Antonio volvió de un viaje de trabajo pensativo, como si hubiera dejado el corazón en la oficina.
¿No te has enamorado, verdad? bromeó María mientras cenaba, cuando Antonio volvió a echar sal al pollo.
El chiste no tuvo efecto: el papá José empujó la bandeja con la comida a medio comer y se refugió en el salón.
¿Por qué nuestra hija Lucía no viene a casa? preguntó Marina una mañana a su hijo Salvador. ¡Ya falta poco para la boda!
Y Vázquez, el hermano mayor, se quedó mudísimo.
Ana, la madre, que estaba inmersa en los papeles del trabajo, recordó que hacía tiempo que no veía a la prometida del hijo menor
La futura esposa de Carlos, la más joven, le cayó al gusto a Marina Efimovna desde el primer momento, aunque no faltaron dudas. Después de todo, el hermano mayor se había casado con una modelo de silicone y pestañas artificiales que pasaba el día entero blogueando y, en su tiempo libre, defendía su belleza extraterrestre.
Los padres se quedaron con la boca abierta. Pero Carlos ya era un hombre grande, dirigía un equipo en la empresa y tenía ya un piso propio en el centro de Madrid.
Que se case con quien quiera, ¡pues él tiene que vivir con eso! decidió Marina. Yo, al menos, intentaré aguantar la conversación mínima con su futura suegra.
El desconcierto era evidente: el chico de 26 años siempre había sido listo y avispado. ¿Cómo pudo elegir a una mujer tan extravagante? El misterio quedó sin resolver.
Los gafas rosadas se rompieron rápido: resultaron ser dos personas distintas, ¡qué sorpresa! ¿Acaso no se veía antes?
Carlos, de visita en casa, anunció el divorcio: ¡Solo llevamos medio año juntos!
¿Qué ha pasado? preguntó la madre, mientras el padre guardaba silencio, como si meditara. ¿No se llevaron bien? ¿No le gustó el cocido ni los buñuelos?
¡Ni el cocido, madre! exclamó Nicolás, irritado. ¿Viste sus uñas?
Yo las vi, ¿y tú no?
Pues sí, las vi respondió el hijo, con una mueca de resignación.
¿Y entonces qué? ¿Pensabas que después del matrimonio se echarían a perder? ¿O que ella amasaría la masa con esas uñas?
No amasar, pero
Carlos no había pensado en eso; se hacía el Baldomero del destino, creyendo que todo se acomodaría solo, que la comida aparecería en el frigorífico, que las camisas planchadas colgarían solas en el armario y que el retrete se limpiaría por arte de magia. Así lo había vivido mientras vivía con sus padres, pues su piso se alquilaba hasta el día de la boda.
Pero la magia no llegó: el retrete se negó a limpiarse solo. ¿Por qué?
Los sueños de Carlos se desmoronaron. La luna de miel resultó perfecta, y las uñas de su ex no fueron un impedimento.
Todo empezó después, cuando la gente de buen ver intentó usar esas garras para planchar la ropa. Claro que no se podía. Ni para cocinar, ni para limpiar, tampoco para que la madre críe a la hija.
Nadie quería hacerlo, y surgió la disputa: ¿por qué ella debía encargarse de todo? Tus camisas, plánchalas tú; si quieres cocido, prepáralo o pídelo. Yo soy una belleza, ese es mi único deber.
Así, la lógica de la chica moderna quedó clara. La influencer regresó a casa de sus padres, que habían criado a una hija tan peculiar. Solo la boda había sido un gasto inútil.
Entonces el hermano menor presentó a Lucía. A todos les encantó: era lista y guapa, trabajaba como gestora en una compañía petrolífera, y, además de su buen puesto, usaba poco maquillaje, con pestañas y uñas naturales. Era una excepción agradable a los estándares actuales.
Los progenitores, aliviados, aprobaron a su hijo: ¡Casad a tu hermano! Incluso ofrecieron acoger a la joven pareja hasta que compraran su propio piso.
Lucía empezó a pasar noches en casa. Los padres no protestaron; al contrario, su presencia aportó ternura, despreocupación y calidez. La vivienda se volvió más acogedora.
El padre, que rara vez conversaba, empezó a participar en las charlas nocturnas después de la cena, cuando Lucía se quedaba hasta el amanecer.
Salvador se pavoneó: ¡Le gané al hermano mayor! Ahora los padres dejaron de comparar a su hijo con Carlos y, por fin, dejaron de decirle Mira a tu hermano.
¿Y dónde está la esposa de Carlos? ¡En otro sitio! Con Lucía todo será distinto, porque ella es
Una chica verdaderamente encantadora, con cerebro luminoso y belleza natural, algo que ya es raro. No rehúye las tareas del hogar y sorprende a la familia con sus buñuelos y empanadillas, que tanto disfrutó el padre José.
¡Qué suerte la de Salvador! Y que Carlos también vea la luz.
Los padres aprobaban la elección; Salvador era un hijo obediente. El joven lanzó una propuesta formal y se fijó la fecha de la boda.
Lucía, sin embargo, pidió retrasar la ceremonia dos meses en lugar de uno, pues quería prepararse bien. No había nada malo en esa petición; tal vez guardaba algún secreto, o simplemente quería que todo fuera perfecto.
Salvador, ansioso por legalizar su amor, se sintió un poco herido, pues creía que la novia debía apurar la boda. ¡Todas las chicas quieren casarse pronto! pensaba.
Pero Lucía tenía razones: sus padres habían muerto en un accidente de coche el año anterior, y su familia vivía en Valencia, lejos. Por tanto, toda la organización recaía en la familia del novio.
Podemos comprar el vestido y los anillos en un día; el resto lo haremos sin ti, Lucía. Pero ella se empeñó, como quien dice picar con la uña, y el novio no logró convencerla. No hubo discusiones graves, solo un pequeño resbalón.
Salvador contó la historia a sus padres, preguntando qué opinaban. La madre reflexionó y el padre, inesperadamente, tomó partido por la futura nuera, pronunciando un breve discurso:
¿Qué ha pasado? No sabes lo que se cuece en su cabeza. Un mes antes o después, ¿qué importa? ¡Seguid viéndoos!
El apoyo del padre sorprendió a todos; normalmente evitaba meterse en discusiones, diciendo resuelvan ustedes.
Con el tiempo, Lucía cayó enferma con un virus que provocó fiebre alta y, luego, neumonía. Aún así, el novio no quería que la boda se cancelara.
El padre volvió de su viaje y, pese a la enfermedad, permitió a Salvador visitarla. La conversación se volvió tensa; Lucía estaba pálida, la fiebre no le favorecía, y se mostraba avergonzada.
El novio, intentando no agobiarse, decidió no pasar la noche allí. Mejor que te vayas, Lucía, dijo, y se marchó, sintiéndose como en una primera visita al registro civil.
Esta vez no buscó consejo de sus progenitores; el padre estaba demasiado ocupado con su propio trabajo y la madre con una urgencia en la oficina.
Antonio volvió de su viaje de negocios con una mirada pensativa y algo callada.
¿No te has enamorado? bromeó María al cenar, cuando él volvió a salar la tortilla.
El chiste se perdió: José empujó la bandeja sin terminar y se fue al despacho.
Pocos días después, Nicolás llegó a casa; Lucía ya había vuelto al trabajo, pero el novio la evitaba alegando ocupaciones, lo que la madre notó.
La boda estaba a una semana. Nicolás y su hermano se encerraron en una habitación a conversar largo rato. Resultó que Carlos había encontrado a su padre con Lucía en la ciudad cuando ella estaba enferma y él de viaje. Se sentaron en una cafetería, se tomaron de la mano y rieron, sin que Carlos se diera cuenta de su estado de enamorados.
Así termina esta historia de amor, de enredos y de malentendidos familiares.
Los padres, al fin, aceptaron la elección; Salvador, obediente, hizo su propuesta. Lucía, sin embargo, siguió adelante con sus planes, y la familia del novio tomó las riendas.
Al final, la boda se pospuso, el aniversario de Marina (cincuenta años) se celebró en su lugar, y la fiesta se trasladó una semana más tarde, con el mismo presupuesto y los mismos regalos.
¡Felicidades, Marina Efimovna! No te pongas triste por la edad; la vida sigue.
Quizá este matrimonio apresurado dé lugar a nuevas celebraciones en la calle, pero, por ahora, basta con esperar un poco más.







