DESTELLO EN LA NOCHE

BESO

Al salir de su coche, Alba vio al perro sucio que se había instalado junto a la verja de su casa en Alcobendas. Era enorme, de pelaje enmarañado, tan mugriento que era imposible distinguir la raza. Sus ojos la miraban con una mezcla de dolor, esperanza y un secreto que no lograba articular.

¡Mira, Sombra! exclamó Alba, despistándose mientras se dirigía al trabajo. ¡Fuera de aquí!

El animal no se movió, solo inclinó levemente la cabeza como pidiendo perdón por existir.

Esa noche, el perro seguía allí.

Sergio le dijo a su marido mientras cenaban, se ha quedado un perro en la puerta.

¿Y qué? contestó él sin apartar la vista del móvil. No teníamos nada que ver con animales. Tengo mucho que hacer y no hay tiempo para problemas.

Alba se quedó callada, pero aquella mirada le rondaba la cabeza.

A la mañana siguiente, el perro estaba recostado, tembloroso bajo la lluvia otoñal. Su pelaje estaba empapado. Alba le dejó un cuenco con agua y los restos del guiso de la noche anterior.

Qué tonto eres suspiró. Ve a casa, seguro que tienes un techo donde dormir.

El perro levantó la cabeza, miró agradecido pero no se acercó a la comida. Esperó a que ella se marchara.

Así pasó una semana. Cada amanecer, la misma escena: el perro en la verja, Alba con un plato. Sergio se quejaba de que atraía a los callejeros, pero no hacía nada. Creía que el animal se marcharía por su cuenta.

No lo hizo. Empezó a levantarse cuando Alba salía, sin correr, solo mirándola como un guardián silencioso.

Mamá, ¿puedo acariciarlo? preguntó la pequeña Marisol, de ocho años, al ver al perro.

¡No! replicó Alba. Está sucio, podría estar enfermo.

Sin embargo, una idea se coló en su mente: ¿y si…

Dos semanas más y el perro seguía allí. Alba ya no podía pasar de largo sin ofrecerle comida: ¿cómo dejar pasar a una criatura hambrienta?

¿Y si dejamos de darle de comer? sugirió Sergio, mirando por la ventana. Ya se ha acostumbrado. Pronto pedirá entrar.

No pide, solo estárepuso Alba. Además, los vecinos ya preguntan si es nuestro. Doña Pilar comentó ayer que tal vez esté vacunado.

Alba se encogió de hombros. Pilar, la cotilla del barrio, siempre con sus críticas y su gato que merodea en los tejados ajenos.

Que se ocupe de su propio Muri le contestó Alba.

En serio, Sergio, deshacemosnos de él o lo llevamos al refugio insistió él.

¿A qué refugio? replicó Alba, sin saber qué decir.

El viernes, el trabajo la retuvo hasta altas horas. El informe mensual, la fecha límite, el jefe de mal humor Finalmente, volvió a casa, cansada hasta los huesos, con la única meta de llegar a su cama.

Dejó el coche al lado de la verja, tomó las llaves y, con la mano temblorosa, intentó abrir el portón en la oscuridad.

Llaves, cartera, móvil susurró una voz que parecía venir de atrás.

Al girar, vio a un hombre de gabardina negra, el rostro oculto bajo la capucha. En su mano relucía algo metálico.

¡Rápido! silbó. ¡El monedero!

Las manos de Alba temblaron. La bolsa se le cayó al suelo, esparciendo su contenido sobre el pavimento.

Yo balbuceó.

¿Qué te pasa? exigió el asaltante, acercándose. ¡Dámelo todo!

De la penumbra, el perro salió sin ladrar, sólo con un salto silencioso. Embistió al atacante, que cayó de bruces; una cadena de metal se deslizó, dejando al ladrón sin su navaja. El animal se plantó sobre él, comprimiéndolo contra el suelo, y emitió un gruñido bajo, casi gutural.

¡A la madre que te parió! gritó el asaltante, intentando liberarse. ¡Sácame de aquí!

Alba quedó paralizada, los oídos perforados por el ruido del caos.

¡Ayuda! vociferó a todo pulmón. ¡Alguien nos está robando!

Las luces de las casas cercanas se encendieron una a una. El perro mantenía el agarre, sin soltar.

¿Qué está pasando? surgió Sergio, apareciendo en ropa interior y pantuflas, seguido de Marisol en pijama.

¡Llama a la policía! exclamó Alba.

En diez minutos, la patrulla llegó. Arrestaron al ladrón, cuyo nombre resultó ser buscado por varios robos en el distrito. Un agente, mientras acariciaba al perro, comentó:

Menudo héroe parece una mezcla de pastor alemán y algo más. Está bien entrenado.

¿Entonces no es callejero? preguntó Alba.

Difícil de decir. Puede que se haya perdido o haya sido abandonado. Hoy en día, muchos perros terminan así: se adquieren como cachorros y, cuando crecen, los tiran.

Los oficiales se fueron, dejando a la familia en el patio, con el perro vigilándolos.

Mamá, ¿puedo tocarlo? susurró Marisol, mirando al animal que los había salvado.

Alba la miró, luego a Sergio, y asintió.

Marisol extendió la mano. El perro olfateó sus dedos y la lamió suavemente. La niña soltó una risa.

¡Es bueno, cálido! exclamó. ¿Podemos quedárnoslo? ¡Por favor!

Sergio se quedó pensativo, sin decir nada.

¿Sabes? dijo. Tal vez sea lo mejor. Un guardián nunca está de más. Y es bastante listo.

Exacto asintió Alba. Lo has visto: sin ladridos, sin alboroto, solo firme como un verdadero perro de guardia.

¿Lo dejamos, entonces? preguntó Sergio.

Alba se sentó en cuclillas frente al animal, que la miraba con paciencia y una chispa de curiosidad.

¿Quieres quedarte? le susurró.

El perro apoyó su cabeza en su regazo, pesado y tibio. Por primera vez en tres semanas, emitió un ligero gemido.

Te quedas decidió Alba. Mañana le pondremos un nombre de verdad.

El perro suspiró, aliviado, como si hubiera comprendido cada palabra.

Al día siguiente, Alba despertó con la sensación de que el mundo había cambiado ligeramente. En el patio resonó el tintineo de un cuenco: el nuevo inquilino desayunaba.

Trueno anunció Marisol, mirando por la ventana. Lo llamaremos Truco.

¿Truco? preguntó Sergio, ajustándose la camisa.

Porque apareció como un trueno en un cielo claro y fulminó al ladrón como si fuera relámpago explicó la niña.

Alba sonrió; la lógica infantil tenía su encanto.

Trueno será Trueno acordó.

En casa, Trueno se comportaba con una delicadeza inesperada: no se metía en las habitaciones sin permiso, no robaba la comida, se acomodaba en la alfombra del recibidor y, con un ojo abierto, vigilaba todo.

Mamá, está triste comentó Marisol, sentándose junto al perro. Mira esos ojos tan melancólicos.

En efecto, en sus ojos había una nostalgia profunda, como si recordara una vida anterior que ya no podía recuperar.

Necesitará tiempo para habituarse a nosotros, a su nuevo hogar dijo Alba. Pero me preocupa que algún día se escape, que busque a sus dueños anteriores.

La primera noche, Trueno permaneció inmóvil en el recibidor. Alba se levantó varias veces para comprobar que estaba allí; siempre lo encontró en la misma posición, como esperando.

La segunda noche, lo mismo.

La tercera, Alba no aguantó más.

Trueno lo llamó suavemente. Ven aquí.

El perro alzó la cabeza y la miró con curiosidad.

Vamos, vamos repitió, dando una palmada sobre la alfombra junto a la cama.

Trueno se acercó vacilante, olfateó el suelo y, tras un breve momento, se dejó caer.

¿Entiendes que ahora eres de nosotros? susurró Alba en la penumbra. No te abandonaremos.

Trueno soltó un leve suspiro.

Una mañana, Marisol entró corriendo a la cocina, gritando:

¡Mamá, Trueno ha desaparecido!

El corazón de Alba se hundió. ¿Se había escapado?

¿Dónde está? preguntó, mirando alrededor del patio y la casa, sin ver al perro.

¡Trueno! vociferó. ¿Dónde estás?

Nadie respondió. Sergio sugirió que podría estar bajo el porche o en el cobertizo.

Buscaron por toda la finca, pero Trueno no aparecía.

Al borde de la desesperación, Alba escuchó un leve gemido bajo tierra.

¡Ah! exclamó. ¿Qué es eso?

En el sótano, donde guardaban provisiones para el invierno, encontraron una puerta de hierro ligeramente entreabierta. Bajaron los escalones y, al llegar al fondo, se detuvieron asombrados.

Allí, sobre una vieja manta, yacían cinco cachorros ciegos, temblorosos, y al lado, Trueno, acurrucado protectivamente.

¡Madre! exclamó Marisol. ¡Es una perra! ¡Y tiene crías!

Alba se quedó sin palabras. No era Trueno, sino la perra que habían llamado Trueno, ahora revelada como una madre dedicada.

¿Cómo? se quedó sin habla Sergio. No la habíamos visto.

Su pelaje era tan denso que no notábamos su vientre reflexionó Alba. Siempre estaba sentada, nunca se levantaba del suelo, y su barriga pasaba desapercibida.

¿Por eso no se alejaba del patio? adivinó Marisol.

Exacto asintió Alba. Necesitaba un lugar seguro para sus crías. Sentía que era el momento y buscó el refugio.

Nos buscaba a nosotros concluyó Sergio. Nos encontró y nos dio su familia.

La perra, ahora visible, levantó la cabeza, observando a la familia con ojos cansados pero llenos de gratitud. En ese instante, la tristeza desapareció, dejando solo confianza y agradecimiento.

Eres una auténtica heroína susurró Alba, acariciando su cabeza. Qué inteligente eres.

La perra lamió la mano de Alba y, con sus crías acurrucadas contra su pecho, buscó calor.

Mamá dijo suavemente Marisol, ¿ahora tendremos una familia completa?

Alba miró a Sergio, que se encogió de hombros como diciendo ¿qué hacemos?.

Una familia respondió ella. Grande, unida.

Tres años después, Alba estaba en la ventana de la cocina observando el patio. La escena era inolvidable.

Marisol, ya con once años, corría entre dos perros que habían crecido, mientras la madre perra reposaba bajo la sombra de un manzano, vigilando a sus hijos con dignidad. Los demás cachorros habían encontrado hogares buenos; Rexo y Dina se quedaron con ellos.

¿Crees que no tendremos ya demasiados perros? preguntó Sergio, abrazando a Alba por los hombros.

¿Y lo lamentas? respondió ella.

Ni una gota sonrió él.

Hace tres años estaba dispuesta a matarme si alguien me decía que acabaríamos con una jauría, recordó Alba. Pero el destino nos mostró otra cosa.

Se recostó contra Sergio, recordando aquella noche de otoño cuando todo empezó. Pensó en lo que habría sucedido si no hubiera aquel perro.

Nos salvó murmuró. No solo del ladrón, sino de la familia entera.

¿Cómo? preguntó Sergio.

Mira, Marisol se volvió más responsable, cuida a los perros, sale a pasearlos. Yo dejé de quedarme hasta tarde en la oficina porque sé que en casa me esperan. Y yo descubrí lo que es el amor incondicional.

La perra levantó la cabeza, mirando por la ventana. Sus ojos castaños, antes llenos de pena, ahora mostraban serenidad y la seguridad de un mañana sin sobresaltos.

¿Sabes qué es lo más sorprendente? continuó Alba. Aún cada atardecer está esperándonos en la puerta, como aquella primera vez.

¿Crees que realmente fue enviada? inquirió Sergio.

Alba se volvió hacia él.

¿Tú qué piensas? Una perra callejera que se quedó tres semanas, luego salvó a su dueña de un asaltante y, al mes, trajo a sus cachorros al sótano

Suena a fantasía dijo él.

Y precisamente eso es la fantasía repuso Alba. Un pequeño milagro que ocurre solo a quienes están listos para aceptarlo.

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MagistrUm
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