He sido madre subrogada en dos ocasiones: Ahora mis hijos y yo tenemos todo lo que necesitamos para vivir bien.

Soy madre subrogada por segunda vez y, ahora, mis hijas y yo disponemos de todo lo necesario para vivir bien.

Tuve a mi primera hija, Lucía, cuando sólo tengo dieciocho años. Al darla a luz de forma tan sencilla, descubro que el parto no da miedo. En esa época la subrogación ya está bastante extendida y empiezo a considerarla en serio.

Mi familia no es acomodada; mis padres apenas pueden mantener a mis tres hermanas y a mí. A los diecisiete contrajo matrimonio con Javier. Con él y la pequeña Lucía apenas nos arreglamos: no tenemos dinero ni un piso propio, así que nos las ingeniamos como podemos. Pienso en la subrogación, aunque Javier no aprueba mis ideas, a pesar de mis intentos de convencerle, pues parece la mejor salida a nuestros problemas económicos.

Un tiempo después llega nuestro segundo hijo, Mateo, y la situación se complica aún más. Javier abandona la familia, agotado por las dificultades, y me quedo sola con dos niños pequeños. Por suerte, mi madre y mis hermanas me echan una mano: mientras trabajo, ellas cuidan a las niñas. Sin embargo, sigo sin llegar a fin de mes y decido poner en marcha la idea que llevo años rondando.

Viajo a Barcelona y solicito entrar en una clínica de subrogación. Intentan varias veces implantar un embrión, pero nada avanza y, en el último intento, la gestación termina con una pérdida. Vuelvo a casa y pienso rendirme, pero seis meses después veo un anuncio en internet: una clínica ofrece condiciones favorables. Llamo, pienso que vale la pena intentarlo de nuevo; si funciona, genial, y si no, será lo que sea.

Esta vez todo marcha bien. Durante doce meses vivimos en un bonito apartamento de un nuevo edificio. Los futuros padres del bebé que llevo para ellos son generosos: nos consienten con alimentos de calidad, nos regalan juguetes para las chicas, pagan nuestras entradas al cine y al zoológico. Nueve meses después doy a luz a un niño sano y precioso, Álvaro.

Regresamos a mi ciudad natal, Valdepeñas, y la remuneración de la subrogación me permite comprar un piso de dos habitaciones en nuestro barrio. Nos queda aún un año más de vida sin limitaciones.

Dos años después vuelvo a ser madre subrogada y doy a luz a un niño para una familia de México.

Hoy vivimos en una casa grande; las niñas tienen todo lo que necesitan. Algunos me critican, pero no veo nada de malo en proporcionar a mi familia una buena calidad de vida, aunque sea a través de este camino.

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He sido madre subrogada en dos ocasiones: Ahora mis hijos y yo tenemos todo lo que necesitamos para vivir bien.