La suegra del futuro arruinó las vacaciones

Ir sola con la hija da miedo, ya sabes agitó la suegra con la mano. Dos mujeres que no hablamos el mismo idioma, si algo pasa pero con vosotras dos ya no parece tan temible. Estaremos cerca, por si surge algo.

Cayetana no podía imaginar lo cerca que esa cercanía resultaría ser.

Qué injusto suspiró.

Los planes de vacaciones se habían tejido hace medio año entre Cayetana, Máximo, Violeta y Ciro.

El hermano del futuro marido y su esposa constituían la compañía perfecta: no había bar, ni escapada, ni destino que les desentonara; sus gustos y la visión de un descanso ideal coincidían como dos notas en una misma canción.

Dos veces el año pasado habían viajado juntos y, en ambas ocasiones, habían quedado satisfechos.

Ahora

Acusar a la futura nuera de haberse enfermado en el momento equivocado nunca habría cruzado la mente de Cayetana. Pero ¿no tiene derecho a sentirse frustrada?

¿Qué hacemos ahora? Tendréis que andar solos entre ruinas de siglos pasados exhaló Ciro.

El hermano de Máximo también estaba decepcionado por los planes cancelados, pero, por conciencia, no podía abandonar a su esposa enferma para irse de juerga. Nadie le exigiría eso en serio.

Lo que sí dolía era el dinero de los billetes de avión: con los euros ya gastados, recuperar el importe completo resultaba imposible. Además, era una vergüenza perder los planes.

Máximo, Cayetana, tengo una idea brillante esa misma noche apareció en su casa la madre de Máximo y de Ciro.

Las visitas de la matriarca no eran rara cosa; la relación entre Máximo y su madre era bastante cercana. Además, la señora Elvira era, en términos generales, una mujer amable, aunque no exenta de los típicos consejitos de suegra tradicional que intentaba inculcar a Cayetana la forma correcta de llevar el hogar. De los relatos que circulaban entre las suegras, parece que Cayetana había recibido la versión más ligera.

Elvira solía aparecer aproximadamente cuatro veces a la semana, pero sólo cada dos semanas sentía la necesidad de dar una lección a la futura nuera. Algunos de esos consejos resultaron útiles, así que la suegra no la consideraba una amenaza. Por eso aceptó con buena voluntad la propuesta de pasar las vacaciones juntas.

Llevaré a mi hija menor, Pola, compraré los billetes al segundo hijo y su esposa, y me uniré al hijo mayor y a su futura esposa en Tailandia, para calentar los huesos y, de paso, coleccionar nuevas experiencias explicó.

Ir sola con la hija da miedo, ya sabes repitió la suegra. Dos mujeres sin idioma común, si algo ocurre pero con vosotras dos ya no parece tan temible. Estaremos cerca, por si surge algo.

Cayetana aún no había imaginado cuán cerca estarían.

Si lo hubiera imaginado, nunca habría aceptado la compañía de la suegra y la nuera. Sin embargo, por otro lado, había visto los rostros verdaderos de los futuros parientes y del futuro marido antes de casarse, evitando futuros trámites burocráticos. Podía decirse que la joven había escapado a una pequeña catástrofe.

Al aceptar las vacaciones conjuntas, Cayetana oyó a sus amigas dudar de su cordura.

¿Quién se va de vacaciones con la suegra, aunque sea la futura? decían. No le vas a dar vida, la vas a convertir en una niña que gira alrededor del hijo.

Que viajara con su hija sólo aumentaba la presión: habría que entretener también a la pequeña. Cayetana replicó que Pola era ya una joven de diecinueve años, plenamente capaz de cuidarse sin animadores familiares. En la vida cotidiana apenas hablaban; se saludaban, se despedían y, de paso, le pedían la sal o el azúcar en la mesa. No había química que prometiera conversaciones largas durante el viaje.

Era poco probable que la futura cuñada se encendiera con ganas de charlar en la playa. En cuanto a Elvira, era evidente que la planificación tendría que contemplar la presencia de una mujer de mediana edad, pero no suponía problemas insuperables. Si surgían pequeñas incomodidades, sólo serían dos semanas de paciencia. Y si, al final, aparecían mayores conflictos, siempre se podría declinar seguir viajando con la suegra bajo un pretexto decoroso. Después de todo, ¿acaso es descortés rechazar algo sin haberlo probado? Cayetana había sido criada con esa idea.

Las amigas de Elvira no la conocían; juzgaban a sus suegras por sus propias experiencias, diciendo que la suerte de Cayetana era enorme al compararla con sus propias madres, que eran un desastre. Sin embargo, ahora cambiaban de parecer y aconsejaban renunciar al viaje conjunto lo antes posible. ¿Cómo hacerlo si la suegra ya estaba entusiasmada y Máximo sonreía al pensar en llevar a su madre a Tailandia?

El primer timbre sonó en el avión.

Pola tomó el asiento junto a la ventana; nadie se opuso. Cayetana, acostumbrada a los viajes de negocios, veía el ventanal como un elemento más del interior del avión, sin mayor interés. A Máximo le fascinaba la pantalla de la película a bordo, no la vista exterior. Cayetana prefería el asiento del pasillo para poder levantarse sin molestar a los pasajeros que dormían.

Al pasar, se sentó junto a ella la señora Elvira, que parecía nerviosa; cuando la turbulencia azotó, luchó por no romper a llorar. Cayetana no pudo negarle el cambio de asiento, queriendo que la mujer se sintiera más cómoda al estar al lado de su hijo. Después, cuando la montaña rusa de aire quedó atrás, nadie se apresuró a devolverle el asiento. Elvira, con un interés fingido, miró la película de Máximo y terminó dormida, apoyando la cabeza en el hombro de su hijo.

No te enojes se justificó Cayetana. Probablemente, si hubieras pasado por ese miedo, no insistirías tanto en cambiar de asiento. Y además, es indecente despertar a alguien que duerme

Su voz interior le recordaba que el sueño de Elvira no se rompería al instante cuando empezaran a repartir la comida del vuelo. En realidad, Elvira podría haber intercambiado con Pola, que hacía años había dejado de mirar por la ventanilla, tapándola con la persiana y viendo la película como Máximo.

Al observar esa idílica familia, Cayetana sentía crecer la irritación, que se intensificó al llegar al aeropuerto. Máximo ni la miró; se lanzó a ayudar a su madre con el equipaje y a buscar la máquina de agua. Parecía que la esposa era un ser invisible, una sombra que podía pasar desapercibida.

Cariña, ¿qué te pasa? Nadie te hace sentir inútil, no inventes cosas.

Es que mi madre nunca había volado a un país desconocido, y yo he visto cómo reacciona

El recuerdo de su propia madre, que siempre le había enseñado a ceder a los mayores, a compadecer a los débiles y a pensar en los demás, surgió en el momento menos oportuno, recordándole que era una mujer sana y que no debía andar siempre pisando a los demás. Sin embargo, la madre del futuro marido había sufrido estrés, y Máximo, como buen hijo, la consoló.

Al fin y al cabo, nada malo le había sucedido a Cayetana mientras ayudaba a su suegra con las maletas y le preguntaba si necesitaba algo más. No obstante, la joven desconocía que los incidentes del avión y del aeropuerto solo eran el preludio de los problemas que vendrían.

Al día siguiente, la madre del futuro marido, con fanfarria, se instaló en su habitación

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