Regalo del Corazón: Un homenaje sincero.

Cata López siempre destaca en el pueblo de Villalobón como una mujer muy visible. A pesar de que trabaja sin descanso toda su vida bajo el sol, cargando pesadas bolsas, con poco sueño por su numerosa familia, el ganado y el huerto su aspecto no se marchita con los años. Después de tantos años en la vida rural, no ha perdido su porte.

Desde joven, Cata goza de una belleza que llama la atención de varios pueblos vecinos: rostro redondo y armonioso, larga trenza de cabello oscuro, ojos verdes ligeramente oblicuos y labios naturalmente gruesos. Muchos jóvenes la cortejan, incluso forasteros de aldeas cercanas intentan ganarse su simpatía. Sus padres, acomodados campesinos, no apuran a su única hija al matrimonio; la envían a estudiar a Salamanca para formarse como maestra, y cada verano, al volver a la casa del padre, finge buscar un pretendiente del pueblo.

Cuando Cata pasea por la calle, un chico aparece como si fuera casualmente por la misma ruta, intentando llamar su atención (acaba de ponerse los pantalones sin roturas y se limpia la nariz con un pañuelo). Le muestra una sonrisa descarada, guiña un ojo y finge bloquearle el paso.

Cata, ven hoy al club, habrá baile y yo te llevo a casa. ¡Te vas a divertir!

Cata sacude la cabeza en silencio, esquiva al pretendiente y, al llegar a casa, comenta con su madre el último galán.

Hoy el hijo mayor de los del Río se ha pegado a mí otra vez, ¡qué tonto! Ayer vino otro chico del barrio en su Seat León, del mercado hasta la casa me persigue, se jacta de ser amigo del alcalde y dice que pronto trabajará bajo su mando

Hija, ¿no habrá ninguno que te agrade? Cuando termines los estudios tendrás que elegir

Todos son arrogantes, siempre con una sonrisa falsa, se creen héroes y piensan que debo caer rendida ante su valentía

Sergio, un joven del pueblo un poco mayor que Cata, la observa desde la puerta sin atreverse a mirarla directamente, sólo la sigue en silencio mientras pasa por la verja. Al principio ni siquiera se atreve a pensar en el amor, pero un día, al llegar la primavera, los pájaros cantan y Cata camina radiante como si brillara.

Sergio, desconcertado, decide conseguir el favor de Cata a cualquier precio, y acude a su madre para pedir consejo y no ser rechazado ni expulsado. La madre, mirando a su hijo, reflexiona unos segundos y sacude la cabeza.

Hijo, mírate en el espejo y revisa tus bolsillos: eres un buen muchacho, amable, pero no pareces un príncipe de cuento. Y aunque fueras guapísimo, ella no se fijaría en un pobre. Ya ves los pretendientes que la rodean

Yo sé mis cualidades. Pero dime, si tú fueras una chica joven y bella, ¿qué tipo de hombre escogerías?

No me lo preguntaron mucho, me casaron con el hijo del alcalde y todo fue bien Si me preguntaran, diría que elegiría al que me diera un regalo sincero, no algo que cueste como tres vacas en el mercado, sino algo que llegue al corazón, que no se pueda comprar.

¿Cuál es ese regalo, madre? pregunta Sergio, intrigado.

¡Ay, hijo! Ya me he entretenido demasiado ¡Mira, la vaca está mugiendo en el corral!

Sergio recuerda una conversación secreta que su madre tuvo con su abuela sobre un misterioso objeto. La madre saca un trozo de jabón artesanal que una vecina le trajo de la ciudad, envuelto en papel de periódico viejo, y lo muestra con orgullo.

Mira, hija, esto es una belleza. Huele como los campos después de la lluvia. Es un jabón que la gente del pueblo llama de la casa. Se escribe en él, ¿ves? dice la madre. Sirve para la ropa, los platos y hasta para los pisos cuando hay fiesta. Es tan blanco como la nieve recién caída, y quien lo usa queda como nuevo.

La madre huele el jabón, lo envuelve con delicadeza y lo coloca en la repisa como si fuera un tesoro. Piensa en probarlo en el próximo día de baño para ahorrar y no dejar restos que atraigan a los ratones.

Ojalá en las tiendas se vendiera algo igual

Sergio comprende que ese jabón es la pieza perfecta para sorprender a Cata, algo que no se encuentra ni en la gran superficie del centro comercial de Madrid, y que, según dice su madre, rejuvenecerá a quien lo use. Así decide conseguirle ese regalo al corazón de Cata.

Muchos aldeanos se sorprenden y se indignan: ¿por qué una mujer tan guapa elige a Sergio, un muchacho tan sencillo? Es bajo de estatura, delgado, de rostro pálido salpicado de pecas, casi como una vaca que ha estornudado, y además es pobre, con un padre fallecido y una madre que cría a tres hijos sola.

Con el tiempo, la gente comenta y envidia la familia alegre que forman. La historia se cuenta de generación en generación hasta la vejez.

Veo a Sergio acercarse a mí con tanto orgullo, como si llevara una bandera en la Plaza Mayor y sonriera tan fuerte que parece que la cara se partiría reflexiona Cata. Nunca antes había visto a alguien tan seguro, sin la típica arrogancia de los pretendientes.

Cata se siente desconcertada; normalmente los chicos la halagan con palabras floridas, pero él le entrega un trozo de jabón con la delicadeza de una corona de esmeraldas.

¡Qué gracia! Tenía un jabón de casa, pero en los ojos de Sergio brilla una felicidad que me dice que no bromea; me ha traído lo más valioso de su casa dice él. ¡Tómalo, Cata, es un regalo del corazón! Si lo deseas, puedo buscarte una caja entera.

Cata sostiene el jabón con la inscripción De la casa y, sin saber qué decir, se ríe por lo inesperado, pero al mismo tiempo piensa: tantos pretendientes han dado regalos vacíos, ninguno ha pensado en lo que ella realmente desea. Ve en Sergio una naturaleza amable, divertida y ingeniosa, y decide que con él la vida no será aburrida.

No se equivoca. Sergio cuida a su esposa, la ayuda con los niños, la apoya en las tareas del hogar y nunca se rehúsa a tomar responsabilidades que otros hombres evitarían. Viven en armonía durante muchos años.

Los vecinos a veces se preguntan cómo Cata conserva su belleza y sigue atrayendo miradas, pero recuerdan que ella se lava con el jabón artesanal y que ese es su secreto.

Así, la historia del regalo del alma se convierte en una leyenda que se narra en cada sobremesa, recordando que a veces lo más sencillo, como un trozo de jabón, es el obsequio más preciado.

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