A pesar de todo

La vida no avisa y no pregunta si estamos preparados para sus golpes; simplemente nos golpea sin piedad y solo nos quedan dos opciones: rompernos o aprender a respirar entre la añoranza.

A los catorce años Begoña se queda sola en la casa. Su padre, José, los abandona y, al día siguiente, su madre, Carmen, se casa con Manuel y se muda al domicilio de su nuevo marido.

Begoña, tendrás que encargarte de la casa; Sergio no quiere que vivas con él. Ya casi eres una adulta, ponte manos a la obra le dice Carmen.

Mamá, me da miedo quedarme sola por la noche gime Begoña, pero su madre, feliz con la nueva vida, no presta atención a las lágrimas de su hija.

Nadie te va a comer, y no es culpa mía que tu padre nos haya dejado

Un año después Carmen tiene otra hija y llama a Begoña:

Por la tarde, después del cole, ayúdame con la pequeñita y, al anochecer, vuelve a casa sin que Sergio te vea por allí.

Begoña lleva agua, lava el suelo, cuida a la niña, y a las seis de la tarde corre a su casa porque el marido de su madre llega del trabajo a las siete y media. Por la noche repasa sus deberes y por la mañana se alista sola para ir al colegio.

A los dieciséis años Begoña florece; es una muchacha simpática, aunque su ropa no es de marca. Carmen le compra ropa cuando ve que la ha superado. Begoña cuida sus prendas, las lava y plancha con esmero. Los profesores del instituto comentan entre ellos:

Viven sola, sin madre, pero siempre tiene la ropa impecable. Qué niña más admirable.

En la aldea la anciana Doña Lurdes le ofrece mermelada y pepinillos, y Begoña le ayuda con la compra o con pequeños recados. Al terminar el noveno curso, Begoña le dice a su madre:

Mamá, quiero formarme como peluquera en el municipio, pero me falta dinero para el transporte. Tendré que ir en autobús ida y vuelta todos los días.

Carmen acepta, sabiendo que cuanto antes Begoña obtenga la titulación, antes podrá mantenerse por sí misma. Sergio se queja de que están gastando su dinero. El centro de formación queda a doce kilómetros, así que Begoña viaja todos los días, salvo los fines de semana.

Un día la ve en el mercado el joven del pueblo, Diego, estudiante de bachillerato que solo vuelve a casa los fines de semana y festivos. Alto y guapo, mayor que ella, lleva tiempo llamando su atención, aunque ella, tímida y vestida sencillamente, no piensa que alguien la note.

En la discoteca del pueblo Diego la invita a bailar, la acompaña a casa y, al poco tiempo, pasa la noche allí. Begoña está cumpliendo dieciocho años; él la visita sin que nadie les impida estar juntos. Pero pronto se da cuenta de que está embarazada.

Diego, ¿qué hacemos? Vamos a tener un bebé.

Hablaré con mis padres, nos casaremos; pronto cumplirás los dieciocho le dice él, intentando tranquilizarla.

No queremos saber nada afirma con dureza la madre de Diego, y su padre la respalda. Primero comprobaremos si el hijo es realmente tuyo o si alguna otra mujer ha estado contigo mientras estudias.

Los padres insisten y Diego se aleja de Begoña. Durante varios meses no vuelve al pueblo; cuando lo hace, pasa de largo sin mirarla.

En primavera Begoña da a luz a un niño, Iker, con la ayuda de la enfermera del centro de salud, Raúl, y lo lleva al hospital. Iker nace fuerte y tranquilo. Ninguno la ayuda con el bebé; lo cría sola. Diego ni siquiera la mira, y su madre difunde rumores despreciables por la aldea.

Begoña lleva al niño al supermercado con el cochecito, lo lleva al huerto y vuelve a casa sin recibir apoyo de su madre, que ni siquiera reconoce al nieto. Algunas vecinas la miran con lástima, otras con burlas.

Un día, mientras lleva al cochecito al mercado, la chismosa Verónica le suelta:

Begoña, ¿sabías que Diego se casa? La boda será pronto. Yo te llevaría al niño como regalo de bodas.

A Begoña no le gusta lo que oye; saca al niño del cochecito y sigue su camino.

Tranquila, Verónica le oye decir a Ana, una amiga de la infancia, que la abraza. No les hagas caso, niña. Yo también a tu edad di a luz a un hijo, y su padre nos abandonó. Mira lo que ha crecido. Tu Iker crecerá y todo te irá bien.

Gracias, tía Ana, gracias.

Ese mismo día Diego celebra su boda en la ciudad con una chica de la capital, también estudiante de bachillerato. Begoña ni siquiera lo sabe.

Pasados los años, Iker crece; Doña Lurdes le echa una mano con la vigilancia. Begoña trabaja en Correos y, los fines de semana, recibe a las vecinas para cortarle el pelo. En la aldea no hay peluquería, así que la gente acude a su casa; en verano corta en el patio, cobra poco, pero le llega el dinero.

Begoña se vuelve una mujer atractiva. Entonces el hermano menor de Diego, Iván, se enamora de ella. Al principio ella evita el contacto, pero Iván la persigue sin descanso, y delante de todos la ve llegar del trabajo. Finalmente ella cede y comienzan a salir. Iván repara maquinaria agrícola en los talleres del pueblo.

Los rumores corren como pólvora. Verónica comenta:

Se dice que Iván se mete en casa de Begoña a altas horas y sale al amanecer. Qué ingenua, cree que nadie la ve Yo lo veo todo, esto es una aldea.

Begoña escucha los chismes, pero los ignora y los cuenta a Iván.

Vann, todos nos conocen aquí.

¿Y qué? No nos escondemos. Somos adultos.

Iván es alegre, trata bien a Iker y a veces le compra juguetes. Todo parece ir bien, hasta que Begoña descubre que está embarazada de nuevo. Teme contarle a Iván, pero finalmente se arma de valor:

Iván, estoy embarazada, tendremos otro hijo.

Iván se alegra:

Perfecto, vamos a hablar con mis padres y lo resolvemos.

No, Iván, no iré a casa de tus padres se niega Begoña. Sabes que no aceptaron nuestra boda cuando mi hermano se casó con la hermana de Diego. Tú tendrás que arreglarlo tú mismo.

Iván, tras consultar a sus padres, recibe una fuerte reacción. Su madre grita:

¡Te lo dije! Cuando muera será entonces cuando puedas casarte con ella. No quiero a esa muchacha; con un hermano no funcionó, con otro será peor.

El padre de Iván se pone del lado de la madre:

Si te casas con ella, sal de la casa. Nunca la reconoceremos.

Iván, temeroso de desobedecer a sus progenitores, no acude a casa de Begoña. Un día descubre que ha viajado a la ciudad a vivir con su hermano y no vuelve. Begoña llora, se desahoga con Doña Lurdes.

¿Qué hago, Lurdes? No puedo deshacerme del bebé y me enamoré del hermano equivocado, sabiendo que sus padres se opondrán

Tranquila, Begoña, te ayudaré. Tengo setenta y ocho años y aún tengo fuerzas. Me siento mejor estando junto a ti y a tus hijos, aunque esté sola

La maternidad se vuelve su salvación. Begoña da a luz a otro niño, Nico, y Doña Lurdes le brinda ayuda desde el amanecer hasta el anochecer. Así viven Begoña, Nico e Iker, la joven madre y la anciana.

Begoña se entrega al cariño de sus hijos; pasan noches sin dormir, llantos y preocupaciones, pero también felicidad.

Lurdes, ¿por qué mi vida es así? pregunta a veces Begoña. ¿Por qué el amor solo me trae desengaños?

¿Desengaños? responde la anciana. Es una bendición que el destino te haya dado dos hijos. Serán tu apoyo y te harán sentir orgullo. Los hijos son riqueza y alegría.

Con el tiempo, los niños crecen. Un día llega al pueblo Andrés, técnico de mantenimiento que está de paso instalando equipos en la granja. Observa a Begoña y, tras varios encuentros, le declara:

Begoña, no quiero que sigas sola. Quiero ofrecerte mi mano y mi corazón.

Andrés, no puedo aceptar; tengo dos hijos y mi vida gira en torno a ellos le responde.

Amo a los niños, aunque no sean míos. Prometo querer a tus hijos como a los míos. Confía en mí, por favor.

Begoña acepta y se muda con Andrés a la ciudad. Él le ayuda a abrir una peluquería y, después, un salón de belleza. La familia se completa; Andrés adopta a Iker y Nico como propios. El hijo mayor, Iker, llama a Andrés papá.

Begoña renace, se vuelve una mujer radiante, adquiere coche y estabilidad económica. Cuando su hijo mayor, Iker, se compromete, la familia celebra una boda. Begoña felicita a la recién casada:

Que la felicidad los acompañe, mis queridos, y que todo les vaya bien.

De vez en cuando la familia visita la aldea para rendir homenaje a la tumba de Doña Lurdes. La madre de Begoña nunca vuelve a hablarle; la ha borrado de su vida.

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A pesar de todo