Olvídate de mí para siempre me dice, cortante, mi hija Lucía.
Todo avanza a paso rápido. Siento compasión tanto por mi hija como por mi exmarido. Nos consideraban una familia ejemplar, llena de amor, comprensión y apoyo. De repente, todo se derrumba.
Lucía acaba de cumplir quince años, una edad difícil. Y su padre se va con otra mujer. ¿Cómo puedo entenderlo, aceptarlo? Lucía se deja llevar por malas compañías, chicos sospechosos, alcohol Yo también estoy perdida. ¿Qué hago con el marido que vuelve? ¿Echarlo o perdonarlo? Si lo perdono, ¿cómo seguir viviendo con sospechas? No tengo respuestas.
Mi Santiago siempre supo amar. Nos conocemos desde la escuela; él me corteja con elegancia, me sorprende y me fascina. Me enamoro perdidamente. No pienso en otra opción para el esposo: solo él. Mis padres lo aprueban, diciendo que no hallarían mejor yerno.
Organizamos una boda espléndida, una de esas que se recuerdan toda la vida.
Comienzan los días corrientes. Santiago siempre quiere alegrarlos. Un día llego del trabajo y encuentro la cama cubierta de pétalos de rosa.
¿De qué va esta sorpresa? le beso en la mejilla.
Recuérdame, Marta. Ese día nos sentamos juntos en el aula y empezamos a conocernos mejor se ríe.
¡Dios mío! No inventes respondo, aunque mi corazón late feliz. Un marido que guarda los pequeños momentos es oro puro.
Santiago vuelve de un viaje y trae mil frascos de crema facial.
Marta, me han explicado cada crema y cada tubo de exfoliante. Ahora te cuento todo. Deja las sartenes, las ollas. Necesito una esposa cuidadosa, no una cocinera me invita a sentarme a su lado en el sofá.
El tiempo pasa y Santiago sigue siendo tierno, atento, previsor. Me llena de orgullo. Lucía lo adora.
Tenemos un negocio familiar que prospera. No nos falta nada, vivimos tranquilamente.
Decidimos mudarnos a Madrid, la capital, para buscar nuevas oportunidades. Dejamos todo lo acumulado y partimos en busca de nuevos horizontes. El negocio sigue creciendo y ampliándose. Conocemos a una joven empresaria, Inés, dueña de su propia firma, y establecemos una asociación. Si hubiera sabido cómo acabaría, jamás le habría dado la espalda.
Todo parece perfecto. Con Santiago planeamos ampliar la familia, esperamos un segundo hijo.
Un día, Lucía llega de la escuela y me pregunta con cautela:
Mamá, ¿seguro que papá está de viaje?
Claro, ¿qué alternativas hay? le respondo sin sospechar nada.
Vika la vio en el supermercado. Seguro se equivocó dice Lucía y se retira a su habitación.
Me quedo pensando. Vika, amiga de Lucía, no podría confundir a Santiago con nadie. Vika siempre está en casa.
Llamo a Vika.
¿Qué tal, Vika? ¿Hoy has visto al tío Santiago en el supermercado? No consigo comunicarme con él le pregunto con una sonrisa traviesa.
Sí, tía Marta, lo vi. El tío Sergio estaba con una chica; se abrazaban y reían a carcajadas me relata Vika con detalle.
Mientras tanto, Santiago lleva cinco días fuera. Decido esperar a que se aclare la historia.
Tres días después, Santiago llega cansado pero alegre.
¿Cómo fue el viaje? le pregunto, intentando calmarme.
Bien, responde escuetamente.
¡Sé todo, Santiago! No hubo viaje, ¡mientes! exclamo.
¿De dónde sacas eso, Marta? se defiende.
Tengo testigos de tu mentira descarada le contesto.
Marta, aliméntame cuando vuelvas de la carretera y después enfádate sin razón bromea él.
Quisiera que fuera una broma, un malentendido, una tontería, pero la verdad me golpea. No he vigilado a mi amado, no lo he protegido. Entre nosotros queda una incomodidad, tensión y falta de entendimiento. Lucía percibe que algo anda mal en la familia; los hijos siempre notan los cambios entre sus padres.
No quiero interrogar a Santiago, hurgar en su ropa sucia. Sea como sea, no se irá, sabiendo que estoy embarazada.
Sin embargo, ocurre lo irreversible. Me lleva la ambulancia al hospital. Salgo sin el bebé. Un aborto. El médico atribuye la pérdida al estrés. Me siento como un cable eléctrico expuesto.
Santiago se libera de sus ataduras y pronto se marcha con Inés, la empresaria, y también con otra chica.
Quedamos Lucía y yo solas, llorando sin cesar, con el suelo desvaneciéndose bajo nuestros pies, el mundo temblando. No quería vivir. Si no fuera por Lucía, consideraría terminar con mi vida. Pero imagino a mi hija sufriendo sola, y eso me impide dar ese paso. Gracias a ella, no cometo el error. Lucía, al ver mi estado desolado, se queda a mi lado. Nos acercamos mucho en esos momentos difíciles.
Los paseos nocturnos de Lucía cesan; se vuelve silenciosa, necesita cuidar de su madre. Aprendo a vivir de nuevo, a respirar, a relacionarme con la gente.
Dos años después, aparece mi exmarido. No puedo mirarlo; me repugna. Santiago le ha causado demasiado dolor a Lucía y a mí; no se perdona. Lo admito, lo dejo entrar en casa, pero solo con Lucía. Todo lo demás se desvanece como agua en la arena.
Nos quedamos en silencio, como extraños mudos.
¿Cómo va la vida, Marta? pregunta Santiago, como tonto.
¿Y a ti qué te importa? ¿Qué te acordaste de nosotros? ¿Te has puesto nostálgico? le respondo burlona.
¿Está Lucía en casa? parece que busca apoyo en ella.
Lucía, a regañadientes, sale de su habitación, cruza los brazos y mira al padre con desprecio.
Lucía, hija, perdóname, por favor implora él, abatido.
Olvida que tenías una hija responde Lucía, volviendo a su cuarto.
¿Repetir? me burlo del exmarido.
Santiago se marcha.
Nuestros conocidos me cuentan que la amante de mi ex le arrebató todo el negocio y quedó en la ruina, por eso volvía a nuestra casa, esperando ser perdonado.
Han pasado tres años. Lucía estudia en la universidad, yo trabajo en una gran empresa. Vivimos tranquilas, sin pasiones ni tormentas, en completa calma.
Vuelvo a soñar con planes imposibles: casar a Lucía con un buen chico, esperar la jubilación, comprar un gatito o un perrito y cuidarlo con ternura. ¿Qué más necesito para ser feliz? Tengo treinta y siete años.
El destino me favorece. En la empresa llegan delegaciones turcas. Un turco, Fatih, me dedica miradas y atenciones que no dejan lugar a la duda. Me halaga, me consiente, me brinda flores. Me enamoro de ese turco, elegante, inteligente, increíblemente guapo y cortés. Nos casamos pronto.
Fatih conquista a mis padres; al principio estaban sorprendidos por el yerno extranjero, pero él les ofrece delicias turcas, cuenta chistes y los invita a Ankara. Finalmente, aceptan nuestro matrimonio.
Lo importante para mí es el “bendición” de mi hija. Cuando le cuento que me mudaré a Turquía con Fatih, Lucía, radiante y enamorada, da su consentimiento.
¡Mamá y Fatih, que sean felices siempre!
Con el tiempo, Lucía perdona a su padre y, incluso, lo invita a su boda.






