Es tu deber pagarme, porque mi padre hizo lo mismo. ¡Tengo todo el derecho a hacerlo!

17 de octubre de 2025

Hoy me he despertado con la sensación de que el deber de pagar sigue atrapado en una discusión familiar que no termina. Mi hijo, Luis, ha decidido comprar unos calcetines porque los necesitaba. Mientras estaba en el centro comercial Plaza del Sol, le pregunté: ¿Vas a cubrir todos tus gastos con la pensión que me envía mi padre para mí?.

Mi esposa, Carmen, no quiso responderle directamente; su exmarido había hecho recientemente una transferencia de 300, como pensión alimenticia, a su cuenta. Él le había insistido en que comprara ropa nueva, pues llevaba años con la misma ropa gastada. Carmen, desconcertada, le replicó: ¿Por qué sólo utilizas ese dinero para lo que tú necesitas?.

Al oír eso, casi lloro y devolví los calcetines a la estantería. Después, Luis se apuntó a probarse una sudadera en la probadora. Voy a llevarme dos sudaderas para ver cuál me queda mejor, dijo. Carmen, curiosa, miró la etiqueta: costaban 50 cada una. Sumó el precio de todo lo que había puesto en la cesta y se dio cuenta de que la pensión no alcanzaba; tendría que añadir más dinero.

Luis salió disparado de la probadora con la sudadera bajo el brazo y la dejó en una cesta junto a otras prendas. La cajera del centro comercial los embaló y anunció: Son 250 en total.

Solo tengo 200 en la cartera, dije, déjalos que no son imprescindibles. Luis, obstinado, respondió: No dejaré nada, paga con tu dinero; no solo mi padre debe apoyarme, la ley me da derecho.

Carmen, con el bolsillo abierto, puso el dinero sobre la caja y dijo: Esto es para un mes. Compra lo que necesites, pero no olvides pagar también la comida. No te daré más dinero. Con esa mirada seria, salió del local.

Al volver a casa, Luis llegó con varias bolsas llenas de ropa de marcas. He comprado unos zapatos de cuero muy elegantes. ¿Qué queda en la nevera? preguntó. Ya tienes zapatos de cuero, deberías cocinar tú, le replicó Carmen.

Al final del día, llamé a mi padre para pedirle ayuda y él, al estilo de los viejos tiempos, me dejó claro que debía seguir pagando la pensión. Luis, con el rostro triste, se encerró en su habitación mientras yo hablaba con la exesposa de mi padre. Ella explicó que Luis había empezado a creer que todo le pertenecía y que debíamos alimentar sus caprichos.

Tres horas después se fue la internet y Luis volvió a discutir con Carmen: ¿Crees que ahora pagaré el internet? Ya me estás cansando, como dijo papá. Afirmó que a partir del próximo mes se mudaría con su padre.

Al escuchar todo eso, comprendí que mi hijo había sido injusto y grosero con su madre. Decidió disculparse y, durante las vacaciones, buscó un trabajo a tiempo parcial para ayudar un poco en casa.

Hoy he aprendido que la responsabilidad y el respeto no se pueden comprar con dinero; la verdadera dignidad se gana con actos humildes y con la voluntad de colaborar, aunque sea con pequeñas cuotas. Esa será la lección que llevaré siempre.

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Es tu deber pagarme, porque mi padre hizo lo mismo. ¡Tengo todo el derecho a hacerlo!