**Diario de un hombre desencantado**
¿Qué significa que nos separamos? preguntó el hombre, desconcertado, mirando a su esposa. ¿Porque le di dinero a mi madre?
¡Ciento noventa mil euros! Inés lanzó el extracto bancario sobre la mesa, observando cómo los papeles blancos se esparcían. ¡Rodrigo, ¿dónde está el dinero?!
Su marido ni siquiera levantó la vista de la televisión, siguiendo indiferente el cambio de canales.
¿Qué dinero? murmuró con desdén.
¡El que llevamos tres años ahorrando para la entrada del piso! ¡Ayer había doscientos veinticinco mil, hoy solo treinta y cinco mil!
Rodrigo, finalmente, lo miró y se encogió de hombros como si fuera una nimiedad.
Ah, eso Mamá y Juana me pidieron ayuda. ¿Qué iba a hacer, negarme? ¿Acaso soy un monstruo?
¡¿Me lo preguntaste a mí?! ¡Ese dinero era de los dos!
¿Por qué tanto drama? Lo devolveré.
¿Cuándo? ¿En cuántos años? Inés apoyó las manos en la mesa, inclinándose hacia él. Rodrigo, habíamos acordado: ¡nada de gastos sin hablar antes! ¡NADA!
Sí, sí, lo hablamos Pero si mi madre me lo pide, ¿qué, le digo que no?
¡Y cuando tu esposa trabaja doce horas al día durante tres años, eso no cuenta?! ¡Es MI dinero también!
Rodrigo frunció el ceño y volvió a mirar la tele.
No exageres. Es solo un trabajo normal.
Seis meses antes, Inés estaba en la oficina de la agencia de viajes, calculando meticulosamente la comisión de su última venta de paquetes turísticos. Las cifras la alegraban: el grupo era grande y solvente.
Su compañera Tamara asomó la cabeza por encima del monitor:
¿Otra vez con la calculadora? ¿Sigues ahorrando para el piso soñado?
Un año más, año y medio como mucho, y tendremos nuestro hogar sonrió Inés, dejando el bolígrafo. Rodrigo también se esfuerza, hace horas extras en el taller los fines de semana.
Qué suerte tienes con tu marido. El mío solo promete y promete, pero nunca cumple.
Sí, tengo suerte asintió Inés, aunque una vocecilla interior le susurraba algo inquietante.
Tamara acercó su silla.
¿Cuánto lleváis ahorrado, si no es secreto?
Doscientos diez mil. Faltan solo cuarenta mil para los doscientos cincuenta que necesitamos.
¡Genial! ¿Y dónde lo guardáis?
En el banco, en un depósito. Los intereses no son altos, pero algo es algo.
Muy sabio. Lo importante es no gastarlo antes de tiempo en tonterías.
Inés asintió, pero no mencionó que Rodrigo llevaba un mes quejándose de cansancio y yendo menos al taller.
Esa misma noche, al llegar a casa, lo encontró tumbado en el sofá frente al televisor.
Rodri, ¿no fuiste al taller hoy? preguntó mientras se quitaba los zapatos.
Iré mañana. Me duele la espalda.
¿Por qué no vas al médico?
Bah, no es nada. Se me pasará cambió de canal. Por cierto, mamá llamó. Juana necesita dinero para un curso de maquillaje.
Inés se quedó inmóvil, con la bolsa aún en la mano.
¿Cuánto?
Solo mil quinientos. Una miseria.
¡¿Solo?! no pudo contenerse. ¡Rodrigo, eso es mi bono mensual!
No grites. No voy a tocarlo del ahorro. Lo pondré de mi próximo sueldo.
¿Y si no te alcanza?
Ahor







