EL INCENDIO EN NUESTROS CORAZONES

Que te quedes en la casa de campo, hija, al menos por ahora escuché la voz autoritaria de mi suegra desde la cocina. Mi amiga Carmen y su hija vienen. Van a quedarse una semana, quizá más.

Yo miré a mi marido, también con la boca abierta.
¿Mamá, qué amiga? le grité.
La única e inigualable contestó mi suegra, y se fue a su habitación.

¿Y ahora a dónde se supone que voy? pregunté, intentando no perder la calma.
Loli, has escuchado todo lo que dije, ¿no? espetó Doña Carmen con un tono áspero.

Mi suegra rebuscó en el armario y sacó unos copas de cristal, esas que solo saca para visitas especiales.
Entonces, ¿cuándo la mandas a casa? le preguntó a mi marido.
¿Qué? él se quedó perplejo.
Álvaro, deja de hacerse el tonto rodó los ojos la suegra. Tu esposa, que no sirve de mucho.

Mamá, ¿por qué no reservan un hotel para tu amiga?
¿Estás loco? ¡Mira los precios! Lola se quedará en la casa de campo, no sea que me haga sombra.

Entonces yo también me mudaré a la casita. Ya es verano, nos tomaremos vacaciones y nos relajaremos.
Suena bien, asentí con mi marido.
¡Ni de coña! replicó la suegra. Tú, hijo, me necesitas aquí.

Mamá, vivimos en un piso de tres habitaciones. Tú tienes la tuya, nosotros la nuestra, y el salón está vacío; tu amiga puede quedarse allí.

***

Desde el primer encuentro con Carmen supe que el asunto iba a ser un lío. Doña Carmen se oponía a nuestro matrimonio; ni siquiera quería ir a la boda, y tuvo que arrastrarla a fuerza su hermana.

Han pasado dos meses desde la boda y la suegra aún no nos ha aceptado como familia. Ahora vivimos en el piso de los padres de Álvaro. Su padre falleció hace casi un año y Doña Carmen tiene mucho miedo a quedarse sola.

Vale, aceptó la suegra, entonces tu esposa no debe salir de su habitación.

¿Cómo te lo imaginas, Carmen? me indigné.
Ya veré algo.

Mamá, ¿cuándo llega tu misteriosa amiga?
Debería estar aquí ya miró su reloj.

En ese momento sonó el timbre.
Qué puntualidad, dije sorprendida.

Doña Carmen corrió a abrir la puerta, y Álvaro y yo la seguimos.

Buenas, ¡Sofía! saludó la mujer grande que entró, seguida de su hija.

¡Encantada, soy Begoña! se presentó la niña, una gigantesca chiquilla de unos ciento veinte kilos.

¿Y esa princesa tiene nombre? bromeó Álvaro.

Begoña, sí confirmó la madre.

Pues ahora preséntanos a los tuyos dijo Sofía mirando a mi esposo y a mí.

Este es mi hijo, Álvaro, del que ya os he hablado. respondió la suegra.

Sí, sí, buen chico, comentó Sofía con una sonrisa.

Y ella señaló la suegra a la niña es su prima, ¡de segunda!

Mi mandíbula se cayó y Álvaro se echó a reír a carcajadas.

Carmen, ¿qué pasa? empezó a decir, pero mi marido me tiró del brazo hacia la sala.

Lola, no vamos a decir ahora quién eres.
¿Por qué no? me quedé perpleja.
¿No te das cuenta de lo que está pasando?
Explícame.
Parece que tu madre no ha invitado a su amiga por accidente.
Empiezo a entender. Tu madre te ha puesto otra esposa.

Vamos a ver qué hacen después, pero la verdad siempre la diremos a su debido tiempo.

Regresamos al pasillo mientras los invitados se cambiaban de ropa.

Álvaro, ayuda a Begoña a quitarle la mochila ordenó la suegra.
Carmen, ¿dónde están nuestros cuartos?
Por aquí, Sofía indicó Doña Carmen mientras conducía a las chicas al salón.

Al atardecer nos sentamos a cenar. La suegra había dispuesto una mesa digna de Nochevieja. En el centro estaba Begoña, rodeada por su madre y la suegra. Yo me quedé separada de mi marido, como había decidido Doña Carmen. La princesa se zampó pollo con patatas, y las dos señoras mayores la miraban con una mezcla de ternura y decepción.

Begoña, no te cortes, come gritó la suegra.
Últimamente no come bien se lamentó Sofía. Ha perdido peso, está demacrada.

¿Qué habrá pasado? preguntó la suegra.
Amor no correspondido respondió Sofía. Se enamoró de un muchacho que siempre huía de ella.

¡Quizá quería devorarlo! soltó Álvaro entre risas.

Yo casi me caigo de la risa.

Álvaro, ¿dónde están tus modales? reprendió Doña Carmen.
Perdón, no quería ofender a nadie.

La conversación seguía mientras las madres tomaban unos copitos de vino.

Quiero decir algo importante tomó la palabra Sofía.
Ya están empezando los emparejamientos me susurró Álvaro, que se había desplazado a mi lado.

Querida Carmen, querido Álvaro, ¡quiero que nuestras familias se unan! Mi princesa Begoña debe casarse con Álvaro.
¡Aceptamos! exclamó la suegra, aplaudiendo.

Álvaro se echó a reír otra vez y yo salí corriendo de la cocina.

Yo también tengo algo que decir volví un momento después.
¿Qué pasa ahora? rugió la suegra.
¡Estoy embarazada! anuncié a viva voz.

Ya te lo guardas, respondió la suegra, furiosa.
Aquí tienes la prueba saqué el test de embarazo, con dos líneas bien claras.

Begoña se lanzó sobre el pollo, y Sofía se bebió la botella de aguardiente de un tirón.

¿Del primo? la mujer abrió los ojos como platos.
No, es que dormimos juntos y no lo ocultamos. ¡Incluso organizamos la boda! replicó Álvaro.

Begoña, levántate ya y vete ordenó Sofía.
Mamá, todavía no he terminado el pollo protestó la niña.

¡No vamos a quedarnos más en esta casa pecadora! gritó la suegra, mientras la madre y su princesa corrían hacia la puerta.

Sofi, no les hagas caso, sólo están bromeando.
¡Qué bromas más tontas! respondió la suegra. Creo que debemos cortar el trato.

Con esas palabras las dos señoras gorditas se fueron.

Álvaro y yo nos quedamos riendo en la mesa. La suegra siguió molesta durante una semana, pero ya no le prestamos demasiada atención.

Rate article
MagistrUm
EL INCENDIO EN NUESTROS CORAZONES