¿Otra vez con ella?Zoraida, con la mirada ennegrecida por la decepción, enfrentó a su marido.
Diego tragó saliva y dejó caer la cuchara.
¡El reloj!señaló con el dedo la muñeca del esposo.
Sí, ya lo llevo puesto,dijo Diego, agitando la mano como si quisiera ocultar el brazalete bajo la manga.
Lo vi en la basura,replicó Zoraida, ¡incluso había un ticket!
Diego bajó la vista, inspeccionando el plato frente a él.
Acordamos que no volverías a ir a su oficina,repuso Zoraida con una sombra de reproche en la voz. ¡Diego, me lo prometiste!¡Lo juraste!
Bueno, Zora,empezó Diego, ella me lo pidió con insistencia. Lo entiendo, pero ella sigue siendo mi jefa. ¿Cómo podía negarme?
¡Con educación!Zoraida contenía la ira. ¡Soy una mujer casada!¡Amo a mi esposo!
Pues yo me vi obligado Y ahora, con todo mi respetosuspiró Zoraida. ¡Diego, no es la única empleadora de la ciudad!
Pensemos con lógica,intentó recobrar la compostura Diego. Me ofrece las mejores condiciones como agradecimiento por los años de servicio. ¿Encontraría eso en otra empresa? Probablemente no.
No quiero que seas su sombra, murmuró Zoraida entre dientes, y ella reaparece sólo en casos excepcionales, por viejos recuerdos. Además, el reloj no es lo único que he traído.
¡También hay una cadena de oro con un colgante del signo zodiacal, para ti y para Catalina!añadió, mostrando una brillante sonrisa.
Qué generosidad tan sobrenatural,Zoraida espetó con sarcasmo. ¡Véndelos y paga con dinero! Ni yo ni Catalina jamás los usaríamos.
Los devolveré a la tienda,encogió los hombros Diego, el ticket lo dejó Valentina, la directora.
¡Y el reloj!Zoraida volvió a señalar la muñeca.
¡Ah, claro!se encogió Diego. ¡Pero la caja y el ticket ya no están!
Zoraida colocó los objetos sobre la mesa.
Vale,contestó Diego secamente, los devolveré. ¿Contenta?
¡Y no vuelvas a ir!exigió Zoraida. Haz lo que tengas que hacer, pero que no se repita.
Diego sacó la lengua, giró la cabeza y exhaló:
Zoraida, ella me aseguró que sería la última vez, pero debes comprender que nuestro bienestar depende de ese sueldo. Si ella
¡Tendrás que negarte!replicó Zoraida. Entonces, ¡está bien! Fue una medida forzada. Ahora no lo necesitamos.
***
Nadie sabe hasta dónde llega la desesperación cuando el hambre aprieta. Se dice que se hace cualquier cosa, pero a menudo no es más que bravado. Siempre hay un límite que, aun con necesidad, no se cruza.
Diego y Zoraida llevaban una vida dura. La infancia les fue esquiva; aunque no crecieron en un orfanato, a veces soñaban con él. Venían de familias numerosas.
Tal vez la suerte les favoreció o no, pero se quedaron en la mitad: la carga y la responsabilidad no cayeron totalmente sobre sus pequeños hombros, aunque el trabajo tampoco les faltaba.
La abundancia, en aquel entonces, significaba no pasar hambre, tener ropa y calzado, y dormir bajo techo cubierto. Un desliz y se podía quedar sin cena o dormir en el granero.
Desde niños aprendieron a sobrevivir, a mentir, a agarrar y defenderse. Los traumas psicológicos de entonces ni siquiera se imaginaban.
Los fueron encadenando como perlas en un hilo, y con esos collares, Zoraida y Diego abandonaron la casa de sus padres, jurando no volver jamás.
Cada uno tuvo una elección. Podían ir a la gran ciudad más cercana, pero ambos prefirieron recorrer mil leguas sin asentarse en la metrópolis más grande.
Una idea los guiaba: ser buscados, pero no encontrados. Cortar los lazos familiares para siempre. No quedó nada cálido bajo el techo de la infancia.
Al final del camino, en un punto de encuentro, sus destinos se cruzaron. Podría llamarse azar, o la atracción de lo semejante.
Al compartir sus historias, se sorprendieron de cuán parecidos eran sus destinos.
Tal vez es cosa del ser humano,reflexionó Diego. O tal vez es una costumbre. Nuestros hogares están a dos mil kilómetros, hablamos distinto y nuestras costumbres difieren, pero el dolor nos ha roto igual.
El dolor compartido une más que un objetivo común. Así surgió el matrimonio inevitable.
Al inicio, todo es duro, pero juntos pueden mover montañas. Diego y Zoraida emprendieron su camino hacia la felicidad.
Estudiaron, hicieron trabajos esporádicos y luego empleos estables, no siempre en el mismo sitio. Anhelaban todo lo que les faltó de niños: buena comida, ropa nueva, zapatos cómodos y pequeñas cosas personales, incluso su propia vivienda.
Y la vivienda se volvió un problema inmenso. No lograban ahorrar el pago inicial; siempre surgía algo que parecía indispensable.
Ese comportamiento no era sano, pero se había convertido en una característica de la pareja, y no surgían discusiones porque ambos pensaban igual.
Todo cambió cuando Zoraida quedó embarazada.
Cariño, pronto seremos tres y el alquiler con un bebédijo ella. ¡Vamos a ahorrar para el enganche!
Era una ilusión demasiado ambiciosa. Sin embargo, juntaron algo de dinero y hallaron un piso de segunda mano, aunque en muy mal estado.
Hagamos reformas,dijo Diego encogiéndose de hombros. ¡Madrid no se construyó de la noche a la mañana! Lo importante es que es nuestro.
Sí,repuso Zoraida, cansada, ya en su último trimestre, y lo pagaremos durante veinte años.
¡Lo pagaremos!contestó Diego con una sonrisa forzada.
La matemática es exacta, y el dinero, como se suele decir, le gusta que se le cuente. Tras el nacimiento de Catalina, la pareja calculó.
Si evitaban gastos superfluos y ahorraban un poco, podrían afrontar la hipoteca y vivir bastante bien.
Había muchas incertidumbres y supuestos, incluso la palabra inflación surgió en la conversación. Confiaban en que lo superarían.
Donde hay confianza, el destino escribe otras líneas. La vida parecía querer probarles aún más, pero guardó su golpe para cuando todo parecía perfecto.
Zoraida trabajaba como cajera en un supermercado, y Diego como gerente en una oficina. Ella aspiraba a ser jefa de caja, y él a dirigir un departamento.
Un aumento salarial mejoraría su nivel de vida. Calculaban que podrían liquidar la hipoteca antes, o al menos vivir con más holgura.
Sin embargo, la promoción de Zoraida se vio truncada cuando Catalina enfermó. Los médicos tardaron en identificar la enfermedad exótica que había contraído en el zoo itinerante de la ciudad.
El tratamiento costaba una fortuna y duraría años.
Solicitamos una suspensión de la hipoteca,dijo Diego, nos dieron solo un año. ¡No podemos contar con más!
¿Qué haremos?lloró Zoraida.
No lo sé,contestó Diego, perdido. Nuestro director vendió la empresa y una nueva jefa tomó el mando, congelando todos los ascensos. Voy a suplicarle a ella, arrodillarme, rogarle que me promueva para salvar a Catalina.
Ve tú,animó Zoraida. Ella es mujer, entenderá. Y si hace falta, yo también iré. ¡Lo juro!
Tres días después, Diego volvió a casa a medianoche, envuelto en una niebla de incertidumbre. Por suerte, al día siguiente era sábado.
A la mañana siguiente, Zoraida preguntó de dónde venía esa energía verde.
Zorrita, no sé qué decirte,balbuceó Diego, la nueva directora, Valentina García, resultó ser una mujer soltera que necesita servicios. Prometió no solo promocionarme, sino pagarme extra.
¿Estás loco?exclamó Zoraida. ¡Dijiste que estabas casado!
Lo he dicho decenas de veces,repuso Diego, y ella dice que está mejor así. Que soy un hombre sano, sin problemas, y que sólo quiere un servicio a cambio de dinero. Una conversación de negocios.
Zoraida quedó perpleja. En una balanza estaba la salud de su hija, y en la otra esa conversación de negocios.
¿Qué piensas tú?preguntó Zoraida en voz baja.
Lo que tú decidas, será lo que ocurra,respondió Diego.
Zoraida comprendió que, al dejar la decisión en manos de su marido, él ya estaba preparado, moral y físicamente, para aceptar. Esa cuestión ética la había debatido toda la noche con una botella de vino.
Decidió actuar, pero sólo por Catalina. No lo habría hecho si fuera por él.
No podía entregar a su esposo a los brazos de otra sin saber nada de ella. Diego había abierto el perfil de Valentina en las redes:
Quince años mayor que yo, sin hijos, sin marido. Una típica empresaria, con el corazón en la cartera y los deseos en la compra, leía Diego.
Diego, dileZoraida quedó sin palabras para dar una respuesta definitiva. Dile que es solo por la hija. Cuando se recupere, todo terminará.
Así lo dije,confesó Diego ruborizado, seré un hombre de ese sexo, pero tengo que salvar a Catalina.
Cuatro años fueron necesarios para que Catalina sanara. Zoraida soportó el sufrimiento mientras Diego llamaba, diciendo que Valentina lo había convocado, una o dos veces al mes.
Al final, Diego obtuvo el ascenso: primero jefe de departamento, luego subgerente de sucursal. Su carrera siguió en ascenso, aunque no sin reservas.
Los regalos de Valentina eran abundantes: efectivo, objetos de lujo, incluso billetes con notas de devolución para poder devolverlos. Todo estaba destinado a cubrir el tratamiento y aún sobraba.
Valentina, astuta, siempre adjuntaba la dirección de la tienda y el ticket a cada obsequio, por si necesitaban devolverlo.
Cuando llegaron los últimos análisis de Catalina, Zoraida exhaló aliviada:
Ya no tendremos que lidiar con tu jefa. Podemos trabajar tranquilamente.
¡Gracias a Dios!repuso Diego, aliviado, mañana le diré a Valentina.
Un mes después, Zoraida descubrió una camisa de diseñador en el armario de Diego, un pañuelo con un broche de oro, una billetera de piel y dinero en efectivo que nunca habían visto. Diego alegó que era una bonificación por su excelente desempeño, y que ya era jefe de sucursal y que llevaba ese reloj.
Zoraida encontró una caja y un ticket en la basura.
¡Vaya, qué regalos!
Diego, que seguía atendiendo a su jefa, no hizo caso.
¡Ya basta!exclamó Diego. No tenemos necesidad. ¡Vemos la vida en un rincón oscuro, sólo cazamos ofertas! Yo quiero vivir bien: coche, vacaciones, ropa, zapatos, abrigos y para nuestra hija, un futuro digno, educación, una vida sin andar de alquiler en alquiler.
Ese torrente de palabras y emociones dejó a Zoraida helada. Miró al rostro sonrojado de su marido, comprendiendo que todo era una excusa: todo por la familia.
¡Maldición!exclamó Zoraida, fragmentando la frase. Has justificado todo con frases bonitas. Pero no te hieres a ti mismo. No habrá nada más. Gracias por curar a nuestra hija, pero ya no lo soporto. ¡Vete!
Diego jamás entendió por qué Zoraida lo echó.
¿Importa?replicó él. Cuando es por la hija, todo vale. Cuando no, no. Tengo derecho, como tú, a querer más.
Así terminó el sueño, con la sombra de un reloj marcando la hora imposible en la que el deseo y la moral se cruzan en el velo de la madrugada.







