No eres una esposa, eres una sirvienta. ¡No tienes hijos!

No eres la esposa, eres la sirvienta. ¡No tienes hijos!
Mamá, Cruz ha venido a vivir aquí. Estamos arreglando el piso y todavía no se puede habitar. Hay una habitación libre, ¿por qué tiene que quedar en el polvo? le dijo el marido de Cruz, Javier.

A Javier esa idea no le molestó en lo más mínimo, cosa que sí le pasaba a su mujer y a su madre. La suegra, Doña Carmen, no toleraba a la nuera.

Tengo que trabajar, no puedo quedarme susurró Cruz.

Cruz trabajaba a distancia, por lo que necesitaba silencio y tranquilidad. Javier pasaba el día entero en la oficina, y no resultaba fácil compartir techo con la suegra. Además, a Cruz le acostumbraba estar sola en casa, sin que nadie le interpusiera.

Cruz observaba a Doña Carmen sin encontrar las palabras adecuadas. La suegra no quería que Cruz habitara bajo su mismo techo, pero parecía que no había alternativa. Se sentaron a la mesa y empezaron a cenar.

Cruz, sírveme tu ensalada de la casa pidió Javier.
Javier, no comas esa mezcla. Preparé otra, es más saludable protestó Doña Carmen.

Cruz cambió el gesto. Su marido era alérgico a los tomates; ¿cómo pudo la suegra olvidar eso? Cuando Javier era niño, Doña Carmen nunca le había prestado atención a esa alergia. Ella decía que no hacía falta ir al médico; con una pastilla todo pasaba.

Tiene alergia. ¿Por qué pusiste tomates en la ensalada? preguntó Cruz.
No te inventes cosas. Es solo un tomate, no pasará nada replicó la suegra.
Va a enfermarse.
Cruz, cálmate. No tiene alergia. Su propia madre lo conoce mejor que tú.
Yo soy su esposa, me ocupo de él.
No eres la esposa, eres la sirvienta. ¡No tienes hijos! Cuando los tengas, hablaremos.

Cruz se levantó de la mesa y corrió al dormitorio. La suegra siempre señalaba el punto doloroso. Javier se apresuró a consolar a su mujer.

Javier, lo siento. Mejor me voy a casa de mis padres o a la oficina. No quiero vivir bajo el mismo techo que tu madre.
Déjame hablar con ella. ¡Se calmará!
No, ya lo hemos repasado mil veces. No vamos a llegar a un acuerdo bajo el mismo tejado.

Al final decidieron alquilar un piso en el centro de Madrid para evitar otro escándalo familiar. Doña Carmen se quejó, pero no tuvo más opción. Cruz, por su parte, se sintió agradecida de contar con un marido tan comprensivo y generoso.

Al acabar la historia, quedó claro que el respeto y la comunicación son pilares esenciales en cualquier familia; cuando se escuchan y se valoran las necesidades de los demás, se evita que los conflictos se conviertan en muros infranqueables.

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No eres una esposa, eres una sirvienta. ¡No tienes hijos!