Indispensable

María vio por primera vez a Andrés en la oficina. Él había llegado para solicitar un puesto en el departamento de suministro, y ella, justo en ese instante, se había metido al sector de recursos humanos.

Había entrado para firmar una orden, pero al divisar al apuesto visitante se detuvo un momento.

Qué galán, y además con aires de independencia cruzó por su mente se nota enseguida Ya no se hacen así, murmuró mientras escuchaba la conversación. Sí en suministro pronto nos cruzaremos.

Al día siguiente el desconocido pasó por la contabilidad. Saludó con una sonrisa amable y, al mirar a los presentes, su mirada se posó en María

María sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Mira cómo nos mira nunca habíamos visto a alguien así, pensó, sonrojada.

Si la habían visto o no, la historia no lo dice, pero María comprendió con rapidez que Andrés no era como los pretendientes que la precedieron.

Andrés siempre la miraba directamente a los ojos, con ternura, con atención. Nunca se apresuraba, resolvía cualquier contratiempo con facilidad y sin esperar a que le pidieran ayuda, pero sin imponerse. Sabía pasar desapercibido y, de alguna manera, aparecía justo cuando más se le necesitaba.

Todo ello dejó una impresión indeleble en María. Se enamoró completa e irrevocablemente.

¡Y cómo no! Un hombre así solo se sueña.

En cuestión de meses ya compartían techo. Seis meses después se casaron. Cuando nació su hijo, una réplica exacta de Andrés, María entendió al fin lo que era la felicidad.

En la noche se acurrucaba junto a él y susurraba:

No vas a irte a ningún sitio, ¿verdad? Te he atado bien fuerte.

Yo nunca tuve intención de irme respondió él, besándole la sien.

***

María supo desde el principio que Andrés tenía una hija de un primer matrimonio. Preguntó por ella, pero él no se apresuró a contar detalles, hasta que una noche soltó la información:

Hace años que no hablamos. No tengo contactos. Cuando la niña tenía tres años, mi ex, Luz, no quería que nos viésemos. Ahora Diana ya es adolescente Así que mejor no escarbar en el pasado.

María encogió de hombros:

Como quieras. Pero, si algún día la buscas, avísame. Te apoyo.

Él asintió. No volvió a preguntar más. Cada uno tiene su historia, pensó Andrés.

***

Una tarde Andrés llegó a casa distinto, como fuera de sí. Se quitó el abrigo despacio, sin mirarla, y se dirigió a la cocina. Llenó un vaso de agua y se quedó allí, el vaso en la mano, mirando al vacío.

¿Qué ocurre, mi vida? se alarmó María.

Él la miró culpable y, de golpe, confesó como si fuera a decidirse:

Encontré a Luz en las redes. Le mandé un mensaje para saber cómo estaban, cómo estaba Diana. Resulta que Diana quiere hablar conmigo. Hemos hablado un rato por teléfono

María se quedó paralizada. Había recordado a la hija tantas veces, pero al oír la noticia, algo dentro de ella se quebró.

¡Qué bien! exclamó, ocultando la vergüenza estoy muy feliz por vosotros.

Andrés sonrió. Necesitaba oírlo. Y ella sintió, con la piel, cómo una carga se posaba sobre su vida.

***

Al principio fueron llamadas breves. Él se retiraba a otra habitación y cerraba la puerta diciendo: «Diana se sonroja». María se quedaba sola en la cocina, escuchando su voz, suave, cariñosa, ese tono aterciopelado que, hasta hacía poco, solo le pertenecía a ella.

Luego aparecieron los mensajes de Luz. Primero cortos, después más largos. Los dedos de María se extendían instintivamente al móvil de Andrés cuando él lo dejaba sin vigilancia. Leía los mensajes, veía fotos de una niña desconocida

Entre líneas percibía el néctar dulce y venenoso: «Estamos aquí, te esperamos»

Cada vez que Andrés llevaba el teléfono a otra habitación, María se repetía: «Está hablando con su hija, no le estoy imaginando nada».

Pero una noche, al pasar cerca, escuchó un nombre.

Luz

Su exesposa

Desde entonces su infierno tomó forma concreta. María se odiaba por lo que hacía, pero no podía detenerse. Observaba cómo él sonreía al mirar la pantalla, cómo contenía la respiración antes de responder.

Cada gesto suyo le parecía una traición. Sentía que vivía dos vidas paralelas.

El fuego de los celos se avivaba día tras día y todo le irritaba.

¡¿Me menosprecias por completo?! estalló una tarde mientras Andrés hojeaba distraído su móvil.

María, ¿qué pasa? le preguntó con la sincera expresión de quien no entiende.

¡No te hagas el inocente! siseó. ¡Lo veo todo! ¡Sigues hablando con ella!

¿Con quién? pareció él realmente perdido.

Y eso la enfurecía aún más. Cada timbre del móvil se sentía como una descarga eléctrica; cada retraso en el trabajo se convertía en prueba de infidelidad.

Se había convertido en una espía dentro de su propio hogar, porque amaba a Andrés hasta el extremo de la autodestrucción. Él, mudado, no decía nada, como si no percibiera su tormento. No le cabía en la cabeza.

***

Sus discusiones se volvieron frecuentes, a menudo por nimiedades que se transformaban en «grandes problemas». María gritaba que Andrés ya no la escuchaba, que su mirada había cambiado, que su presencia le pesaba.

En su cabeza surgía una idea que la asfixiaba:

«Si decide irse, tiene a dónde ir, lo quieren y lo esperan».

Antes estaba convencida de su matrimonio. Ahora la casa que tanto amaba ya no le parecía segura.

De noche, con los ojos abiertos, se preguntaba:

«¿Y si algún día decide que lo que importa es el pasado?»

Por la mañana reprimía esos pensamientos, se consolaba: «Somos familia, no no es posible».

Cuanto más se convencía, más miedo le producía. Temía su elección.

***

Una mañana Andrés dejó su móvil en la cocina y se fue a bañar al niño. De pronto la pantalla se iluminó con una notificación: Luz

María tembló la mano, el corazón se encogió. No abrió el mensaje; el temor se había convertido en rutina.

¿Qué te pasa? le preguntó Andrés más tarde, después de acostar al niño.

Todo bien respondió rápidamente, sin ganas de conversar.

Él la miró detenidamente, como si hubiera captado algo, pero no dijo nada.

Durante la noche, mientras él dormía, María escuchaba su respiración, constante, cálida, familiar. Entonces pensó que quizá ese aliento pronto escucharía otra.

El pensamiento la quemó tanto que se levantó y se fue a la cocina, se sentó en una taburete y apretó los puños.

Por primera vez sintió que era reemplazable.

Andrés entró de pronto. María alzó la vista, los ojos llenos de lágrimas:

Tengo miedo de que te vayas algún día

Él se arrodilló, tomó sus manos y, tras un largo silencio, preguntó:

¿A dónde iría?

Pues desvió la mirada a ellos.

Él guardó silencio. En ese vacío sonó la pausa más aterradora, más potente que cualquier respuesta.

***

Luego llegó la noche que lo cambió todo. Andrés no volvió a quedarse a dormir. No llamó, no escribió. El móvil quedó fuera de cobertura.

María se quedó en la cocina, sumida en la oscuridad, imaginando sus vidas juntas, repasando mil escenas de una felicidad que ahora le faltaba.

Al alba, su corazón se volvió hielo.

Se sentó frente al portátil. Sus dedos, como poseídos, empezaron a teclear. Escribió a Luz.

Lloraba sin percatarse, mientras la tinta digital corría como una tabla de salvación. Gritaba en la pantalla, pedía la verdad.

Al pulsar «Enviar», sintió una extraña ligereza y, al mismo tiempo, un vacío. Había hecho su movimiento; solo quedaba esperar respuesta.

Todo el día buscó un rincón donde acomodarse. Repetía mentalmente el momento en que enfrentaría a Andrés, la escena una y otra vez, caminaba por la casa, tocaba los objetos, alimentaba al niño mecánicamente, pero dentro solo había espera.

Ansiosa por el veredicto.

***

Él apareció tarde, casi al anochecer, pálido, encogido. Se sentó frente a ella, sin decir nada.

¿Por qué lo hiciste? su voz era tenue, cansada.

María tembló.

¿Qué hice?

Leí tu carta. La interpreté mal.

¡¿De verdad?! espetó, perdiendo la compostura entonces explícamelo, ¡no me mientas! ¿Quieres volver a ellos? ¿El viejo amor no se oxida, dicen? ¡No te escondas con el móvil! ¡¿Cómo pudiste leer mi carta?!

No te responderá, María murmuró Andrés yo te responderé Todo estará bien siempre que no lo arruines tú misma.

Qué conveniente se burló, amarga ya no me interesa. Debería haber guardado la carta

Luz murió exhaló Andrés, esta madrugada. Estuve con ella hasta el final.

María sintió que el mundo se congelaba. El aire helado le cortó la respiración.

Todo su sufrimiento, sus celos, su veneno interno se desvanecieron en polvo.

¿Murió? susurró, temiendo la respuesta.

Andrés asintió.

Llevaba tiempo enferma explicó se alegró cuando aparecí. No confesó al principio. Quería observar cómo nos comunicábamos, a ella y a Diana. No intentó recuperarme, María. Solo quería que Diana no quedara sola.

Suspiró profundamente.

¿Ahora depende todo de mí? preguntó, mirándola fijamente Si dices que no, buscaré otro sitio para Diana.

¿Un orfanato? tembló la voz de María.

No, tengo familiares, tanto de Luz como míos. Espero que alguno acepte adoptarla. Pero no tomaré la decisión sin ti

María se lanzó:

¡Ni lo pienses! gritó con una fuerza que la sorprendió ¡Diana vivirá con nosotros! ¡Entendido!

Andrés se quedó inmóvil, cerró los ojos por un instante. Al abrirlos, las lágrimas brotaron.

Lo sabía murmuró confiaba en que dirías eso.

María se acercó, ocultó su rostro contra su pecho. Todos sus temores y sospechas quedaron atrás.

El futuro se presentaba como una vida nueva, dura pero digna. María ya no tenía miedo. Había tomado su decisión.

Rate article
MagistrUm
Indispensable