen en paz y se mantengan alejadas de mi huerto y de mi tranquilidad.







