Hace unos días fui a casa de mi nuera, y me llevé una sorpresa al ver que había una mujer encargada de la limpieza y del orden.
Siempre le dije a mi hijo que para nosotros la situación económica de su futura esposa no era relevante, así que él fue feliz y se casó con Carmen, que nunca tuvo mucho dinero y estaba bastante acostumbrada a que la vida le sonriera sin mucho esfuerzo.
Después de la boda, los chicos se mudaron a la casa que les compramos. Mi marido y yo la renovamos completamente, y ahora tratamos de ayudarles económicamente y a menudo les llevamos comida. A mi nuera no le falta de nada, dio a luz a nuestro nieto hace poco, así que ahora no trabaja, y mi hijo tampoco tiene un puesto especialmente importante ni un gran sueldo.
Podéis imaginaros mi reacción al entrar en la vivienda en la que viven mis hijos y mi nieto, y ver a una extraña limpiando por allí. Mi nuera había contratado a una asistenta del hogar, pero ella apenas hace nada en la casa. ¿Cómo puede permitirse semejante lujo? ¿Dónde ha quedado su sentido común?
No tuve más remedio que pedirle a aquella mujer que se marchara, porque por mucho que digan, ¡esa casa aún sigue siendo mía! Y estaba limpiando con mi dinero, ¿de dónde iban a sacar mi hijo y su mujer para ese tipo de cosas? Así que decidí esperar a mi nuera, que había salido con mi nieto. Cuando volvieron, no tardé ni un minuto en sacar el tema. Le expliqué mi punto de vista, y ella me contestó:
Mamá, durante la baja de maternidad me he convertido en influencer, así que cobro bien, y de verdad necesito a la asistenta porque dedico muchas horas a trabajar.
¿Y eso de influencer qué es? ¿Eso es de verdad un trabajo? ¿Ahí se gana dinero? No me gusta la idea de que venga una desconocida a limpiar mi casa.
Si tienes tanto dinero, págame tú a mí y yo te la limpio, así no entra ningún extraño aquí le respondí.
Mi nuera sólo murmuró algo y se fue a dar de comer al niño. Esperé a que llegara mi hijo para contarle lo último y él me contestó:
Mamá, ya sabía lo de la asistenta. Carmen trabaja mucho últimamente y yo, cuando vuelvo de trabajar, quiero pasar tiempo con nuestro hijo, así que no veo el problema.
No entiendo a los jóvenes de ahora, ¿cómo se lo pueden permitir? Fui corriendo a contárselo a mi marido y ¿sabéis lo que me respondió?
No tienes por qué meterte en la vida de los chicos. Ya son adultos y pueden organizarse como quieran.
Hacía tiempo que no sentía tanta rabia. Creo firmemente que lo que hago y digo es lo correcto. ¿Vosotros qué pensáis?
Al final del día, me fui dando cuenta de que quizá deba aprender a dejar espacio y confiar más en las decisiones de mis hijos. Quizá la verdadera lección es aceptar que cada generación vive y organiza su vida de manera diferente, y que a veces el amor de madre también consiste en saber apartarse a un lado.







