Hoy he recibido la visita de mis hijos y, para mi sorpresa, han bromeado diciendo que no soy una buena ama de casa.
La víspera de mi cumpleaños empecé con todos los preparativos para la comida de la celebración. Le pedí a mi marido, Julián, que pelara las verduras y cortara los ingredientes para las ensaladas, mientras yo me encargaba de dorar la carne y preparar el resto de los platos. Creía de verdad que había elaborado delicias contundentes con las que podría agasajar a toda mi familia. La mañana de mi cumpleaños, Julián y yo nos acercamos a la pastelería del barrio para comprar una tarta grande y, sobre todo, reciente, de esas que suelen encantar a los nietos.
El primero en llegar fue mi hijo Pablo con su mujer y mi nieto, luego apareció mi hija mayor, Marta, con sus dos pequeños, y al final vino mi hija mediana, Inés, acompañada de su marido y sus niños. Todos nos sentamos alrededor de la mesa, entre el tintineo de cucharas y tenedores. Parecía que todos disfrutaban, había comida suficiente para todos. Los nietos acabaron tan hartos que dejaron marcas en el papel pintado con las manos sucias y los adultos consiguieron manchar el mantel de hilo. Y mientras servía el té, mi hija Marta, riéndose, soltó:
Has puesto muy poca comida en la mesa, mamá… Hemos comido, ¿y ahora qué?
Sus palabras me calaron hondo. Aunque lo decía de broma y todos se lo tomaron a risa, yo me sentí herido. Es verdad que siempre intento guardar algo para los hijos, pero resulta complicado cocinar para una familia tan grande con las reservas de casa. Apenas tengo cazuelas pequeñas y el horno es antiguo, no puedo gastarme toda la pensión en agasajar a tantos.
No te preocupes, mujer me dijo Julián en voz baja mientras recogíamos la tarta en la cocina , si se han quedado con ganas, será porque todo estaba buenísimo. Puedes pasarles las recetas un día que tengan tiempo y que cocinen ellos. Y para la próxima, bien podrían traer algo, que son muchos y nosotros sólo somos dos.
Al final del día, comprendí que aunque la familia sea exigente y las bromas a veces duelan, al final lo importante es estar todos juntos. No hace falta una mesa llena de manjares para sentirse afortunado: bastan las risas, los recuerdos y el cariño compartido. Eso valdrá siempre mucho más que cualquier tarta o banquete.







