La vecina dejó de visitar a la abuela María y comenzó a difundir el rumor de que la anciana ha perdido la cabeza en su vejez, ¡pues asegura que tiene un glotón o un hombre lobo en casa!

Querido diario,

Hoy la vecina, Doña Pilar, dejó de venir a la casa de la abuela María. Se rumorea por el barrio que la anciana ha perdido el juicio en la vejez, porque «cuida a una criatura salvaje como si fuera un tejón o un hombre lobo».

Resulta que la abuela María encontró, en su huerto de la sierra de Segovia, un pequeño gatito gris que temblaba bajo la lluvia. Vivía sola, pero siempre había sido una mujer bondadosa. La abrazó, la chimenea de leña crujía alegremente y el fuego la calentó. En poco tiempo, el minino, ya tibio, bebió la leche que la abuela le sirvió con mucho mimo. Por fin la abuela tuvo compañía para charlar.

El gatito ronroneaba mientras escuchaba las canturreos de la anciana y jugaba con ovillos de lana. María tejía medias y hasta guantes. Los clientes del mercado siempre llegaban; el gato creció y se volvió cazador de ratones y ratas, dominando su territorio como un verdadero guardián. Saltaba de árbol en árbol y descendía veloz cuando veía a su dueña, a quien nunca cuestionó por sus extraños hábitos.

Con cariño empezó a llamarlo «Gatón», y él siempre respondía. Una tarde, la vecina aseguró que no era un gato sino una especie de tejón. La abuela no le dio importancia. Un día de verano, mientras recogía fresas y moras en el patio, escuchó un siseo. Al agachar la cabeza, vio una enorme serpiente de cascabel en posición de ataque. Sus piernas se volvieron como gelatina y la edad no le permitía moverse rápido.

Antes de que pudiera reaccionar, Gatón se lanzó sobre la serpiente y la venció al instante. La jugó con ella, la arrastró hasta lo alto de un árbol y la dejó allí. La serpiente, al intentar escapar, cayó sobre la ventana de la vecina, chillando como un cerdo, pero Gatón la atrapó de nuevo sin prestar atención a los gritos.

Desde entonces, Doña Pilar evitó la casa de la abuela y volvió a circular el rumor de que María estaba loca por cuidar a una criatura salvaje. La anciana, sin inmutarse, seguía acariciando a su felino, que dormía en la alfombra junto a su cama.

Gatón adoraba pasear por la hierba densa; a veces, bajo el sofocante sol, se echaba una siesta allí, pero siempre regresaba al hogar al anochecer.

Una noche, mientras la abuela dormía con la ventana entreabierta porque el gato necesitaba salir al patio, dos borrachos del pueblo, enterados de que María acababa de recibir su pensión de veintidós mil euros, se colaron por la ventana. Con un trapo, le taparon la boca y la despertaron, interrogándola por el dinero. Asustada y sin poder hablar, solo pudo sollozar y temblar.

Uno de los ladrones intentó arrancarle la ropa; la abuela gritó y, de golpe, el trapo se deslizó de su boca. Los delincuentes empezaron a volcar todo el mueble, cuando una sombra enorme y peluda irrumpió por la ventana. Uno de ellos, sin pensarlo, gritó:

¿Borja, eres tú? ¿Qué has encontrado en la casa de la vecina? ¡Acaba de cobrar la pensión!

La sombra saltó sobre el primero, clavándose en la garganta; luego al segundo, hiriéndole los ojos, que empezaron a sangrar como si fueran cerdos. La criatura, de ojos verdes feroces, se llamaba Dominguín y rugía como un lobo. Dominguín brincaba de un ladrón a otro, mientras la abuela, con mano temblorosa, quitaba el trapo y encendía la luz. Al instante reconoció a los asaltantes y, con todas sus fuerzas, gritó:

¡Auxilio!

Las luces se encendieron en todas las ventanas. Los vecinos, al entrar, encontraron una escena horrorosa: dos borrachos tirados en el suelo, uno con la cara desgarrada y el otro aferrado al cuello, todo empapado de sangre. La abuela, sentada en la cama con Gatón en brazos, los observaba. El gato bufaba, impidiendo que alguien se acercara.

Recordé entonces que el tercer cómplice había escapado a la sauna del pueblo, donde intentó esconderse. Lo atrapamos, le arrebatamos el botín y lo devolvimos a la vecina. Decidimos no acudir a la policía; nos bastaba la justicia del barrio.

Los ladrones fueron castigados y amenazados con que, si volvían, Gatón los despedazaría. Uno de ellos, tartamudeando, dijo que no era un gato, sino «¡un maldito demonio!», como vio en la tele. La abuela, furiosa, le dio una bofetada y replicó:

¡Maldición! ¿Cómo te atreves a insultar a mi gato? ¡Tú eres el verdadero desgraciado!

Al cerrar el día, reflexiono sobre lo sucedido. He aprendido que la lealtad y el coraje de un pequeño compañero pueden protegernos de las sombras más tenebrosas, y que la prudencia de quien guarda su puerta siempre será recompensada.

Hasta mañana.

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MagistrUm
La vecina dejó de visitar a la abuela María y comenzó a difundir el rumor de que la anciana ha perdido la cabeza en su vejez, ¡pues asegura que tiene un glotón o un hombre lobo en casa!