Una vez, cuando estaba embarazada por segunda vez, una niña con un bebé llamó a la puerta.

Una vez, cuando ya estaba embarazada por segunda vez, sonó el timbre y una chica con un bebé apareció en la puerta.

Jamás me lo habría imaginado; resultó que llevaba toda una vida sin saber con quién había compartido mi techo.

Conocí a Adrián cuando tenía quince años; él tenía diecisiete. Cinco años después nos casamos y, al año, descubrí que estaba esperando. Cuando nació nuestra hija, Carmen, él se puso tan feliz que le dedicó toda su atención y, de golpe, empezó a trabajar aún más horas.

Mi marido se compró un amplio piso de dos dormitorios en el centro de Madrid y Carmen era lo más importante para él. La llevaba al jardín de infancia, a sus clases de ballet y a los paseos por el Retiro, y los dos veían juntos dibujos animados los domingos. Mi familia parecía sacada de una postal. Pero, como suele pasar, un día todo se volvió del revés.

Cuando estaba embarazada de nuevo, alguien llamó a la puerta. En el umbral estaba una joven de unos veinte años con un bebé en brazos. La invité a pasar. Se presentó como Cruz, tenía diecinueve años y resultó ser la segunda mujer de mi marido.

Había dado a luz a su hijo dos semanas antes y había decidido poner los puntos sobre las íes. Me contó que llevaba dos años juntando sus vidas con Adrián y que ella no se iba a rendir fácilmente. Llamé a Adrián y le pedí que viniera. Su respuesta me dejó sin palabras:

Mujeres, antes lo hacíamos muy bien. Mantengámoslo así. No pienso cambiar nada. No quiero divorciarme, pero tampoco voy a abandonar a Cruz.

Yo no iba a aceptar eso. Con lágrimas en los ojos agarré su maleta y, cuando lo eché por la puerta, él salió corriendo detrás mío:

Cariño, luego te arrepentirás. Este piso está a mi nombre; tú y los niños acabaréis en una habitación vieja en las afueras de la ciudad. Ni hablemos de la pensión alimenticia, mi sueldo oficial es de escasos euros. Piensa bien cómo vas a vivir.

No podía creer que esas palabras salieran de la boca del hombre al que amaba.

Decidí que no quería que mis hijos crecieran cerca de él. Adrián se fue con Cruz, yo empaqué mis cosas y las de mis hijos y me mudé a mi propio piso.

No había tiempo para lamentaciones. Adrián presentó rápidamente el divorcio y yo gasté mis últimos ahorros en un buen abogado. El especialista se encargó de todo, y al final el piso quedó para mí y los niños. Ni siquiera solicité la pensión.

Siete años después volví a casarme. Esta vez es Jorge, un hombre totalmente distinto a Adrián, un verdadero caballero. Resultó que Cruz solo quería el dinero de mi ex y, cuando Adrián quedó sin techo, ella lo echó de la puerta. Intentó volver a mí, pero ya no había espacio en mi corazón para él, sobre todo después de lo que me había dicho.

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MagistrUm
Una vez, cuando estaba embarazada por segunda vez, una niña con un bebé llamó a la puerta.