Desafiando la voluntad de su esposa, él invitó a su madre a casa para que viera a su recién nacida nieta.
Mi madre es un auténtico caos comunicativo; nunca respeta los límites ajenos. No es que le disguste mi mujer, María, por alguna razón concreta, sino simplemente porque la elegí y ella no ha podido observar cómo me distancio de ella.
Hace tres semanas María dio a luz a una pequeña llamada Almudena.
Mi madre insistió en estar presente en la sala de partos, pero María quiso que solo yo estuviera allí. Así que, mientras María sufría las contracciones, mi madre se quedó en el vestíbulo del Hospital Universitario La Paz, gritándole al pasillo que ella tenía derecho a presenciar el nacimiento de su bisnieta.
Cada vez que mi madre cruzaba el umbral de nuestro hogar, se aferraba a todo y denunciaba a María como una ama de casa incompetente. Afirmaba, además, que Almudena sería una madre deficiente.
Tras esas acusaciones, María perdió los nervios y me planteó un ultimátum: los pies de mi madre no volverían a pisar nuestro techo. Yo la comprendí; nadie quiere ser humillado en su propia casa.
Cuando finalmente regresamos con la niña, los abuelos querían conocerla. María aceptó que mi suegra viniese una sola vez, pero bajo la condición de que se callara. Mi madre prometió no romper el pacto, pero al cruzar la puerta empezó a lanzar comentarios como lluvia:
Está todo sucio aquí. Si quieren vivir así, pues vivan así. Pero, por respeto a mí, podríais al menos limpiar.
María, al borde del colapso, le informó que ya no tenía derecho a visitar y que solo podría ver al bebé si nos lo concedíamos.
Han pasado casi dos semanas; los suegros y mi padre ya han conocido a Almudena, pero mi madre sigue sin aparecer y María se niega a verla. No salimos de casa con la niña porque el exterior parece una noche sin estrellas.
Anteayer María tenía una cita con el pediatra y yo me quedé con la bebé. Aproveché la ocasión para invitar a mi madre a verla. Ella aceptó, pero le advertí que solo tendríamos dos horas antes de que María regresara. Ella se negó a marcharse, por mucho que intentara persuadirla.
María llegó, encontró a mi madre abrazando a la pequeña, y sufrió un colapso nervioso total: gritó, me acusó y exigió que se fuera de la casa.
En mi interior le dije a María que cerrara la boca y se calmara, que aquel era mi hogar y mi bebé, y que si yo quería que mi madre los viera, ella no podía prohibírmelo ni echarla de la vivienda.
María expulsó a mi madre y a mí del hogar. No quiere hablar con ninguno de los dos. Ahora vivo con mis padres. Espero que María recupere la calma pronto.






