ÁNGEL DE FELPA

Querida exesposa,

Seguro que nunca leerás estas líneas, y tal vez no importa. Con los años todo se vuelve más claro y se mira lo vivido en la juventud con otros ojos.

Han pasado veinte años desde que, ante el juzgado de Madrid, se oficializó nuestro divorcio. Recuerdo con nitidez aquel día: el magistrado nos instó a reflexionar antes de decidir, sobre todo porque teníamos a nuestra hija de catorce años, Crisanta. Yo, firme como una roca, dije: «¡Deshacednos el uno del otro cuanto antes!». Tú te quedaste callado, como si aceptaras o mantuvieras tu postura sin pronunciarla.

Desde entonces la familia dejó de existir. Nuestras vidas siguieron paralelas, convertidos en extraños que ni siquiera se saludan. ¿Para qué? No había nada que nos uniera. Y, sin embargo, la niña se preguntaba: «¿Por qué papá y mamá ya no están juntos?». Nunca hubo discusiones ni desencuentros, siempre habíamos disfrutado y reído como si fuéramos una sola pieza.

Nunca me confesaste tu amor, pero no era necesario. Lo veía en tu mirada y en tus actos. Siempre me regalabas objetos singulares, cada recuerdo cargado de significado.

Recuerdo que, en la víspera de Año Nuevo, colgaste en el árbol de la sala un chistoso ángel de peluche que habías comprado en el mercado de la Gran Vía. Al sonar las campanadas, dijiste: «Que este angelito sea el símbolo de nuestro amor». Ese ángel quedó colgado sobre la puerta principal durante todos esos años y, cada Nochevieja, lo trasladábamos de nuevo al árbol como guardián de nuestra felicidad. Claro, la suerte no lo protegió del todo

Yo, sin pensarlo, me enamoré con la fuerza de un huracán, una pasión negra que arrasaba y quemaba a su paso. Fue una visión diabólica, una obsesión que me llevó a cometer locuras. Mi amante estaba casado y tenía dos hijas. Nosotros cruzamos límites, pisamos a todos a nuestro paso. A sus hijos, a su esposa y a mi propio hermano nos causó un sufrimiento insoportable, pero nosotros, cegados por el pecado, no veíamos más que el fuego de nuestra pasión.

Mi lucidez volvió medio año después de aquel desenfreno. ¡Dios mío! ¡Cómo éramos tan diferentes! Como el agua y el aceite, sí y no que nunca se encontraron. No podía entender qué había hecho.

Esa noche recurrente me perseguía: intentaba entrar a casa, pero un lodazal espeso me rodeaba, me engullía y la vivienda se alejaba cada vez más. Cuando lograba salir de ese atolladero, tú ya habías construido otra vida con otra familia. Lo comprendo, no juzgo. Todos anhelamos amor, estabilidad y tranquilidad. Desde entonces ha corrido mucha agua.

Juventud, Crisanta, y ahora su hijita eso es lo único que nos une, Álvaro. ¿Es poco? Sólo nuestras historias tomaron rumbos distintos.

Se acerca nuevamente la Nochevieja. Colgaré el ángel de peluche en el árbol; aún está en buen estado, aunque las alas se han desprendido.

Un saludo,
ÁlvaroY cada Nochevieja, al colgar de nuevo aquel ángel de peluche, recordamos que, aunque el amor se haya desvanecido, su recuerdo sigue flotando entre las sombras de nuestra historia.

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ÁNGEL DE FELPA