Mi sobrina quería que le regalaran un carrito de bebé, y al negarse, volvió a la familia en mi contra.

Hace ya muchos años, recuerdo cómo mi sobrina, Enriqueta, había demandado un cochecito para su bebé y, al negarse a aceptar cualquier otra cosa, terminó empeñándose contra mí con el resto de la familia.

Los niños crecen a la velocidad del rayo; yo no me di cuenta de que mi hijo ya gateaba y corría para encontrarse con su padre. Siempre intentamos comprar lo mejor para el primogénito, aunque a veces ello supusiera sacrificar nuestros propios deseos.

Adquirimos un cochecito compacto y caro, que cabía sin problemas en el maletero del coche. Nos sirvió fielmente y lo cuidamos como a un tesoro, pues desde el principio pensábamos en revenderlo.

Cuando mi hijo quedó pequeño para el cochecito, lo pusimos a la venta en uno de los portales más habituales. Mi marido, Antonio, sugería rebajar el precio un 30% respecto al original, pero yo comprendía que los tiempos eran duros y la gente tenía poco dinero; decidí, pues, ponerlo a mitad de precio, pensando que se vendía rápido y haría una buena obra.

Horas después de publicar el anuncio, recibí la llamada de una joven encantadora que quería ver el cochecito en persona. Acepté, y media hora más tarde llamó a la puerta.

Al abrir, quedé petrificada: en el umbral estaba Enriqueta, a quien no habíamos vuelto a ver en dos años desde aquella discusión por los novios. Me alegré enormemente; hacía tiempo buscaba una excusa para restablecer el vínculo.

Con una taza de té, me contó que ella y su pareja, Javier, ya tenían un hijo llamado Pedro y que apenas llegaban a fin de mes. Tras una conversación sincera, miramos el cochecito; a Enriqueta le gustó y le ofrecí dárselo a un precio más bajo que el anunciado.

Al día siguiente preparé con ilusión la llegada de los invitados y cociné una cena abundante. Nos sentamos como familia, rememoramos viejos tiempos y disfrutamos del reencuentro.

Cuando llegó el momento de cerrar el trato, Enriqueta, percibiendo mi disposición, me pidió que le regalara el cochecito por el cumpleaños de su hijo. No estaba dispuesta a hacer un obsequio tan costoso y se lo dije sin rodeos. Se sintió ofendida, me acusó de tacaña y salió gritando del piso. Luego se dirigió a su familia, alegando que necesitaba el cochecito por el bebé; ellos la apoyaron y, como consecuencia, rompimos el contacto con toda su familia.

Aquella experiencia me hizo comprender que no se puede agradar a todo el mundo y que, a partir de entonces, decidí no volver a hacer negocios con parientes. El recuerdo quedó grabado como una lección sobre los límites del altruismo y la prudencia en la familia.

Rate article
MagistrUm
Mi sobrina quería que le regalaran un carrito de bebé, y al negarse, volvió a la familia en mi contra.